domingo, 20 de febrero de 2022

Anna y Hans

Anna y Hans (Fondo de Cultura Económica, 2021) es el reciente libro de Karen Villeda (Tlaxcala, 1985), el cual a continuación comentamos brevemente en el marco de una línea de investigación vinculada a la enfermedad mental y la cognición: tema del libro que parte de la historia de Anna Knapp, única niña que registra Karen Villeda que registró Hans Asperger en el descubrimiento del trastorno que lleva su nombre.



            Tal obra mereció el XV Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano, con un jurado integrado por Gabriela Aguirre, Maricela Guerrero y Ramón Iván Suárez Caamal. Debido a que accedemos al e-book, sin paginación, no aludiremos a este dato sino, simplemente, a los poemas (íntegros o fragmentados) a los que nos refiramos.

            Antes de las tres partes que componen Anna y Hans (Archivos, «No fui Anna» y Otros apuntes), la autora agradece a Pura López Colomé, Andrea Chapela e Isabel Zapata (se enlazan poetas que aparecen en este blog) su ayuda en el proceso de escritura al tiempo que ofrece una introducción que aclara la lectura: «Cabe señalar que Anna habla en cursivas, yo, Hans, en redondas. Las comillas son de otros». Resulta interesante, entonces, la pista que se nos da en cuanto a la enunciación del médico, en primera persona; quien recoge en estilo directo la voz de Anna y de los llamados «otros» (como el dramaturgo, también austríaco, Franz Grillparzer): alternancia que presenta a su vez, con base en el archivo o poesía documental, un relato que puede ser definido como fantástico por el uso de la tercera persona del mismo Hans, enunciatario, y la ficción que recrea la relación médicas entre ambos.

            Todo empieza el 29 de junio de 1944, a modo de informe donde Hans registra el análisis de Anna. Pese a participar en la categoría de poesía, desde un inicio destaca la hibridez genérica (en cuanto a géneros literarios) que cultiva Villeda en obras como Tesauro, a favor de una redefinición y relación de categorías tradicionalmente estancas. Capturamos la pantalla de tal pórtico:

 



 

            Enseguida las redondas dan paso a las cursivas cual transcripción de un diálogo entre el médico y el paciente; quien la incomoda en su proceso cognitivo: «Ella es Anna pero Hans no es él mismo. // No cabe duda. / Eres tú, Hans. / Tú eres el que me hace daño y no las palabras».

            La conversación, pues, el lenguaje, causa el dolor en quien padece autismo. Las preguntas sobre el tema, el trastorno, evidencian una afectación no solo mental, sino también en el cuerpo; el cual parece agitarse conforme pasamos de la fría distancia entre la primera y la tercera persona de quien enuncia, como Hans, y de un texto próximo a la canción infantil en la que el verso libre y la rima asonante presagian el fin abrupto que pone a la oralidad un animal como el burro. Se carga a tal símbolo de significados negativos mediante el propio lenguaje.

 



 

            Ya en la primera parte, la prosa se alterna con el verso. En cualquier caso, destaca el quiebre sintáctico que reconoce el jurado y que caracteriza a la poesía mexicana reciente, como vemos con Sara Uribe, Eva Castañeda o Yolanda Segura.

            Si hablamos de empatía en quien lee y se pone en la piel de alguien con un trastorno mental, tema todavía tabú en buena parte de la poesía, no solo mexicana, también debemos de considerar la empatía (mencionada en el texto 1) por ser esta la detonadora del relato fantástico, en tanto Hans se convierte en Anna en la medida en que avanza el análisis, el diagnóstico y la obra titulada, no por casualidad, Anna y Hans.

            Aunque la ausencia de signos de puntuación refuerza el quiebre sintáctico y, al mismo tiempo, la libertad de interpretación como rasgo definitorio de la poesía coloquial desde los años sesenta del siglo pasado, una línea como esta encabeza la página en blanco y termina en coma: «Son los hábitos de cierta pobreza: encontrar una ganancia en lo mínimo,»; dotando al discurso de un cierre abrupto que continúa como si se tratara de un cuaderno de notas, un informe de Hans, al cabo. Seguidamente una imagen del techo que ve Hans en Viena se intercala con el texto. Cincuenta años después de la primera fecha, citada al principio, se consolida el estudio: «“En 1994 entró el Síndrome de Asperger como categoría diagnóstica independiente en el DSM-IV”». Y a continuación de tal cita, desaparecen las comillas en la voz que no se mencionaba en la aclaración inicial: la de quien ve a Hans y Anna y saca sus conclusiones en boca de la autora, enunciataria, al examinar los archivos del caso: «Tenía un solo pulmón en el pecho. “Esos niños son la mitad. Mira: este niño es la mitad de uno. Este otro es la mitad mía. Tiene un solo pulmón.” Hans hubiera querido deshacerse de estos cuantiosos apuntes pero el ego no se lo permitía».

