Ídolos (Editorial Montea, 2017) es un poemario de Arturo Loera (Chihuahua, 1987) donde se conjuga lo solemne, el mito, con la realidad como convivencia bélica, desaforada. Ya está disponible en el archivo de Poesía Mexa.
Antes de leer Ídolos, conviene
revisar parte de la obra de Loera que aparece en Buenos Aires Poetry, Punto en línea, Carruaje de pájaros, Círculo de Poesía o Tierra Adentro. De esa manera es posible advertir las referencias que
entreteje el autor en textos de diversos temas con el habla como denominador
común.
Ilustrado por Diego Cera, Ídolos
(escenas con fondo de sirena) arranca con un prólogo de Eduardo Padilla. El también poeta mexicano sostiene lo siguiente: «El canto de las
sirenas atraviesa este libro y eso me entusiasma porque vivo en un lugar
difícil e incómodo, un lugar en crisis. Todas las noches escucho
sirenas. El sol resbala y cae desde su cuerda floja, cae el sol sobre los
Ídolos que, como O’Henry sugiere, ya están sordos. Grita Loera el vigía, aúllan
las sirenas— los ídolos (piedra que sólo es piedra) no se inmutan» (10).
Si parece que el oído es el órgano
que sostiene este poemario cuyo hilo conductor son las personas o creencias en
las que se basa la vida, la fe, la pasión es por el canto que los rodea, aviso
y remilgo, monedas tras el choque, en el comentario o la historia que cual aura
rodea de la abuela del sujeto poético a Jesucristo. La sintaxis atropella.
El discurso se pule en un lenguaje
que mengua para decir lo máximo con lo mínimo, en un cierre del poema «Funambulista»
que recuerda a la degradación del vértigo que también cultivan poetas de Xavier
Villaurrutia a Vicente Quirarte. Rompe la prosa el sujeto en tercera persona hasta:
[...]
sentir que no se
ha ido tan lejos,
para sentir que no
se ha ido,
para sentir (21)
Con
recursos de tal altura suelen terminar poemas que alaban de manera indirecta la
percepción del ser humano al pasado en el presente. Magdalena de Proust
mediante, admira la escena narrada.
Seguidamente se parte de José Carlos
Becerra para ensalzar la inefabilidad de lo ocurrido; o la expresión no
acaecida en la insólita cotidianeidad. En este punto cada reflexión, autónoma y
dependiente, configura la filosofía de lo doméstico. Con Marco Antonio Montes
de Oca, por ejemplo, estrella contra el cristal de tu ventana (es decir, de
quien lee) la «Utilidad de la poesía» (28-29); título del poema que precede,
junto a referencias como Gabriel Celaya, Nicanor Parra o el omnipresente Ramón
López Velarde, a otros enseres de dudoso prestigio.
Se acerca por último la línea
argumental al futuro. Distopía. El arca que no salvará será «Aviones de papel
para una guerra», poema que inicia con el interés por la entomología de parte
de la poesía mexicana ya citada mas arriba. Primera estrofa:
Suben al avión las
hormigas
y las cucarachas
los gusanos
se han quedado
dormidos
en la alacena
y las palomillas
no necesitan del servicio del otro
lado de la casa
hay una guerra
y hay una esquina
estratégica
que se encuentra
entre el jardín y el pavimento
[...]
(55)
Cuento
que se advierte en la estructura del texto, de la mano de imágenes que
complementan los símbolos de la violencia y la religión, valga, a veces, la
redundancia. Lanza una vez más la piedra, Sam; Sabines. Cristo murió a la edad
que duplica esta voz, in crescendo, en los treinta y dos poemas que
componen Ídolos, a través del espejo que refleja el espíritu y el escarnio,
a partes iguales.
Aprovechen los libros que pone a
disposición el archivo de Poesía Mexa de manera legal acercándose a este cachalote que preside la cubierta,
hilando así el comentario de este domingo con el del que viene, sobre una obra
de Luis Vicente de Aguinaga que también incluye el repositorio en los últimos meses.
Arturo Loera enriquece la lírica con novedosos modos de aproximarse a la
lectura intergeneracional e intertextual, los cuales continúan en su reciente
poemario: Nada notable (Cuadrivio, 2018).
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