Christian Peña (Ciudad de México, 1985) desarrolla en los últimos años, al menos, un par de líneas de escritura. Sus libros Expediente X. V. (Vaso Roto, 2018) y Short Stories (Universidad Autónoma de Sinaloa, 2020) ofrecen, respectivamente, el poema conjetural sobre la muerte (¿voluntaria?) de Xavier Villaurrutia y una serie de escenas breves, instantáneas, sobre el discurrir de la poesía; a modo, me parece, en los dos casos, de poética.
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Merecedor de una docena de
importantes premios, consolidó el poema de máscara ‒como vimos en este blog‒ con su poemario Me llamo Hokusai (FCE/ CNCA/ INBA/
ICA, 2014); por el cual recibió el máximo galardón: el Premio Bellas Artes de
Poesía Aguascalientes.
En dicha línea, el doppelgänger
continúa en Expediente X. V. Como lo señala Eduardo Saravia (a quien dedica el poema «Melancolía»)
al reseñarlo en Casa del tiempo (2019) con un texto titulado precisamente
«El arte de ser otro»: «El poeta es ya no un fingidor sino otro» (71).
Estamos ante una suerte de
expediente policíaco o diario de mal detective, según Peña, sobre la muerte de
Xavier Villaurrutia; un libro que ganó el Premio Iberoamericano de Poesía
Bellas Artes Carlos Pellicer para Obra Publicada. No resulta moroso mencionar tales
reconocimientos debido a que se establece así una tríada que fundamenta el oficio
del poeta que nos ocupa: Villaurrutia, Owen y Pellicer se unen de algún modo en
estas páginas. Contemporáneos (el grupo sin grupo que también atrae a poetas de
otra generación como Vicente Quirarte) permea todavía en la lírica más reciente.
Si bien queda constancia de que
Villaurrutia murió de un infarto, conjetura aquí la idea del suicidio (que continúa el reciente Premio Aguascalientes, Rubén Rivera). En nueve
partes conviven con éxito el género del ensayo y la novela policiaca. Todo
ello, en verso. Ahora bien, el arranque se acerca al monólogo teatral
(reforzado, más adelante, en el poema «Ecuación de Drake», 59-61). En primera
persona, el protagonista investiga la muerte del poeta que nació en marzo de
1903.
Los acápites de Villaurrutia
dialogan (algunas veces en forma de misiva) con cada uno de los poemas de Peña,
lo cual genera un diálogo entre quien muere «de manera voluntaria» (según un epígrafe de Ramón López Velarde, el cual generaría otra relación intertextual)
y el personaje, la máscara.
Mediante una estructura circular,
precisa, disecciona los cabos que al final no atará. Al contrario, los dejará
más abiertos para marcar las aristas de la persona y del personaje, setenta años
después del acta de defunción que se incluye como tal: documento que en el
libro no deja de ser otro poema. Lo mismo ocurrirá con el seguro de vida de Srita.
María Teresa Villaurrutia (49). Cabe y no contrasta por la retórica de Peña y,
en buena medida, de la poesía mexicana contemporánea. Es decir. Sabemos que es
el acta original porque así aparece, pero luego el texto que se extrae, más
inteligible, resulta, al cabo, uno de los recursos que componen la
lírica y conviven con ella.
A lo largo de la lectura, se repite
la pregunta que podemos hacernos al leer a Villaurrutia y a Peña sobre
Villaurrutia: ««¿Es un poema de amor o un poema de muerte?»». La respuesta no
está más que en el mismo interrogante: en el doble entrecomillado que encierra el amor por la muerte que en la ficción decide, voluntaria, poner fin en el
nacimiento de otra ficción, cristiana. ¿O no lo es?
Además de los géneros ya mencionados
(el ensayo, el teatro y la novela) también destila el cuento que podría
funcionar en la bisagra de Expediente X. V. El humor permite contraponer
y oxigenar los temas que ramifican la muerte y el amor o el amor por la muerte.
Tras el epígrafe de Villaurrutia (esta vez: «La sombra es silenciosa, tanto que
no sabemos / dónde empieza o acaba, ni si empieza o acaba»), dice así el sujeto
autobiográfico de Peña:
Odio las filas.
