Esther M. García (Ciudad
Juárez, Chihuahua, 1987) mereció y recibió (esta vez sí) un galardón, nada
menos que el Premio Nacional de Poesía Carmen Alardín, con un jurado formado
por Ana Franco Ortuño, Iván Cruz Osorio y Roxana Elvridge-Thomas, por su
poemario Arco de histeria, el libro negro (Consejo para la Cultura y las Artes de
Nuevo León, 2020).
Después de Mamá es un animal negro que va de largo por las alcobas blancas (Universidad Autónoma del
Estado de México, 2017) y de La destrucción del padre (El Periódico de las Señoras, 2019), sobre las
figuras materna y paterna, respectivamente, la trilogía se cierra, de momento,
con la disección de la historia conjetural del retoño.
A la vez que reedita Bitácora de
mujeres extrañas, con prólogo de Sara Uribe, Esther M. García articula su obra en cinco lecciones: «Hystera/ ὑστέρα/
Útero», «La Salpêtrière», «Hystero star, un diario», «El teatro de las
histéricas» y «Disecciones», amén de «Apéndices: Unheimlich».
La creadora del Mapa de escritoras mexicanas parte del concepto de histeria que ya evidencia su
primera lección, etimológica, para ver la construcción identitaria que supone
este vocablo femenino desde la aristotélica concepción uterina. En este
sentido, el texto arranca con la definición de la RAE, en la cual el sujeto
poético en primera persona termina diciendo que «Para ellos la histeria era la
enfermedad del útero ardiente» (13).
Lo hace en una nota al pie de página,
recurso que ya adelantaba en La destrucción del padre y que supone una
lectura al margen, que es donde radica el sentido, de la lengua que usamos para
trazar el arco asociado a lo femenino de este libro negro, contrapunto o
negativo o archivo (como el de Malpaís Ediciones) para desconjeturar la
historia de la histeria ‒que diría Diane Chauvelot (17).
El lenguaje científico es la base para el poema;
que, en cursiva, forma visualmente un útero que engendra el libro, el conocimiento.
Reivindica de este modo, desde un inicio, la fuerza que tiene ahora mismo buena
parte de la literatura mexicana e hispanoamericana debido a las escritoras.
El poema nace como lo hace el arte al
arquearse el cuerpo femenino en contra de lo que establece o impone el patriarcado.
En García conviven armónicamente la ciencia y el arte a las que se refiere en
el propio poema, en prosa, cual ensayo: hibridez fértil de la tradición.
Este libro es fruto de la histeria; o,
mejor, de lo que históricamente se ha considerado como tal, de la asociación que
de esta se ha hecho con lo femenino, de la oscuridad que nos concierne y tan
escasamente suele proyectar el poema. Normalmente, cuando ocurre, el discurso
se parapeta en la oscuridad del lenguaje, quedando ahí los «negros vapores» de
sor Juana. En esta ocasión, como es habitual en la poeta de Saltillo, Coahuila,
el tono cercano al habla, que busca una comunicación, transmitir un mensaje,
profundiza gracias a esta claridad en las pútridas capas de nuestra existencia;
buena parte de ellas cercanas al útero, al sexo, al origen.
En la segunda lección vemos con la
viscosa plasticidad de las imágenes verbales cuadros que no aparecen más que en
una écfrasis marginal, al pie de página; base, pues, el lenguaje verbal, de la
historia, de la ciencia, del arte. La verdadera histeria, entonces, es el
lenguaje. Él hace que ella diga o haga o tenga la cicatriz que marca en lugar
de tapar el poema.
Seguidamente, sí aparece la imagen
como tal, con ilustraciones de Ariel Leviel en las que una mujer, en escorzo, se mueve al ritmo de los versos
que limita la línea negra horizontal, en el blanco de la página:
La
mujer que se arquea entre telas vaporosas y referencias míticas da paso en la
lección cuarta a poemas como «Sobre una histérica de apellido Glantz», del que
hablamos en la BUAP con «Desautomatización de la figura y la obra de sor Juana en las poetas mexicanas contemporáneas».
Las dos partes (zut, plus de
beurre I y zut, plus de beurre II) de este poema dedicado a Margo
Glantz, en contra del previsible homenaje, evidencia la histeria de un sujeto
poético sobre la historia biobibliográfica de una referencia de la escritura en
México. Se cuestiona, entonces, el poder, el centro, el peso del mapa.
Por último, en la lección quinta se producen
las «disecciones» de los vocablos (de boca) que continúan los mitemas aDElaNTADOS
por sor Juana: Arco de histeria, «Vagina dentada» (61).
Ya en el apéndice, el penúltimo
poema acomoda las palabras, las encierra en una caja, a la manera de Diana Garza Islas o Rosario Loperena.
Cuadrada cama
acomodada en una caja
un mundo seco
incrustado en los
límites de una
habitación
No hay amante
nocturno
No hablan los
árboles de la noche
trayendo las
sombras del antiguo amante
No más blancas
vergas para aquella vagina
que alumbra oscura
el entramar
del mal de la
ponzoña virgen
en el bulbo vulvar
de un sebo de luz (80)
Cercana
en la pétrea fecundidad de la piedra de María Auxiliadora Álvarez o de la leche
de Mónica Ojeda, Esther M. García riega con sangre pútrida «el bulbo vulvar de
un sebo de luz» oscura, entre las piernas y, por ello, con paso firme.
Pasen, si no lo han hecho ya, por
una de las poetas más singulares de México. En cada una de sus obras darán con nuevas vetas para el tema de la violencia, la
maternidad, la genealogía y la poética; al tiempo que reconocerán a una voz sólida
que cumple diez años publicando.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario