Imagen de Anaclara Muro en el Periódico de Poesía de la UNAM |
¿Claridad de mi locura o confusión de los espejos?
Álvaro
Luquín
Álvaro Luquín (Guadalajara,
1984) ha publicado Praderas silenciosas (La Zonámbula, 2011), Blanco sucio (filodecaballos, 2013), Panóptico (Bonobos, 2015) y Grandes distancias (filodecaballos,
2017); poemarios que, salvo este último, podemos leer en el Archivo de Poesía Mexa como una forma de unir lo audiovisual con el metraje lírico.
El tapatío está presente en revistas
digitales como El Humo,
Vallejo & Co., Crítica,
La Rabia del Axolotl, Cráneo de Pangea o Jámpster.
Además, formó parte del reciente Encuentro Nacional de Poetas Jóvenes: Ciudad de Morelia 2017. El descrédito
humano que señala José Antonio Neri Tello en Página 24 queda patente en la antología que Luquín publicó el año pasado, La gente es el peor invento del hombre
(El Viaje, 2016). «Para acercarte a temas cotidianos debes alejarte a la vez de
ello, verlos desde muy fuera y a la vez darle la vuelta, ver qué aristas te van
mostrando y ver por dónde puedes atacar en la escritura». Veamos los bienios
poéticos.
Praderas
silenciosas (2011) está compuesto de poemas muy breves, sin título (a excepción
de la terca parte), que tienen como tema la blancura de la enfermedad y sus
alrededores. Aséptica, la voz narra un estado de ánimo contagioso. Tres partes
marcan la evolución del libro: «Sombras», «Sólo la luz, el silencio» y «Comportamiento
(actual) de especies extrañas». El rito de paso se consigue cuando uno mismo se
escucha:
Más allá de la noche y de
los canales del cielo
me visita la sombra
paternal.
Muere el pájaro que anida
en mi cuerpo
la infección fermenta mi
sangre
y aparece una vejez
prematura.
Ya no siento plumas ni
espinas
tan sólo escucho por la
noche
gritos maternales. (17)
Luquín
compagina la cadencia clásica del verso que suena con el dolor del tema que callamos.
A veces se acerca al haiku. La mitología, la religión y la filosofía se unen
por la muerte y sus interrogantes. Los insectos discurren con cautela por un
horizonte que dibuja las capas de la memoria y la vesania. De este modo, lo onírico
desmantela una depresión. El entomólogo la analiza con la precisión de un par
de versos que sugieren, por los espacios en blanco, una retahíla de
sensaciones: «Cuando el día no olía a muerte / despertaba por la noche» (40). Tal
idea insomne se retoma y se matiza posteriormente: «El error era pensar que
encontraba / la mañana entre los muros de la noche» (52). Pese a la soledad, la
familia y el suicidio, este primer poemario apunta una poética que irá desarrollando
la plasticidad de las imágenes inspiradas, entre otros, por Gamoneda.
Blanco
sucio (2013) se abre en la cubierta con una ilustración de León Plascencia Ñol, la cual deja entrever las manchas mentales que vimos con Vicente Quirarte, Cristina Rivera Garza, Alejandro Tarrab o Esther M. García a raíz del duelo, el dolor, el suicidio o la violencia. Este, a priori, oxímoron se estructura en
cuatro partes o márgenes del historial clínico: «Miscelánea
del trastorno», «Retrato de familia», «Fueron aquellos fenómenos» y «Sobrecalentamiento»
(aunque el índice recoge esta última parte como «Curiosa tormenta»). Las
costumbres y las nuevas tradiciones no son inmaculadas para el texto que va en
contra del blanqueo moral. Destaca la crítica, no exenta de ironía: «Pero a
veces ocurren “milagros”, / sobre todo en los manicomios» (24). El trastorno
abarca distintas geografías y alteraciones de expresiones populares. La poética
de Luquín se sostiene cada vez más por la fluidez y el diálogo intertextual. El
lenguaje coloquial da pie así a un fondo complejo y plurisignificativo:
El regalo perfecto
Confundió el mero 24 de
diciembre,
el jugo del pavo con la
sangre del marido
en su cuchillo
inoxidable.
No les dijo nada a sus
hijos;
de hecho siguió cortando
y repartiendo rebanadas.
Por dentro, su risa era
interminable. (40)
En
este sentido, la receta de cocina ficcional, anónima, contrasta con la empatía
que veíamos con Daniela Sol. La segunda persona del singular y un posible narrador omnisciente le
dan una de cal y otra de arena a una esperanza humana en la que «Ojo: el rojo
anillo de la muerte hace referencia a la falla por sobrecalentamiento de algunas
consolas Xbox 360» (73).
Panóptico
(2015) mereció el primer lugar de la Bienal de Literatura Joven Hugo Gutierrez
Vega 2014. En tres secciones («Se forma en la habitación», «El contexto largas
uñas» y «Un ejemplo de la jurisdicción») ofrece una panorámica particular de su
universo literario. Al fin y al cabo, el poeta puede ver todo lo monstruoso que
habita en la estética del lenguaje. El rostro se refleja en nuestros ojos fríos:
Te comiste la
botana del moribundo;
el vodka desapareció y
todavía pides
más salsa Tabasco.
¿Sabes lo que es morir de
hambre
y lucidez? (22)
Álvaro
Luquín, de la mano de los también tapatíos Ricardo Castillo, Luis Vicente de Aguinaga o José Eugenio Sánchez, se acerca, irreverente, a la riqueza de la poesía
mexicana contemporánea.
En definitiva, el autor de Grandes distancias nos muestra cómo lo
dionisíaco y lo apolíneo cellisquean con la palabra exacta de lo intangible. Con
algunas prosas, asonancias o erratas, lo espiritual nos pertenece; y la poesía
aún puede expresarlo. Como lo hace en su último libro, subido ya al archivo mencionado, Musulmán (2018).
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