Pero odio incluso más los trámites por computadora. Así que me levanté temprano
para ir al banco y logré llegar cuando recién abrían la puerta. Eran las nueve
de la mañana. Pasé directamente al cubículo de una ejecutiva y me pidió que
tomara asiento. Era una mujer joven: no más de 28 años, morena y delgada. No
llevaba gafete, y no quise preguntarle su nombre. Fui directo al grano. Quería
saber si mi seguro de vida me cubriría en caso de suicidio. [...] (51)
El
tono intimista se abre a la investigación con voces de otros personajes y
escenas paralelas. En este sentido cobran fuerza los testigos que, como un programa
teatral, aparecían en la ya mentada acta de defunción; que no es sino el
programa de una obra literaria. A ellos, caracteres anónimos, se sumarán los
integrantes de Contemporáneos, con testimonios en torno al amor y la muerte de
Villaurrutia que conforman el propio Expediente, cual palimpsesto.
Antes de las notas finales del propio
Villaurrutia, como al nota aclaratoria o de despedida que no dejó el suicida,
el sujeto se desdobla en el poema «Nocturno del suicida, notas del investigador»;
que termina de la siguiente manera:
[...]
La máscara era una
imagen fiel
de las últimas
fotografías que se conocen;
y había algo allí,
algo vivo en el yeso,
algo que ni la
muerte ha podido extirparle:
el miedo en la
expresión,
el nudo ciego del
miedo en la garganta.
El miedo.
El miedo no se
oculta en nuestro rostro.
El miedo es una
marca de nacimiento (83-84).
Hasta
el famoso calambur se escucha en medio del bosque (90) de lo que pudo ocurrir o
cantar la voz que madura, a la manera del tópico manriqueño (97), con el tiempo
y la zozobra de la definitoria «nostalgia de la muerte» (99).
Short Stories, por su parte, se integra de poemas por acumulación, a diferencia de los libros-proyecto o «unitarios» que han tenido mayor exposición hasta ahora. Poemas sueltos, suelen llamarse; aunque para Peña «todo poema es suelto sin importar su extensión o si existe en función de una exploración estructural».
A Roberto Rodríguez Rebollo, en Excelsior,
Peña le apunta algo a favor del género literario que motiva este blog: «creo
que la poesía mexicana goza de salud y de distintas voces, que es lo más
interesante, voces que se sobreponen a tiempo, lugares y regiones, es un mapa
mucho más amplio».
El libro obtuvo el Premio Nacional
de Poesía «Juan Eulogio Guerra Aguiluz» 2019. En esa misma nota de Rodríguez
Rebollo, Peña aclara que Short Stories es el término con que se describe al
género literario que no es necesariamente el cuento de Latinoamérica, es más
cercano a un relato. Por tanto, continúa la línea híbrida que ya dejaba notar
desde Me llamo Hokusai y Expediente X. V.
Esta vez en cuatro partes («El
tránsito de Venus», «Heredad», «Lengua» y «AA»), poemas breves con título construyen
escenas que trazan una genealogía sobre la memoria sensorial. El tabaco, a la
manera de Proust, figura al padre. Quevedo, más allá de la muerte, vuelve a
retomar el tema villaurrutiano; ahora, desde la tradición egipcia. La determinación
de nuestros actos (con el amor como telón de fondo) se asocia a la astrología.
Algo de la oscuridad doméstica y siniestra
(en el sentido de Freud) de Esther M. García me parecer ver en poemas de Peña como este titulado del mismo
modo que la segunda sección, «Heredad»:
La tos de mi hijo
me recordó a la de
mi padre.
Mi padre fumaba
y tosía todas las
noches,
su boca era un
tumor; el humo,
un lenguaje entre
hombres
que no aprendieron
nunca
a hablar entre
ellos.
La tos de mi hijo
me hizo salir de
la cama
y al llegar a su
cuarto
recordé que no
había
pasado la noche en
casa.
Adormilado, fui la
cocina
por un vaso de
agua,
le di un sorbo,
carraspeé...,
fue entonces
cuando la tos
me despertó de
nuevo (29).
Lo
que más me interesa de estos poemas que recientemente publicó Peña son los
nexos temáticos que se pueden establecer entre ellos; así como los registros
que matiza a partir de su ya dilatada trayectoria como reconocido poeta. Por un
lado, el padre es figura puntera, pero también del sujeto poético que habla del
hijo. La doble mirada, entonces, da un paso más en el desdoblamiento que caracteriza la poética del mexicano.
No dejen de leer a Christian Peña. Qué
mejor que con un «Herradura blanco» (59) al que le dedica uno de los últimos
poemas. Advertiremos tanto el éxito que en la lírica mexicana tiene el poema de
máscara (que estudia Higashi en PM / XXI / 360º) como las diferentes propuestas literarias que siguen bebiendo
de la tradición al tiempo que se abre paso por ella con nuevos rumbos (a la
manera de Gilberto Owen). Pueden hacerlo en La
Otra o el Periódico de Poesía.
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