una vez más,
por este libro.
En las púas de un teclado (Lacanti / Mantarraya Ediciones / Hostería La Bota,
2018) es el reciente poemario de Camila Krauss (Xalapa, Veracruz, 1976): una peculiar y sugerente denuncia de la barbarie
que sufren quienes integran el canal mediático del siglo xxi.
José Manuel Vacah lo reseña en Sin Embargo destacando las cuatro
emociones que motivan y sostienen este libro: «el dolor, la cólera, la
indignación y la desesperanza». La jarocha, en su página web,
explica que empezó a escribir estos poemas en 2011, cuando se desató la
violencia en México; y que ahora presenta, además de la publicación en papel, una
aplicación
que diseñó hace años para tabletas y teléfonos donde tener una experiencia de
lectura interactiva y fragmentaria, similar, pensamos, a las noticias que nos
llegan cada día.
Los editores de este libro, Efrén
Callejo Macedo, Adrián Calera-Grobet y Antonio Calera-Grobet, apuestan por una
lectura libre de la poesía (considerada, en algunos casos, experimental) como
veíamos con Isabel Zapata en Las noches son así. El diseño
de Benito López Martínez y las ilustraciones de Iván Mejía complementan textos que
generan un mayor impacto con la plástica, aunque si se leen en voz alta, sin
más apoyo que la oralidad, consiguen igualmente transmitir el desconsuelo de
quien escriben entre un clima de terror. El tono juguetón de los cuerpos ahorcados,
por ejemplo, reduce el golpe en un país de contrastes. Desalambrar la poesía es una de las salidas (de emergencia) entre
trending topics y memes. «Punza con rabia la autocensura y la sensación de que
la metáfora está muerta» (9), dice la autora en el prólogo de este libro.
Las siete partes que lo integran corresponden
a eso que venimos llamando dimensión cívica. El espacio urbano se liga con la
denuncia, sin panfletos, de las normas que merman la habitabilidad: «Un país de
malaespina», «Mi ciudad es el continente», «Pero la calle sí la encarpetaron», «El
eje de la ruleta parlanchina», «Alacrán de caucho», «Por el sereno sin lloros» y
«Mayordomía de los fantasmas»; en diálogo con Emilio Lledó, Efraín Huerta,
Jorge Semprún, el periódico El País o
Mark Doty, de manera explícita a través de los epígrafes.
El
poema «malaespina» (presente en la revista El Humo o en Tercera Vía), fechado en septiembre de 2011 y acompañado de recurrentes
alambres que son tan virales ahora desde el tema de la frontera, tiene en su
sonoridad un ritmo y una reivindicación que podría ser entonado por cualquier cantautora
en el Zócalo de cualquier ciudad mexicana en la noche del 15 de septiembre,
cuando grita (contra) el «gobernante monigote» en la «malicia del país / como
la rosa y su espina» (13). La urbe (y ubre) anónima, «ciudad x» (19), «Mandrópolis»
(21), «Ciudad de La Letra» (25), se asienta en un cúmulo de historias
representadas en la guía telefónica, recortada y tachada por el amarillismo de la
comunicación. El verso preciso perfora la metrópolis sucia, de noche, contra el
suicidio: «muere la cultura del papel y del lápiz / Beijing en coma, 2 de
octubre, más memoriales» (49), a cincuenta años de Tlatelolco, «civilización es
una palabra para la capacidad del riesgo mínimo» (53) y «Europa ve la austeridad
como un avance / el contrato social es ganarse un lugar virtual en el espacio»
(54). Las rimas internas en los golpes de la primera vocal dan origen a blancos
(¿puros?) que encierran y dan refugio al texto que destaca también sobre un
mapa gris de la ciudad de México. La autora de Sótano de sí (2013) lleva a cabo una genuina apropiación del
discurso mediático y el problema global queda patente entre comillas que
rescatan testimonios y voces: «Los patriotas no leen y dios no da marcha atrás»
(37).
