domingo, 7 de marzo de 2021

Christian Peña

 

Christian Peña (Ciudad de México, 1985) desarrolla en los últimos años, al menos, un par de líneas de escritura. Sus libros Expediente X. V. (Vaso Roto, 2018) y Short Stories (Universidad Autónoma de Sinaloa, 2020) ofrecen, respectivamente, el poema conjetural sobre la muerte (¿voluntaria?) de Xavier Villaurrutia y una serie de escenas breves, instantáneas, sobre el discurrir de la poesía; a modo, me parece, en los dos casos, de poética.


Imagen de La Subversiva Palabra

            Merecedor de una docena de importantes premios, consolidó el poema de máscara ‒como vimos en este blog‒ con su poemario Me llamo Hokusai (FCE/ CNCA/ INBA/ ICA, 2014); por el cual recibió el máximo galardón: el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes.

            En dicha línea, el doppelgänger continúa en Expediente X. V. Como lo señala Eduardo Saravia (a quien dedica el poema «Melancolía») al reseñarlo en Casa del tiempo (2019) con un texto titulado precisamente «El arte de ser otro»: «El poeta es ya no un fingidor sino otro» (71).



            Estamos ante una suerte de expediente policíaco o diario de mal detective, según Peña, sobre la muerte de Xavier Villaurrutia; un libro que ganó el Premio Iberoamericano de Poesía Bellas Artes Carlos Pellicer para Obra Publicada. No resulta moroso mencionar tales reconocimientos debido a que se establece así una tríada que fundamenta el oficio del poeta que nos ocupa: Villaurrutia, Owen y Pellicer se unen de algún modo en estas páginas. Contemporáneos (el grupo sin grupo que también atrae a poetas de otra generación como Vicente Quirarte) permea todavía en la lírica más reciente.

            Si bien queda constancia de que Villaurrutia murió de un infarto, conjetura aquí la idea del suicidio (que continúa el reciente Premio Aguascalientes, Rubén Rivera). En nueve partes conviven con éxito el género del ensayo y la novela policiaca. Todo ello, en verso. Ahora bien, el arranque se acerca al monólogo teatral (reforzado, más adelante, en el poema «Ecuación de Drake», 59-61). En primera persona, el protagonista investiga la muerte del poeta que nació en marzo de 1903.

            Los acápites de Villaurrutia dialogan (algunas veces en forma de misiva) con cada uno de los poemas de Peña, lo cual genera un diálogo entre quien muere «de manera voluntaria» (según un epígrafe de Ramón López Velarde, el cual generaría otra relación intertextual) y el personaje, la máscara.

            Mediante una estructura circular, precisa, disecciona los cabos que al final no atará. Al contrario, los dejará más abiertos para marcar las aristas de la persona y del personaje, setenta años después del acta de defunción que se incluye como tal: documento que en el libro no deja de ser otro poema. Lo mismo ocurrirá con el seguro de vida de Srita. María Teresa Villaurrutia (49). Cabe y no contrasta por la retórica de Peña y, en buena medida, de la poesía mexicana contemporánea. Es decir. Sabemos que es el acta original porque así aparece, pero luego el texto que se extrae, más inteligible, resulta, al cabo, uno de los recursos que componen la lírica y conviven con ella.

            A lo largo de la lectura, se repite la pregunta que podemos hacernos al leer a Villaurrutia y a Peña sobre Villaurrutia: ««¿Es un poema de amor o un poema de muerte?»». La respuesta no está más que en el mismo interrogante: en el doble entrecomillado que encierra el amor por la muerte que en la ficción decide, voluntaria, poner fin en el nacimiento de otra ficción, cristiana. ¿O no lo es?

            Además de los géneros ya mencionados (el ensayo, el teatro y la novela) también destila el cuento que podría funcionar en la bisagra de Expediente X. V. El humor permite contraponer y oxigenar los temas que ramifican la muerte y el amor o el amor por la muerte. Tras el epígrafe de Villaurrutia (esta vez: «La sombra es silenciosa, tanto que no sabemos / dónde empieza o acaba, ni si empieza o acaba»), dice así el sujeto autobiográfico de Peña:

 

Odio las filas. Pero odio incluso más los trámites por computadora. Así que me levanté temprano para ir al banco y logré llegar cuando recién abrían la puerta. Eran las nueve de la mañana. Pasé directamente al cubículo de una ejecutiva y me pidió que tomara asiento. Era una mujer joven: no más de 28 años, morena y delgada. No llevaba gafete, y no quise preguntarle su nombre. Fui directo al grano. Quería saber si mi seguro de vida me cubriría en caso de suicidio. [...] (51)

 

El tono intimista se abre a la investigación con voces de otros personajes y escenas paralelas. En este sentido cobran fuerza los testigos que, como un programa teatral, aparecían en la ya mentada acta de defunción; que no es sino el programa de una obra literaria. A ellos, caracteres anónimos, se sumarán los integrantes de Contemporáneos, con testimonios en torno al amor y la muerte de Villaurrutia que conforman el propio Expediente, cual palimpsesto.

