Vacalao (FOEM, 2018), de Armando Salgado (Uruapan, Michoacán, 1985), con ilustraciones de Manuel Arturo
Castrejón Rodríguez, recibió mención honorífica en el Certamen Internacional de
Literatura Infantil y Juvenil FOEM 2017 con el jurado, al que ya nos hemos
referido en entradas anteriores, integrado por Andrés Acosta, Óscar González y
Lizbeth Padilla.
Se trata este de
un caso particular que se despliega en la poesía mexicana contemporánea al
escribir para un público infantil en concreto y para otro, sin etiquetas,
aunque premios o colecciones sigan marcando tal límite u orientación.
El primer verso (“Tierna tan eterna
la ternera”), tras la dedicatoria al padre que fue lechero, a su madre y a sus
chiquillos, encierra en diez sílabas, como veíamos la semana pasada, la
paronomasia y la aliteración de la infancia que mama quien lee y escribe
lírica, desacralizando este género, como reza la entradilla de la colección
FOEM.
La singularidad del trabajo de
Salgado se halla en tales destellos, presentes de igual manera en los versos
breves que componen las series sobre el entrañable animal y que destacan
visualmente sobre la página, como el de “Tengo dislexia”: “Confundo vacas con
cebras” (p. 16).
Se crea un tesauro, como decía Héctor Hernández Montecinos para la cebra (“caballo de otro tiempo”), un diccionario con neologismos o metáforas que nos hacen revisitar términos, sonidos, juegos:
Las preguntas,
retóricas, profundizan en niveles de lectura desde Primaria. Eso sí, trabajando
los poemas (son treinta y tres) o las breves series de textos de manera
independiente, para no agotar el tema de la sociedad líquida, la lactancia, las
posibilidades, los matices, entre el negro y el blanco.
La síntesis del lenguaje depurado da
como fin un alfabeto sobre el que construir el campo semántico y sus aledaños:
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