En
la concisión destaca aflora la intrahistoria, el humor, la sátira y el aforismo
que va desencriptando esa otra poesía que no acababa de sostenerse por una forzosa
innovación. Krauss demuestra que lo experimental sigue estando ligado a lo
cotidiano, a la naturalidad del lenguaje. El artificio cabe en un par de versos
que llenan un fondo de ilegibles páginas arrugadas y demuestran que la metáfora
sí existe: «los ojos te brillan de odio / coágulos de algún esfínter» (63).
Del
versolibrismo a la prosa, la rima y el ritmo reclaman que «dejen de sonar
teclas / comunicación impertinente» (47). La decadencia (de Occidente), la
banalización de lo noticioso y el paréntesis de la profesionalización conforman
el nuevo horror vacui de la coloquialidad que
evade toda fragilidad en
un simposium
en el eje de su ruleta
parlanchina
ironiza el cocainómano:
‒“¿No que a todos nos
habían hecho del polvo?” (56)
Lo visual, el retrato
social y digital historian la poesía desde el papel común, aunque no estoy de
acuerdo con el excesivo hincapié que se hace de la guía telefónica como fondo
de pantalla o marca de agua. Me parece propositivo el anacronismo, pero
podríamos echar mano de otros soportes más ricos y vinculados con el tema;
pienso, por ejemplo, en un timeline de Twitter donde se tache el nombre (y, por
qué no, también el mensaje) de cada perfil. En cualquier caso, el amarillismo
es incoherente para la modernidad digital. Con este fondo, pretexto, contexto,
paratexto incluso, se retoma la idea de la tachadura y la borradura en la poesía mexicana contemporánea como técnica recurrente en
la economía del lenguaje, el collage, la apropiación discursiva de la liquidez
mediática del tercer milenio en la madurez de la joven poesía mexicana.
La
intertextualidad, con la maestra María Teresa Miaja de la Peña, de los últimos versos regresan a la tradición En las púas del teclado; y también
retornan, me parece, a la conciencia estética y a la educación sentimental, al
trabajo de las emociones primarias para ofrecer desde la poesía una denuncia del
conflicto humano (y literario) desde la estructura tripartita que vemos desde
Vicente Quirarte, a propósito de Arnold van Gennep: separación, iniciación y
retorno. Con la dedicatoria final («A Regina Martínez, asesinada el 28 de abril
de 2011, y a los periodistas que han sido asesinados y a los que aún arriesgan
su vida. // A todas las personas que, a pesar del dolor, viven. // A todos los
huérfanos y las víctimas fatales de la violencia en México», 87) nos damos
cuenta de que este es un poemario sobre la violencia, pero sin dramatismos,
recogiendo el testimonio y agrupando las voces y las escenas, en la tónica que
veíamos con Diana del Ángel en Procesos
de la noche.
Pp. 50-51 |
El tono
autobiográfico (82) y ciertos personajes son comunes a otros géneros que
también se vienen cultivando en México, pensamos en Brenda Lozano y su cuento «Un
gorila responde», incluido en Palabras mayores. ¿Cómo afecta la tecnología en los medios de comunicación que
se acercan a la literatura, a la poesía? Sobre tal cuestión reflexiona la propia
Krauss en la revista Replicante.
Pp. 52-53 |
Camila Krauss ofrece una poética
que concentra la estética del lenguaje, la filosofía de la vida y la cultura
tecnológica. Sus versos logran el ritmo de una voz propia que se corresponde
con la actualidad desde una tradición centenaria, tal como lo estudia Alejandro Higashi a propósito de El ábaco de los acentos (2008), su segundo poemario, después de La consagración de la primavera (2003).
Con este libro podemos entender el
golpe sobre el periodismo, la ciudad y los discursos de odio. Con la autora, cada
cinco años, la poesía mexicana contemporánea ofrece un atrevimiento y un
compromiso garantes de la escritura del dolor.
En YouTube podemos
escuchar a la poeta que homenajea a Gonzalo Rojas o dar un paseo por el libro En las púas de un teclado.
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