pequeñas canciones de la comida
los humanos son hormigas sin
ensortijar
(2017: 26)
Antonio León (Maneadero,
Ensenada, Baja California, 1977) forma parte del archivo de Poesía Mexa
con sus libros Busque caballos negros en otra parte (Pinos Alados,
2015), El Impala rojo (Instituto de Cultura de Baja California, 2017) y : ríos (Cetys Universidad, 2017):
representa todo lo bueno que literariamente está ocurriendo en el norte.
Me
enganché al poeta que vive en Mexicali cuando le entregaron el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes a César
Cañedo en 2019.
De izquierda a derecha: Claudia Quezada, Adán Brand, Antonio León, César Cañedo y Elsa Cross (Aguascalientes, 2019) |
Allí su historia, su tono
y hasta su puesta en escena eran diferentes al resto. En un primer momento pudiera
parecer que su vitalidad contrasta con la desazón de su poesía, pero nada más
lejos: el pesimismo jocoso es coherente y me parece un punto de partida para una
reflexión mayor sobre el ser humano y la relación de este con el arte.
Mónica
Maristain lo entrevista para Sin embargo (2018) y
el poeta, más allá de la ironía, profundiza en la capacidad que tiene el ser
humano para contar una historia:
Me
interesa en ciertos momentos estar muy atento a lo que sucede en mi país,
incluir algunos visos en esto, pero que no se conviertan en un panfleto. No me
gustaría ser un poeta que realiza estos artefactos poéticos que invariablemente
tienen una fecha de caducidad. El vencimiento finito de un poeta debería venir
de otras partes, no de sucesos inmediatos.
En esa misma entrevista, se rescatan las
palabras de Ánuar Zúñiga Naime: «Advertencia: ríos no es un libro: es un videojuego de Atari
2600, es una danza para hacer llover, es la mancha negra con forma de tenaza en
la radiografía de unos pulmones, un futbolista ruso y una muñeca Barbie con
clavos en la cabeza».
Mientras
que Adán Echeverría le dedica un completo artículo, titulado «Poemas lúdicos a través de la frontera», en el número 103 de la revista Almiar
(2019):
León
pasa de lo regional a lo universal por los personajes que caminan sus obras:
Leigh Bowery, Lucian Freud (el autor insiste en nombrarlo Lucien), Mick Karn,
Williams Bootsy Collins, Drew Barrymore, Judy Garland, Liza Minelli, Keith
Richards, Ben Affleck, Vladimir Putin, Madonna, Tura Satana, Ronald y Nancy
Reagan, y los mezcla con Cantinflas, Nahui Olín, Leticia Perdigón, Isela Vega,
funcionarios de estado, mujeres, niños, hombres, ciudadanos reunidos, a veces
cargados de arena, y como si caminaran juntos por el borde que es Baja
California, y su extensión a través del Pacífico
El humor negro, la moral, el cuestionamiento
de la educación y una reflexión constante –entre líneas– sobre lo que es al
arte.
Busque
caballos negros en otra parte comienza con unas palabras del también poeta Álvaro Luquín que sintetizan lo que es Antonio León para la poesía mexicana contemporánea:
«Nos sentimos sofocados ante tanta poesía preciosilla que simboliza los afanes
de belleza, exactitud, pulcritud y llanto, llanto. Pero hay otros registros que
con más audacia intentan desmarcarse e indagar dentro de los tabúes de lo
profano, de lo no sentimental» (5). Esos registros logran un poema que es un
poema porque escapa, más por conocimiento que por omisión, de todo lo que ha
sido un poema. Dos epígrafes sobre caballos, de Walter Farley y Patti Smith,
abren el libro que sin índice se divide en «caballos» y «muñones». Lo que hay
en medio de estos poemas con títulos que noquean, y con epílogos para lo que queda
tras la violencia, es la caída. Por ejemplo, el primer texto, «Accidentes», se
podría leer como ecocrítica
del tópico manriqueño:
la
vida se ha vuelto incómoda tras aquel documental
charcos
y lagos con nata fluorescente
texturas
procesos de tintado
los
tubos de bronce que desembocan en el río
Es el paso previo a la muerte que dará al
mar. Pero no estamos aquí para lamentarnos. Con la música, tan presente por referencias
y ritmos coloquiales, hasta narrativos, del verso, se explica una pauta y un
pecado de la experimentalidad, también en la lírica. Así dice en el poema titulado
«Mick Karn»: «le informaron que nadie lo leería / si no explicaba los ruidos / que
lo atormentaban desde que era un niño» (19). Sin autoexégesis se sostiene y
sigue sorprendiendo la obra de quien publicó por primera vez a los 17 años y
parodia hasta «Skinheads en mi lectura de poesía» (51).
