domingo, 28 de noviembre de 2021

La aguja en el pajar

 

Vivir como la aguja en el pajar,

perdida entre pares frágiles,

sin el hilo, sin la tela (29).

 

Con La aguja en el pajar (Visor Libros, 2019) Carmen Boullosa (Ciudad de México, 1954) obtuvo el XIX Premio Casa de América de Poesía Americana; obra que, como se recoge en Zenda, tenía entonces el título de El Tierro, La Caos, la Espeja: juego genérico que continúa, como veremos, en algunos de los veinte poemas que integran este reciente trabajo de una autora indispensable para el tema que nos ocupa en este blog, desde su contemporáneo Vicente Quirarte, y próxima al proyecto CORPYCEM, como quedó patente con Carla Faesler en el ciclo Malinche, Malinches.




            El jurado que hace un par de años reconoció tal libro (con estimulante ilustración en la cubierta por Magali Lara) estuvo integrado por: Miguel Albero, director de relaciones culturales y científicas de la AECID (Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo); el escritor Benjamín Prado; la directora de programación de Casa de América, Nieves Blanco; el poeta ganador del año pasado, Franco Bordino; y el representante de la Editorial Visor Libros, Jesús García Sánchez.

            Lo primero que puede llamar la atención de La aguja en el pajar, dedicado a León Barrera Aura, se halla en el torrente y la pausa con el que la poeta logra el ritmo en composiciones medianamente extensas, como la que aparece al principio, «Luna, o día, o qué». El ombligo de la luna que refleja el náhuatl gira mediante el paralelismo que hace variar la O mayúscula de la o minúscula; disyuntiva que sopesa a la manera de Sara Uribe la violencia de la cotidianeidad:

 

[…]

O un día

con ráfagas de balas zumbando en el camino a la escuela

o en la uni,

o subiendo a un taxi,

o un levantón, un secuestro, una fosa de cadáveres

                ocultos y sin nombre

que destapa, devela un coro de antígonas.

El día de misa, obligada, perpetua, sin consuelo,

llanto nomás, lloramos todos, y en silencio.

 

[…] (11)

 

De lo general se pasa a las intrahistorias que definen temas como la enfermedad o la ecocrítica, a la luz de la vertiginosa especificidad que se halla entre lo común. La estructura de los poemas, cada vez más breves y precisos a lo largo de esta búsqueda que supone La aguja en el pajar, da con particulares endecasílabos del tipo «Bellos son, y ellos creen que bello cantan» (19) o una atracción por el léxico originario que tiene que ver con la flora y la fauna de la nación retratada «ponzoñosa como aquella savia negra que lagrimea el / tronco del chechem» (23): árbol nefasto para la leyenda maya.

            En dicha línea destacan los poemas «El piedro» (mediante el juego gramatical mencionado al inicio), «De flamingos» o «Mi vida con el volcán»; textos entre los cuales contrasta un humor cercano a la crítica, a la manera de Roberto López Moreno, en el final del «Elogio al ojo ceramista»: «Amor, comamos tranquilos. / El ojo del culo, / al defecar, / como buen artesano, / rutinario / moldea» (30).

            Del poeta chiapaneco precisamente también parece beber la autora que se refiere a Filipinas, como veremos en Kritika Kultura, pues el son y la unión entre el país asiático y México a raíz de una fruta como el «Mango de Manila» (37-38) da título a uno de los poemas finales, cercanos al colofón del mito que pervive en los últimos versos de «Sombra»: «Por lo demás, polvo somos / y parte de la tolvanera / del lago que desecaron nuestros abuelos» (42); o en «El águila y la bolsa» (44), donde el animal fundacional, de cerca, no es más que una «bolsa negra de plástico» que «se zangoloteaba retozona» como muestra de la herencia, la tradición y la renovación que existe en el marco del proyecto CORPYCEM.

 

 


 

            Boullosa resulta un ejemplo de la poeta que bebe de la tradición al tiempo que la actualiza con atrevimiento y oído. Pueden acercarse a algunos poemas de La aguja en el pajar en La estafeta del viento.

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