En ocasiones conviene releer a poetas que no dejan de ser reconocidos en importantes certámenes nacionales. Ello permite reconsiderar la influencia que va teniendo en lo que se publica y las posibilidades que plantea en la actualidad. Una de tales figuras es Balam Rodrigo (Villa de Comaltitlán, Soconusco, Chiapas, 1974). A un lustro de su trilogía (inconclusa, de momento) sobre la frontera que va de México a Estados Unidos, ponemos el foco en Marabunta (CECAN – Libros Invisibles, 2017) y el Libro centroamericano de los muertos (FCE / ICA / INBA, 2018) para ver cómo dialoga con el presente un ya clásico para la literatura mexicana ahora que con Joe Biden la crisis migratoria parece tomar otros derroteros, ojalá, cada vez más alejados de la violencia de los años en que fueron escritos.
Marabunta inicia el viaje por la
frontera que rinde homenaje tanto a las víctimas de ella, un alto porcentaje
según los datos con que se acompañan tales poemas, de base documental, como a
la familia, a la que se le dedica el libro, y a las referencias literarias,
prácticamente, de Centroamérica (como Roque Dalton o Claribel Alegría), que
abren de manera explícita cada sección en forma de epígrafes. La enunciación en
primera persona conecta directamente con la experiencia de Balam Rodrigo. A
otro chiapaneco, Juan Bañuelos, el primero en conseguir el Premio
Aguascalientes que recibirá un año después el autor que nos ocupa, se refiere
de manera indirecta al final de este conjunto ordenado de imágenes y estancias
que logran hallar el lirismo en la tragedia que supone migrar. Así lo explica
al no hablar de sí, sino de todas aquellas personas que cruzan México:
No escribo en las
paredes.
No escribo en cadáveres
de celulosa.
Escribo en esta lápida
blanca.
Tallo un eco ahogado.
Tallo una, diez, cien mil
palabras.
Tallo todo, incluso el
mundo.
No escribo ningún hombre
(Escribo en las orillas
de la costra
y amapolas crecen en la
sangre).
Se doblan las ramas de
los árboles hasta tocar la tierra,
hasta extender sus flores
a los muertos:
sólo un canto, sólo un
trozo de perfume
es lo que busco (128).
Y es que, un par de poemas después, queda claro que la
apuesta desde la literatura por reivindicar el libre movimiento de las personas
radica en el coloquialismo que caracteriza a dicha trilogía. Es decir, con un
par de endecasílabos: «que todo el mundo migre a donde quiera, / porque la
libertad no tiene nombre» (131). El compromiso de la dimensión cívica de la
población centroamericana representa la política de otro poeta mexicano como Iván Cruz Osorio en la reciente antología Libertad tiene otro nombre (2020).
Libro centroamericano de los muertos desarrolla la idea dispuesta en Marabunta. Ahora bien, presenta rasgos
que ofrece una lectura alejada del furor que causó su presentación en
Aguascalientes. La prosa con la que termina aquel primer libro, dirigida al
padre, sirve de bisagra para esta segunda parte. Asimismo, la teología pastoral
en la que se diplomó el poeta articula una búsqueda de los valores cristianos
en el hecho de peregrinar y estructurar este Libro a partir de la Brevísima relación de la destrucción de las
indias de fray Bartolomé de las Casas: referencia que marcará obras
posteriores presentes en el proyecto CORPYCEM.
De
igual modo las ceibas abren ambos libros, como símbolo de la naturaleza que
ampara (entre otras aristas de las muchas que plantea Libro centroamericano de los muertos. La biosfera del Tacaná, entre
otros espacios, vincula la violencia humana con la que sufren las regiones
descritas en los textos narrativos que componen el libro de los libros desde,
también, una perspectiva ecocrítica.
También con Otto René Castillo se parte de Guatemala, al igual que en los
últimos años Diana del Ángel o Elisa Díaz Castelo actualizan el trabajo de Alaíde Foppa en publicaciones y actividades que acercan la poesía mexicana
y centroamericana.
En
este caso detona el narcotráfico en el trasiego de intereses. La enunciación no
abandona la primera persona[1]
con la que se da testimonio de una realidad conocida con la que resulta fácil
de identificarse. Diferentes voces que beben de la intertextualidad dibujan los
perfiles de los que dio cuenta Esther M. García en Bitácora de mujeres extrañas, en su caso, al norte. Tanto en la
chihuahuense como en el chiapaneco el poema que da voz a las mujeres
violentadas en diferentes regiones comienza con una fría síntesis de la vida
interrumpida de tales personas hechas ahora personajes.
Tras
el Libro centroamericano de los muertos,
en la celebración del medio siglo del Premio Bellas Artes de Poesía
Aguascalientes, se empezó a aceptar obras en lenguas originarias para el máximo
galardón del país. No obstante, todavía las propuestas son mínimas; ya que, por
ejemplo, en la edición pasada, de 2021, apenas una de las obras fue escrita en
una lengua distinta al español (que utilizaba de manera obligada para presentar
su traducción al jurado).
Tales
obras han calado en el escaso público lector. Sin embargo, un tercero y
definitivo libro para esta serie cerraría un problema difícil de resolver por
el conflicto que supone históricamente el concepto de patria al que alude Rodrigo y que estudia Higashi
(además de la tachadura
que también se cultiva aquí para negar la masacre, pp. 112) y por la
complejidad para considerar la riqueza centroamericana de México.
Estamos
ante una extensión del tema de la frontera México-EUA
hacia el sur. Partiendo de Centroamérica, El chiapaneco dialoga con obras como
la de Noé Lima, que reseñó hace unos meses el propio Rodrigo en la revista Colofón.
A
pesar de la pandemia puede que se reanude el ritmo de publicaciones y premios,
o al revés, del que habla Enrique Noriega en Carruaje de Pájaros a propósito de la presentación editorial de Cantar del ángel con remos en la espalda
(Puertabierta Editores, 2019) que llevó a cabo el poeta chiapaneco en la Feria
Internacional del Libro de Guatemala. Ayer hablamos de él en el SIPMC y
continúa planteándonos comentarios que explican la peculiar convivencia de la poesía
mexicana contemporánea.
[1] Pasará al plural en la parte
final del Libro, lo que augura una tercera parte del tono ensayístico con que
concluye la apertura del caso particular a un sujeto plural hacia América que
ya estableció Laura García Renart en Canto a nosotras mismas (1982).
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