El
Impala rojo recibió en 2016 el Premio Estatal de Literatura en Baja
California, en la modalidad de poesía, con un jurado que formaron Rocío Cerón, Jair Cortés y Balam Rodrigo. Esta vez arranca con un prólogo del también irreverente Ángel Ortuño: «Como un libro de versos nunca cuenta una historia, pues se las
cuento yo. Y así ustedes se quedan a solas con los versos para hacer sus
cositas sucias» (7-11). En cuatro partes («Postales», «Escénica / episodios de road
poetry», «Lengüeta arenosa» y «Baja California») pasa ese antílope que
terminó siendo un coche. A la manera de Daniela Sol o Sergio Loo, las postales son el punto álgido de la capacidad León: generar una
historia de la intrahistoria. Quizá por ello la tachadura
de alguna palabra (18) deja ver como la línea, más que ocultar, resalta. Entre
el símil y la metáfora «un percebe siempre parecerá una verga punk»
(22). Relaciones de este tipo aluden a otro Freud, que en el poema «4.2 (Leigh Bowery se hace una selfie)» (26) puede
soñar con distintos fondos para su autorretrato. En la segunda parte el texto
narrativo se funde con el poético, por la carretera, con Joanie Sommers de fondo.
La
carretera no es un resorte negro con párpados a juego. Al llegar a la ciudad,
habrá un ejército de habladores que también son enemigos del paisaje.
Es
la luz nocturna sobre las hojas cansinas que hacen mapa. Salvador Novo dijo que
no retiraría uno solo de sus elogios al océano. Él estuvo alguna vez en la Baja
California, o eso dijeron los libros de texto. Estar de visita no es una tarea ardua,
lo difícil es quedarse a vivir respirando esta brisa. Cada que estornudo,
recuerdo aquel libro de viajes. Salvador Novo no querría vivir aquí,
probablemente ni siquiera hablaba de este mar. La verdad es que nadie habla de
este mar y sus temperaturas que congelan los tobillos. Si volteas hacia el lado
azul, verás la estupidez inexorable del mar y sus predadores naturales, los
poetas. (45)
Seguidamente los viejos le ganan terreno
al mar y se llega a Baja California: dos poemas con los que concluye este libro
sobre economía y apocalipsis.
:
ríos parte de ese mecanismo que ofrece, entre demás poetas, María Auxiliadora Álvarez
y potencia los elementos ya descritos (frescura, atrevimiento, narración,
experimentalidad) al tiempo que reivindica, sin dramatismos, la diversidad de la que se habló hace un año en Chiapas. Esta vez es Hank Williams el que
parece traer a la memoria el elemento, ríos, que servirá al mexicano para
establecer un nuevo curso para lo que anteriormente ya veíamos, cual continuum.
En esta ocasión sí hay índice que, con dos puntos, separa «el agua: un poema de
autoayuda», cual poética, y dos series: escenas domésticas que explican el
curso de una vida, de un país en contacto con otro; así como distintos ríos no
tan distantes. Lo llamativo, sin duda, es el primer poema; que sería tan ácido
(hablamos de contaminación) si no coincidiera con dos poetas que recibieron sendos
Aguascalientes años antes de que Antonio León publicara este libro. Pensamos en
Te diría que fuéramos al río bravo a llorar pero debes saber que ya no hay río ni llanto (2013) de Jorge Humberto Chávez, que abrió poetas en la frontera; y Teoría de las pérdidas (2015), cuyo autor es el único nombre propio que aparece en
esta reflexión sobre la poesía desde la poesía:
al fondo de ciudades que nacieron sin
plan
se erigen grandes presas
[...]
asistimos a un cruce de adolescentes
inútiles
que desean escribir poemas
no recuerdan ser felices insultando
desde la comodidad del
sofá
todos quieren ser poetas
porque
en otras disciplinas
se requiere de talento comprobable
[...]
también cambiaron el nombre de las
calles
:
no hay más héroes patrios
sino
personajes de videojuegos
y poetas que caen mal
porque ganan premios
y
becas
[...]
yo tuve que esperar un nombre propio
en brazos de mi padre
llorar hasta la lluvia
o la reconexión del servicio de agua
potable
luego le avisaron
que unos poetas
bautizaban en seco
pero tendría que llamarme princesa
peach
o jesús ramón ibarra
[...]
al final
:
metáfora
con pocas novedades
además del plástico
y el agua
que no existe
(15-20)
Por fortuna se desacraliza la poesía en pilas
bautismales secas, desérticas de llanto. Estas palabras esdrújulas las
evita el poeta porque tiene talento: unir la distancia entre dos puntos sin
necesidad de cubrir el hueco, las pérdidas. Este guiño da pie en los sucesivos
poemas (que se desplazan de derecha a izquierda por la página, como saltos en
la lectura pública) a repensar espacios de la tragicomedia mexicana cual
albercas que tratará Isabel Zapata o la recién premiada Elisa Díaz Castelo.
No
pierdan de vista a Antonio León. Pueden leerlo también en la revista de poesía Low-Fiardentía,
Liberoamérica,
Cinosargo
o Poetas Siglo XXI; así como en Soundcloud, con la voz de Mario de la Cruz Arreola.
https://soundcloud.com/user-705394616/caricia-del-velocimetro-1-y-2
ResponderBorrarGracias por el comentario, Mario. Excelente lectura. La incluyo. Saludos,
BorrarNacho