Ñu´ú Vixo / Tierra mojada (Pluralia Ediciones / Secretaría de
Cultura, 2018) es, por ahora, el penúltimo poemario de Nadia López García (Oaxaca, 1992). Hace
unos meses, durante el confinamiento, fue liberado
por la Secretaría de Cultura. Una de las poetas más activas y relevantes en tu’un
savi (quizá junto a Kalu Tatyisavi), presenta en edición bilingüe al español y con ilustraciones de Cuauhtémoc
Wetzka una serie de textos breves que nos permite estudiar la construcción
identitaria de los sujetos emergentes que investiga Diana del Ángel.
En
los días de cuarentena me enganché a la oaxaqueña por la plática que
ofreció en Facebook
gracias a la UNAM. Entonces me sorprendió enseguida la capacidad de la poeta
para conseguir en las dos lenguas, la mixteca y la española, el ritmo que
explica desde lo cotidiano una genealogía del tercer milenio que no desatiende las
tradiciones que nos conforman.
Ñu´ú
Vixo / Tierra mojada recibió el Premio a la Creación Literaria en Lenguas
Originarias Cenzontle 2017. Algunas notas publicadas en Aristegui Noticias, Chilango
o La Vanguardia dan fe de los méritos de quien nació en Santa María
Yucuhiti, Tlaxiaco, Premio Nacional de la Juventud 2018 en la categoría de
Fortalecimiento a la Cultura Indígena y directora del cortometraje El tono
o de la Revista Cultural Mexbcn
de Barcelona; señalando que la lengua de la lluvia, el tu’un savi, ofrece giros
más ricos para la lírica que el español.
El
prólogo de Irma Pineda destaca también la experiencia fronteriza que vivió
Nadia López García al viajar a Baja California con su familia, antes de empezar a
reivindicar su lengua, fértil pese a todo:
conmueve
las entrañas de quien lo lee, pues desde las voces femeninas va revelando los
detalles que le dan sentido a la vida, los rituales con los que se recibe a los
muertos; los que ayudan a las mujeres de alma enferma a quitar de su vida el
dolor o la tristeza; los que sirven para que la lejanía y la ausencia lastimen
menos; asimismo refleja la condición opresiva que siguen viviendo las mujeres
en la comunidad (6).
El fruto, los sueños, el vuelo es este
poemario dedicado «Na ñá’ an ku’u ve’é / A todas las mujeres de mi casa» (8) y
compuesto de quince poemas breves que reivindican la lengua y los sueños de esa
recuperación originaria que configura la enunciación a través de las voces de
la madre, la tía, la bisabuela, la comunidad.
El
poemario arranca con el cempasúchitl como símbolo de la muerte: flor intensamente
naranja que despierta el olor en torno a la colectividad que celebra a quienes
nos precedieron. La tierra recibe las lágrimas que, sin embargo, no enmudecen
el canto de los pájaros. La lengua de la lluvia («Lluvia de voces»)
espera el regreso, la voz que la origina. El tono calmado suena al goteo que va
acumulándose en los últimos años para retomar ese tópico manriqueño que
caracteriza a buena parte de la poesía mexicana contemporánea. Acciones como la
de Nadia Ñuu Savi hacen que fluya la riqueza del género literario que nos ocupa.
El
viaje de regreso a Oaxaca recorre este libro para reconocer lo propio desde la distancia
que se acorta. Se trata de un proceso de escritura: verbalizar la identidad,
crearla, creer en ella, representarla. El lenguaje en primera persona transmite
la singularidad que nos une como colectividad, al tiempo que que describe
escenas particulares, intrahistorias, que configuran lo doméstico a partir de
una cosmovisión no conquistada por el español y el heteropatriarcado. Conviven
ambas lenguas en el poema «Kue’e tachi / Viento malo»:
Yu’u
kuaki’vi kue’e tachi,
kinuú
tokó me ra ke’e me tsa’a.
Kumani
savi.
Me
pa kachi ñá’an koi iin má’na,
yee
kutu’uu staa ra cafe
yee
kutu’uu mee koi kachi.
Me
pa kachi koo chaa ñá’an
mee
nanalu kuaku koo ña’an,
nutsikaá
ra yu’ú.
Vichi
kachi me siví antivi,
mee
saa ñá’an,
ntiki
tsaa.
Tu’un
me nchacha
me
ñu’ú vixo (20).
Me
entró por la boca el viento malo,
bajó
por mis caderas y tocó mis pies.