            Los sujetos descritos de la ternura al terror acaban rozando lo fantasmagórico y produciendo así una bajada de la temperatura en quien lee (algo que se comprobará más adelante en la práctica de aula).

            La descripción de Anna por parte de Hans ‒después de lo fantástico que entreteje el relato, como vimos con la alusión a las partes del cuerpo incompletas que causan, especialmente en ese punto, reacciones en el nuestro, normalmente desapercibidas durante la lectura (y reforzadas con el contenido visual como el de las imágenes, según lo prueba Benito García Valero en la Universidadde Alicante)‒ contrasta por la realidad de una persona autista, como las que vimos a propósito de las vanguardias como anclaje para la Didáctica de la Lengua y la Literatura. El perfil encaja en lo que desde finales del siglo pasado se considera enfermedad mental:

 



 

La obsesión por las piedras y las flores, lo vegetal, se gestiona por parte del pediatra mediante la taxonomía. El tesauro planteado por Villeda o Zapata en otras obras de los últimos años demuestra, entonces, que la poesía (en contacto con otros géneros, disciplinas y discursos literarios o no) permite actualizar el trastorno que genera el lenguaje y sus usos.

 



 

La sangre que irriga el cuerpo se encuentra con las pausas de los paréntesis y los anacolutos que no llevan a nada más que al desconcierto de quien lee y, por ello, se altera; incluso fisiológicamente: releyendo, por ejemplo, partes que sintácticamente no coinciden con lo visto en clase de DLCL: algo imposible si la obra se escucha una sola vez.

 



 

            El abandono de Anna y el misterio familiar, al final de la primera parte, mantienen en vilo a quienes desde la historia entramos en la fantasía también creída por la protagonista; que enseguida nos damos cuenta de que es Anna y Hans, aunque sea este quien la cuente (la mayor parte de las veces). No es este, sin embargo, el último poema de la primera sección. Aún le sigue un par de páginas que, entre el español y el inglés (idioma que refuerza la historia con lo conjetural, en cursiva), critica las prácticas de Hans a la hora de masculinizar a Anna por su hipótesis fallida; hipótesis que, en este punto se explicita, ya fue probada por Grunia Sujareva años antes, en 1925, sin su merecido reconocimiento. El capítulo cierra con una lectura feminista de la realidad que interrumpe la conjetura, la fantasía.

            El título que Villeda le da a la segunda parte («No fui Anna») abandona la voz de Hans para abonar la de los «otros». Intertextualidad mediante, crece el relato fantástico que ya se presentó en su base real. El objeto de estudio, una niña, fue tratada como un niño por la obcecación en no aceptar una teoría que ya había sido probada.

            La primera línea, que no, ya, verso, despliega los significados que revierte el nombre en un palíndromo; quien escribe y quien lee se intercambian los papeles: «Anna yo soy». El sujeto, en primera persona, el pronombre personal, la máxima deíxis, es la «palabra con más significados del mundo», la potencia del autismo.

            El lenguaje se extrema a la hora de plasmar los límites del lenguaje que superan neologismos, comillas, personajes; un mundo ajeno a la realidad:

 



 

Se desestructura el lenguaje (y este ejercicio cobra aún más significado con estudiantes de PASE (el programa de inmersión en español) como veremos en la línea de trabajo que se abre desde la cognición) precisamente al tratar de organizarlo. La línea, como se dijo en la primera parte, “no tiene /           linealidad”.

            Lo lúdico ya no resulta una práctica vanguardística; más bien, por el contexto de la enfermedad mental de esta parte en la que Anna no es Anna, se confiere como síntoma del trastorno en el que el yo es una isla, según la RAE: del gr. αὐτός autós 'uno mismo' e -ισμός -ismós '-ismo'.

            La escena navideña en el marco de la Segunda guerra mundial cierra la bisagra, la parte más breve de las tres; pero también la más intensa en la medida en que el lenguaje se articula para articular el relato fantástico. Ahí estriba la ficción, la alternancia de un mismo personaje, en su conocimiento del mundo. Al expresarlo, nos permite, a quienes leemos, conocerlo, conocer la enfermedad mental.