            Antes de las notas finales del propio Villaurrutia, como al nota aclaratoria o de despedida que no dejó el suicida, el sujeto se desdobla en el poema «Nocturno del suicida, notas del investigador»; que termina de la siguiente manera:

 

[...]

La máscara era una imagen fiel

de las últimas fotografías que se conocen;

y había algo allí, algo vivo en el yeso,

algo que ni la muerte ha podido extirparle:

el miedo en la expresión,

el nudo ciego del miedo en la garganta.

El miedo.

El miedo no se oculta en nuestro rostro.

El miedo es una marca de nacimiento (83-84).

 

Hasta el famoso calambur se escucha en medio del bosque (90) de lo que pudo ocurrir o cantar la voz que madura, a la manera del tópico manriqueño (97), con el tiempo y la zozobra de la definitoria «nostalgia de la muerte» (99).



            Short Stories, por su parte, se integra de poemas por acumulación, a diferencia de los libros-proyecto o «unitarios» que han tenido mayor exposición hasta ahora. Poemas sueltos, suelen llamarse; aunque para Peña «todo poema es suelto sin importar su extensión o si existe en función de una exploración estructural».

            A Roberto Rodríguez Rebollo, en Excelsior, Peña le apunta algo a favor del género literario que motiva este blog: «creo que la poesía mexicana goza de salud y de distintas voces, que es lo más interesante, voces que se sobreponen a tiempo, lugares y regiones, es un mapa mucho más amplio».

            El libro obtuvo el Premio Nacional de Poesía «Juan Eulogio Guerra Aguiluz» 2019. En esa misma nota de Rodríguez Rebollo, Peña aclara que Short Stories es el término con que se describe al género literario que no es necesariamente el cuento de Latinoamérica, es más cercano a un relato. Por tanto, continúa la línea híbrida que ya dejaba notar desde Me llamo Hokusai y Expediente X. V.

            Esta vez en cuatro partes («El tránsito de Venus», «Heredad», «Lengua» y «AA»), poemas breves con título construyen escenas que trazan una genealogía sobre la memoria sensorial. El tabaco, a la manera de Proust, figura al padre. Quevedo, más allá de la muerte, vuelve a retomar el tema villaurrutiano; ahora, desde la tradición egipcia. La determinación de nuestros actos (con el amor como telón de fondo) se asocia a la astrología.

            Algo de la oscuridad doméstica y siniestra (en el sentido de Freud) de Esther M. García me parecer ver en poemas de Peña como este titulado del mismo modo que la segunda sección, «Heredad»:

 

La tos de mi hijo

me recordó a la de mi padre.

 

Mi padre fumaba

y tosía todas las noches,

su boca era un tumor; el humo,

un lenguaje entre hombres

que no aprendieron nunca

a hablar entre ellos.

 

La tos de mi hijo

me hizo salir de la cama

y al llegar a su cuarto

recordé que no había

pasado la noche en casa.

 

Adormilado, fui la cocina

por un vaso de agua,

le di un sorbo, carraspeé...,

fue entonces cuando la tos

me despertó de nuevo (29).

 

Lo que más me interesa de estos poemas que recientemente publicó Peña son los nexos temáticos que se pueden establecer entre ellos; así como los registros que matiza a partir de su ya dilatada trayectoria como reconocido poeta. Por un lado, el padre es figura puntera, pero también del sujeto poético que habla del hijo. La doble mirada, entonces, da un paso más en el desdoblamiento que caracteriza la poética del mexicano.



            No dejen de leer a Christian Peña. Qué mejor que con un «Herradura blanco» (59) al que le dedica uno de los últimos poemas. Advertiremos tanto el éxito que en la lírica mexicana tiene el poema de máscara (que estudia Higashi en PM / XXI / 360º) como las diferentes propuestas literarias que siguen bebiendo de la tradición al tiempo que se abre paso por ella con nuevos rumbos (a la manera de Gilberto Owen). Pueden hacerlo en La Otra o el Periódico de Poesía.

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