sábado, 3 de junio de 2017

Laura Solórzano

¿Un ramo de rimas irreales que sólo ronronean?
Laura Solórzano

Laura Solórzano (Guadalajara, 1961) es autora, entre otros poemarios, de Un rosal para el señor K (Universidad de Guanajuato, 2006), Nervio náufrago (La Zonámbula, 2011) y Oración Vegetal (Mano Santa, 2015), que de ella recoge el Archivo de Poesía Mexa.
            Un rosal para el señor K (2006) se compone de cuarenta poemas breves y (con menos frecuencia) en prosa. El prefacio es de Ricardo Castillo, quien escribió ese poemario generacional que es El pobrecito Señor X (1976). Por tanto, Solórzano, cuarenta años después, continúa con el personaje de K (Kafka, precisamente de su obra El castillo) la tónica incisiva y explosiva del también tapatío. Pese a tener siete años menos que Castillo, Solórzano empezó a publicar a la vez los libros que anteceden a los que glosaremos brevemente: Evolución (Universidad de Guadalajara, 1976), Semilla de ficus (Ediciones Rimbaud, Tlaxcala, 1999), Lobo de labio (El Cálamo, Guadalajara, Jalisco, 2003) y Boca perdida (Editorial Bonobos, Toluca, 2005). Castillo apunta la continuidad o correspondencia (que no repetición) entre Boca perdida y Un rosal para el señor K. Si en el primero plantea la incisión en la tierra mediante una abstracción, una exhumación, en Un rosal... esa voz poética arraiga y se concreta en una referencia externa o explícita. No estoy de acuerdo con la visión machista de Castillo: «Naturalmente que los asuntos cotidianos de ser mujer aparecen, si bien no de manera numerosa (el amor, las faenas de la maternidad, la madre y la hija, o la “sobrevivencia en alegres faldas”)» (15). Un par de párrafos después, el poeta mexicano trata de justificar sus palabras anteriores, explicando que se refiere al sujeto poético y no a la autobiografía de la autora (o eso creemos). Pienso que debemos de leer el texto sin necesidad de que quien lo haya escrito condicione fondo o forma por el hecho de ser mujer u hombre. En México aún es difícil romper esos estereotipos. Más allá de este comentario desafortunado, me parece, las palabras de Castillo permiten hilar la poética de Solórzano, quien se pone en la piel del genio de Bohemia, pero también en boca de los espacios y los objetos que pudieron rodearle: «y entre las trampas de la lengua / van tus pasos» (42). Entre las atmósferas que cuestiona se instala una filosofía de la composición o de qué es un poema: flor que crece entre la nieve y no se puede tocar sin sangrar. Me quedo con el final del poema «Espíritus», dedicado a Cristina Rivera Garza:

[...]
Mientras él revierte
él sube, él sabe, él dice,
él mueve, él coge
porque él tranza

¿Ella sirve? (59)

Las constantes preguntas nos llevan a replantearnos la naturaleza del verbo. Nervio náufrago (La Zonámbula, 2011) empieza de nuevo con algunas prosas que anteceden a imágenes y retratos cotidianos. Los títulos entre paréntesis y siempre en minúscula nos sitúan ante lo que podría ser un arte de vida. La ambivalencia del sí y del no pacianos concluye escenas de ritmo decadente, por ejemplo, en el poema «dentro»: «[...] mi voz te envuelve / te sostiene lejos del poder / que gira su rosca y reanuda su rabia / dentro y fuera / donde nosotros caemos / de donde nos escapamos» (25). Asimismo, la flor que veíamos crecer anteriormente es ancla o punto de origen y destino; es decir, los símbolos de Solórzano van comunicando poemas y poemarios que hablan de la familia, la memoria y las pérdidas. Al respecto encontramos los comentarios de Jorge Orendáin o Luis Rico.
La cubierta pertenece a un grabado
 de la propia Solórzano
            En tercer y último lugar, Oración vegetal (2015) muestra en tres partes: la que da título al poemario, «Jardín despojado» y «Vínculos» cómo desemboca el instante poético que ha ido cultivando en los otros libros, ramificaciones de un tallo sólido. Los versos cortos, sin puntuación, delicados y de tamaños, tiempos y espacios entrecruzados del poema «ramas» pueden representar la poética de la tapatía:

El pasado
espera en el presente
el vuelo
hacia el futuro
del pájaro
que deshaciéndose
del tiempo
vuela incesante
teniéndose tan solo
dentro de sí (14)

Sin querer hacer una comparación o un seguimiento de las correspondencias que establecía Castillo, destacaremos la yuxtaposición, la narratividad y el ensimismamiento de pequeñas estrofas en torno a una reivindicación del tacto vegetal a merced del viento: la inspiración. Sin ser un canto a la ecología, Solórzano nos recuerda la presencia que tienen todos los seres vivos en nuestra forma de pensar y relacionarnos.
            La autora de Un rosal para el señor K forma parte de la Poetas siglo XXI, Antología mundial que edita Fernando Sabido Sánchez. En esta muestra vienen el texto de Jorge Orendáin al que nos referíamos anteriormente, así como el poema «Lobo de labio», también presente en El Cálamo o en Transtierros.
            Solórzano no es una poeta que aparezca en los constantes y repetitivos cánones de México, pero ofrece una poética para nada previsible y rica en la ligazón con la dimensión social que estudiamos y el diálogo con otras artes. En este sentido, quizá tenga que ver su formación en psicología, por la Universidad de Guadalajara, y en Artes Visuales, por la UNAM. Busquemos sus libros y disfrutaremos de un ejemplo claro de la poesía desde la academia y la tradición.

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