            Por último, los otros apuntes recopilan los hilos aparentemente dispersos de las páginas anteriores. Sin la fuerza de los textos autónomos que pueden ser leídos, por ejemplo, en clase, sin necesidad entender el sentido de la obra completa, los últimos textos (perdón), apuntes, se consolidan en la indeterminación. El trastorno se distingue por contraste. Entre Anna y Hans se llega a un desacuerdo: el del lenguaje. Femenino fue el error del sujeto que creía diagnosticar. Imponer un sexo en la demostración de su teoría le hizo perderse, a pesar de lo que ha quedado para la historia. El relato fantástico es otro: quizá más real que la historia. En la duda se dan las posibles certezas. En la prueba, en el experimento, en la in-imaginación de los resultados, ahí, aquí, en el arte (poesía, narrativa, obra teatral o ensayo) se halla la ciencia.

            El sujeto impone su voz a la del ser analizado. Ontológicamente la cognición asombra: «Yo, Hans, escribo en normales. / Anna ni escribe». El signo de puntuación, lejos de fijar una pauta, limita el sentido contrario de un adjetivo sustantivado como «normales»: inusual por su uso.

            La incomprensión como desenlace. La investigación en un libro reconocido en el certamen poético redefine el proceso, el análisis, por la indefinición de los testimonios. Incoherencias que aportan linealidad al relato en la dispersión de lo fantástico:

 



 

El yo se debate por lo que le pasa, por lo que sucede sin que termine de pasar, de superarse, de verse a distancia. El tiempo conforma el contexto. Los personajes se transforman ajenos a una realidad, se mueven por la ficción cuya base real nos compete, cien, ochenta, treinta años después.

 



 

El hecho de que Anna y Hans termine con un índice trazado por Hans, en la enunciación, cierra circularmente la historia en el relato fantástico mediante el cual el objeto se intercambia con el sujeto a través del lenguaje. La obra, la ficción, entreteje con la realidad un proceso de comprensión del espectro autista trazado por Hans gracias a Anna; y no al revés.

            Apéndice: un poema, el único con título, que más se aleja formalmente de lo que en la tradición literaria se ha considerado poema; como el ya mencionado Tesauro. Palabras y conceptos médicos que se definen, anejados, retomando los temas, los personajes, las tramas del decurso fantástico; imaginamos que la película ha terminado, que el documental disponible en la página web del mentado Asperger cerró con unos créditos que dotan de cariz científico a lo que, sin conocer (he ahí la cognición) la historia, leeríamos como una ficción, un relato fantástico (como el que leen, al escuchar, estudiantes de la edad de Anna a la de Hans).

            A esta parte definitiva le sigue una despedida, un continuará que nos trae a la memoria casos compartidos con personas, que son y están, en proceso, todavía, pese a los avances y los libros de poesía, de definición y comprensión y articulación de un lenguaje para y por su enfermedad mental: trastorno que tenemos.

            Un par de notas a pie de página a referencias musicales u orales de Viena confirman lo apuntado: el lenguaje, a pesar de sus malentendidos, permiten la comprensión o el reconocimiento de su contrario.

            Un libro como este merecería un comentario claro, que analizara con rigor y orden cognición, enfermedad mental y relato fantástico; será lo que intentemos en los próximos meses.

 

            En cuanto a la cognición y los efectos que el relato fantástico provoca en el cuerpo de quien lee, nos surgen varias cuestiones que plantearle a la autora; ya que se trata de la primera lectora del mismo:

 

¿De qué manera la historia de Anna y Hans despertó en ti una motivación a la hora de escribir?

 

¿Reconoces en el proceso de escritura y, por tanto, de lectura de Anna y Hans un estado de empatía?

 

¿Cómo reaccionó tu cuerpo ante tal ejercicio?

 

¿Crees que la enfermedad mental basada en dicho caso real y documentado establece un relato fantástico que opera en quien lee?

 

¿Se modifica dicha percepción al leer la obra en papel o en formato electrónico?

 

¿Y al ser escuchada en, por ejemplo?

 

¿Cambiaría también la sensación fisiológica producida en el público según su edad, pongamos por caso: de los 12 a los 19 años?

 

¿Y en niños respecto a niñas: variaría el efecto producido, pensando en dicha experiencia como un método opuesto al que registró Hans sobre Anna?

 




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