Hace
un par de meses Manuel Iris
(Campeche, 1983) presentó
Devocionario
(El Taller Blanco Ediciones, 2020) con César Trujillo, Geraudí González y Néstor
Mendoza: la vocación de su oficio manual y metafísico con el lenguaje de todos
los días para singularizar la pasión por vivir siempre algo distinto.
El autor de Los disfraces del fuego (Ediciones Atrasalante/ Consejo Estatal Para las
Culturas y las Artes de Chiapas, 2015) o Historia personal (Cuadrivio / Secretaría de Cultura, 2018), del que hablamos ya en este blog, publica ahora en la editorial colombiana un nuevo libro que
ya está disponible de manera abierta en esta página web junto a otras obras.
En el prólogo, el también poeta
mexicano Jorge Ortega profundiza con la solidez que lo caracteriza en «El oído y el son»: «lejos
de merodear la sacralidad desde el vértice del arrebato místico o el afán de
trascendencia, nuestro poeta tiene en la concreción de la vida el contrapunto
de un ángulo de vocalización apremiado por hallar una respuesta, una
reverberación, en el dorso de la realidad» (6).
En tres partes ‒«Traducere», «Silentium»
y «Devocionario (Religare)»‒ se estructura el libro que «debe ser leído
mientras se escucha el Stabat Mater, De Arvo Pärt»:
Así
lo hacemos, con el mismo compositor con que Iris nos pedía acompañar Los
disfraces del fuego. Los 28 minutos de la composición coinciden con la
lectura fluida, sin estropicios verbales. Efectivamente, la voz, contra el
silencio, parece exhalar de una realidad creada por lo inefable, lo intangible,
lo intrínseco.
A la silente manera de María
Auxiliadora Álvarez y la poesía venezolana que admira Iris, el poema se construye
piedra tras palabra, frías y sólidas en contraste con el pájaro y el pez que se
encuentran en un punto para hacerlo más visible. De tal modo lo expresa en «Confesión»,
poema que podría funcionar como bisagra y clímax del rezo (oración, en su
sentido religioso, que cabe en un término: el último, espera):
Desnudo frente al
mar
escribo
hablo con rabia
me rebelo:
mi voz ya no eres
tú
sino mi voluntad
de ti.
Un verso es una
enredadera
trepando en la
música,
un cuerpo
hambriento
de su propia
muerte
(todo canto es
caníbal).
Nuestra saliva
es tinta
de la espera (39)
El
deseo por asir con la tinta lo lejano. La irremediable espera ante lo sobrenatural,
siendo carne sobre la carne (re)encarnada del lenguaje poético, “Misterio
nuestro”: ejercicio sumamente atrevido que (como en el Bisturí de cuatro
filos con «La Llorona») versiona (o, mejor, revela) el ser que acompaña y guía
la duda:
Misterio nuestro,
hermano del
silencio:
jamás revelado sea
tu nombre.
Venga a nosotros
tu dispersada calma.
Hágase música tu
voluntad
en el alma y la
piel.
Danos hambre de
ti.
Perdona los poemas
que pretendan
revelarte.
No nos dejes caer
en nuestras
propias metáforas
y líbranos,
Silencio
de cualquier
certeza (48).
Los poemas breves (algunos en prosa)
acogen la pausa que los une, como cuerpos que continúan transmitiéndose
infinita energía. Como la pieza musical, Devocionario altera el ritmo
sin estridencias: fiel en todo momento a la armonía. Traduce el silencio, dos
núcleos que atraen a Ortega y que une en la última sección con el proyecto
original de este libro: oraciones sobre la poética del ser, más allá del cuerpo
que capta, genera y recibe una obra artística.
A pesar de las tradiciones que sobre
la religión existen en la literatura hispanoamericana (y mexicana, en menor
medida), este libro de Iris es singular por continuar siendo coherente con su
manera única de concretar las abstracciones y desarrollar el hilo con el que
reconocer el catálogo de textos religiosos que nos unen.
Ello se vincula tanto con la
continuidad con Los disfraces del fuego como con la filosofía que existe
en la poética de Iris, que menciona César Trujillo en la presentación del libro.
Nos acercamos a la poesía entonces desde la religión, desde fuera, como
espiritualidad y transmutación de los seres que cultivan demás poetas de México
(como Adriana Tafoya en su próximo poemario; aunque la de esta última resulta una variante
mítica no religiosa). Entre lo metafísico y lo cotidiano, busca el más allá: la
epifanía, revelación que advierte Alejandro Higashi en PM / XXI / 360º.
Leer al poeta yucateco permite
entender la vigencia que tiene la coloquialidad, estudiada por Carmen Alemany o Eva Castañeda, en la lírica actual. Pueden hacerlo en el Periódico de Poesía o en Nueva York Poetry Review.
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