Hace
falta más lluvia.
Mi
padre dice que las mujeres no soñamos,
que
aprenda de tortillas y café
que
aprenda a guardar silencio.
Dice
que ninguna mujer escribe,
soy
la niña que lloró la ausencia,
la
lejanía y el miedo.
Hoy
digo mi nombre en lo alto,
soy
una mujer pájaro,
semilla
que florece.
Las
palabras son mis alas,
mi
tierra mojada (21).
La complejidad de la lengua tonal, nasal y
glotal se vale de versos breves para utilizar las naturales aliteraciones de las
expresiones que atienden básicamente a dos de los elementos, el agua y el
viento, que provocan un sonido a tenor incluso de ciertas repeticiones a final
de verso como «tachi / [...] savi / [...] kachi». El vientre remite al centro,
al ombligo del que partimos (y que da nombre con la luna a México), alegoría
materna y acuosa que da hasta la boca para el canto, simbolizado ahora por el
colibrí al final del poema «Ñá’an / Madre» (22, 23) o mostrando la continuidad,
el hilo conductor, al principio del siguiente poema «Ñu’ú / Tierra» (22, 23).
La Madre-Tierra reivindica la fuerza de la naturaleza (con los elementos
descritos) para las creencias del pasado e incluso como perspectiva ecocrítica
para el cuidado, la habitabilidad, alarma en este siglo.
Clave
para adentrarnos en la complicada alegoría (aparentemente sencilla por la
coloquialidad con la que llega al español) resulta el final del poema siguiente,
«Yo´o / Raíces», pues «Nuu savi, tsaa / En la lluvia, florecemos en el otro» (26-27)
demuestra la fuerza de significados que recoge el término «tsaa», quizá, fin de
la poesía: florecer como sujeto plural en otra persona.
Asimismo,
se ligan las expresiones que remiten como paronomasia a la tierra y al corazón,
considerados posiblemente sinónimos al final del poema «Ntaa / Manos» un verso
(dividido en dos pentasílabos) en el que predomina (en las dos lenguas) la
vocal u, cuenco gráfico, visual, y sonido que encierra un soplo, un deseo: «Kuntukú
ñu’úku, kuntukú iniku / Busca tu tierra, busca tu corazón» (28). El poema germina,
cual «Ntiki / Semilla» (34):
Vichi
me ini naa ntakoo:
nuu
ichi mee ra yó’ó
mee
savi chikui
nuu
chíi ñu’ú.
Hoy
mi corazón ha despertado:
en
este camino,
soy
agua de lluvia
en
tierra de siembra.
La lluvia es la sangre de comunidades en
las que la imposición del español no las cancela. Así empieza el penúltimo poema,
«Nií / Sangre» (36-37): «Me tu’un kitsia chikui, / nuu. // Mee koo yo’ó / saí
ñuu savi» (36) / «Mi palabra viene del agua, / está viva. // Yo también estaba
aquí / cuando se fundó el mundo» (37). El final presenta por primera vez el
título de igual modo en español y en mixteco o tu’un savi: «Savi» (38-39);
recuerda a las mujeres despojadas de su lengua, alineadas con el río, el cielo,
la tierra, el florecimiento, lo sagrado; ofrece finalmente una posible metáfora:
¿Por qué no entendemos la Lluvia (Savi) como el proceso por el que lo femenino
(-a) se engendra a partir del líquido (elemento natural básico) que riega la
base (la tierra) como savia? Su origen, nos lo dice el DRAE, es otro: «Del
port. seiva, este del fr. sève, y este del lat. sapa 'vino
cocido', 'arrope'»; pero la creencia irriga y arraiga.
No
hay referencias explícitas al mundo precolombino o novohispano; la convivencia de
ambas culturas se da por los elementos naturales, por la alegoría de la
feminidad que da origen como lengua en la tierra. Por tanto, estamos ante una
poeta que podría incluirse en el proyecto CORPYCEM; no por ser mixteca, sino porque
desde una lengua distinta al español también es posible verbalizar esas
recuperaciones que siguen produciéndose también en la lírica. Sigamos al tanto
de los trabajos al respecto de Miguel Ángel Gómez. Mientras, podemos seguir escuchando
a Nadia López García en el SoundCloud de Pluralia Ediciones o leyéndola en Punto de partida, Círculo de Poesía, Milenio,
El Oriente, Letras-Uruguay
o La orilla de los pájaros.
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