Cosas comunes (Liliputienses,
2020) es el reciente libro que publicó Zel Cabrera (Iguala de la
Independencia, Guerrero, 1988). La edición española parte de la que vio la luz
en México con Simiente un año antes: mantiene en cualquier caso, el lirismo de lo cotidiano, con cierto equilibrio, en cada una de las postales especulares.
Un par de reseñas destacan en la
web, algo que no es habitual en el género literario que nos ocupa. Por un lado,
Marina Casado comparte en Los Bardos una lectura en que anota la «experiencia personal para alcanzar
un mensaje universal»; mientras que, por otro lado, un mes después, José Luis
Regojo en Poémame
incide en la aparente sencillez de esta declaración de intenciones: «Aunque
escritos cronológicamente antes que Una
jacaranda en medio del patio o La
arista que no se toca, la voz de Zel muestra una prosa poética que revela
lo obvio».
Cabrera organiza los
veintiocho textos tras la cita de Sharon Olds: «los poemas / colgaban pesados
como furtiva caza de mis manos». Al alcance de las de cualquiera se hallan las
imágenes íntimas que explican un sentir colectivo: tal parece resultar el fin
de lo poético para Casado o Regojo.
Desde el cuestionamiento, mediante
la caricatura, de estereotipos femeninos o miradas indiscretas profundiza
coloquialmente (del modo en que mejor parece horadar la realidad) en temas
como la maternidad o la jornada laboral. Sirve de ejemplo la penúltima estrofa
del poema titulado «Cortarse el pelo es despedirse» ‒cual copulativa destacada
por Casado a propósito de las greguerías‒, cuyo epígrafe es de Robin Myers, cada vez más ligada por su influencia o sus traducciones a la poesía
mexicana contemporánea:
Soy cualquiera que quiere olvidar,
me corto el cabello
y mi fuerza se afianza
en lo que ya no tengo,
en la ligereza de andar por la vida
con el cabello un poco más corto (17).
La pausa
asintomática del sujeto poético que retrata a una generación perdida simula los
pasos que da el lenguaje para hacer de la rutina un hecho paralelo a lo
ordinario. Al estilo de bagatelas se suceden las minificciones de tinte
autobiográfico. En ellas el perro estría las acciones, araña el hambre o el
insomnio. Personaje secundario de notable vínculo con la ecocrítica, redefine
el amor: tema universal que parte, otra vez, de lo mínimo.
Así pues, desde la madre a un
viernes, pasando por el fin de año, el abandono, el viaje y lo que se ve desde
la ventana a lo que se oye (o no) y lame dentro de casa, la enunciante expone
una vida con la que es fácil identificarse y de la que te ríes con satisfacción
pese a la crisis epistémica que relata en la serie que conforma Cosas comunes.
Liliputienses acerca voces que
llaman la atención de Daniel J. Rodríguez y demás personas que esperamos leer un catálogo al que se unen
poetas como Horacio Warpola o Andrea Alzati. Pueden saber más de la poeta guerrerense, autora de Perras, en La primera vértebra,
Tierra Adentro, Periódico de poesía,
El Humo o Hablemos escritoras.
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