domingo, 21 de noviembre de 2021

Pervivencia de una trilogía por concluir

 

En ocasiones conviene releer a poetas que no dejan de ser reconocidos en importantes certámenes nacionales. Ello permite reconsiderar la influencia que va teniendo en lo que se publica y las posibilidades que plantea en la actualidad. Una de tales figuras es Balam Rodrigo (Villa de Comaltitlán, Soconusco, Chiapas, 1974). A un lustro de su trilogía (inconclusa, de momento) sobre la frontera que va de México a Estados Unidos, ponemos el foco en Marabunta (CECAN – Libros Invisibles, 2017) y el Libro centroamericano de los muertos (FCE / ICA / INBA, 2018) para ver cómo dialoga con el presente un ya clásico para la literatura mexicana ahora que con Joe Biden la crisis migratoria parece tomar otros derroteros, ojalá, cada vez más alejados de la violencia de los años en que fueron escritos.

            Marabunta inicia el viaje por la frontera que rinde homenaje tanto a las víctimas de ella, un alto porcentaje según los datos con que se acompañan tales poemas, de base documental, como a la familia, a la que se le dedica el libro, y a las referencias literarias, prácticamente, de Centroamérica (como Roque Dalton o Claribel Alegría), que abren de manera explícita cada sección en forma de epígrafes. La enunciación en primera persona conecta directamente con la experiencia de Balam Rodrigo. A otro chiapaneco, Juan Bañuelos, el primero en conseguir el Premio Aguascalientes que recibirá un año después el autor que nos ocupa, se refiere de manera indirecta al final de este conjunto ordenado de imágenes y estancias que logran hallar el lirismo en la tragedia que supone migrar. Así lo explica al no hablar de sí, sino de todas aquellas personas que cruzan México:

 

No escribo en las paredes.

 

No escribo en cadáveres de celulosa.

 

Escribo en esta lápida blanca.

 

Tallo un eco ahogado.

 

Tallo una, diez, cien mil palabras.

 

Tallo todo, incluso el mundo.

 

No escribo ningún hombre

 

(Escribo en las orillas de la costra

y amapolas crecen en la sangre).

 

Se doblan las ramas de los árboles hasta tocar la tierra,

hasta extender sus flores a los muertos:

 

sólo un canto, sólo un trozo de perfume

es lo que busco (128).

 

Y es que, un par de poemas después, queda claro que la apuesta desde la literatura por reivindicar el libre movimiento de las personas radica en el coloquialismo que caracteriza a dicha trilogía. Es decir, con un par de endecasílabos: «que todo el mundo migre a donde quiera, / porque la libertad no tiene nombre» (131). El compromiso de la dimensión cívica de la población centroamericana representa la política de otro poeta mexicano como Iván Cruz Osorio en la reciente antología Libertad tiene otro nombre (2020).

            Libro centroamericano de los muertos desarrolla la idea dispuesta en Marabunta. Ahora bien, presenta rasgos que ofrece una lectura alejada del furor que causó su presentación en Aguascalientes. La prosa con la que termina aquel primer libro, dirigida al padre, sirve de bisagra para esta segunda parte. Asimismo, la teología pastoral en la que se diplomó el poeta articula una búsqueda de los valores cristianos en el hecho de peregrinar y estructurar este Libro a partir de la Brevísima relación de la destrucción de las indias de fray Bartolomé de las Casas: referencia que marcará obras posteriores presentes en el proyecto CORPYCEM.

            De igual modo las ceibas abren ambos libros, como símbolo de la naturaleza que ampara (entre otras aristas de las muchas que plantea Libro centroamericano de los muertos. La biosfera del Tacaná, entre otros espacios, vincula la violencia humana con la que sufren las regiones descritas en los textos narrativos que componen el libro de los libros desde, también, una perspectiva ecocrítica. También con Otto René Castillo se parte de Guatemala, al igual que en los últimos años Diana del Ángel o Elisa Díaz Castelo actualizan el trabajo de Alaíde Foppa en publicaciones y actividades que acercan la poesía mexicana y centroamericana.

            En este caso detona el narcotráfico en el trasiego de intereses. La enunciación no abandona la primera persona[1] con la que se da testimonio de una realidad conocida con la que resulta fácil de identificarse. Diferentes voces que beben de la intertextualidad dibujan los perfiles de los que dio cuenta Esther M. García en Bitácora de mujeres extrañas, en su caso, al norte. Tanto en la chihuahuense como en el chiapaneco el poema que da voz a las mujeres violentadas en diferentes regiones comienza con una fría síntesis de la vida interrumpida de tales personas hechas ahora personajes.

            Tras el Libro centroamericano de los muertos, en la celebración del medio siglo del Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes, se empezó a aceptar obras en lenguas originarias para el máximo galardón del país. No obstante, todavía las propuestas son mínimas; ya que, por ejemplo, en la edición pasada, de 2021, apenas una de las obras fue escrita en una lengua distinta al español (que utilizaba de manera obligada para presentar su traducción al jurado).

            Tales obras han calado en el escaso público lector. Sin embargo, un tercero y definitivo libro para esta serie cerraría un problema difícil de resolver por el conflicto que supone históricamente el concepto de patria al que alude Rodrigo y que estudia Higashi (además de la tachadura que también se cultiva aquí para negar la masacre, pp. 112) y por la complejidad para considerar la riqueza centroamericana de México.

            Estamos ante una extensión del tema de la frontera México-EUA hacia el sur. Partiendo de Centroamérica, El chiapaneco dialoga con obras como la de Noé Lima, que reseñó hace unos meses el propio Rodrigo en la revista Colofón.

            A pesar de la pandemia puede que se reanude el ritmo de publicaciones y premios, o al revés, del que habla Enrique Noriega en Carruaje de Pájaros a propósito de la presentación editorial de Cantar del ángel con remos en la espalda (Puertabierta Editores, 2019) que llevó a cabo el poeta chiapaneco en la Feria Internacional del Libro de Guatemala. Ayer hablamos de él en el SIPMC y continúa planteándonos comentarios que explican la peculiar convivencia de la poesía mexicana contemporánea.

 




[1] Pasará al plural en la parte final del Libro, lo que augura una tercera parte del tono ensayístico con que concluye la apertura del caso particular a un sujeto plural hacia América que ya estableció Laura García Renart en Canto a nosotras mismas (1982).

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