Animal doméstico (Juan Malasuerte, 2017)
es el poemario de Andrea Alzati
(Guanajuato, 1989) que muestra los límites de lo humano y lo animal en un espacio, el doméstico, extendido en la
dimensión cívica más allá de habitaciones concretas de una casa para narrar escenas
de la intrahistoria y de la violencia que altera la habitabilidad urbana.
Aunque la autora aparece en la revista Cuadrivio, Vallejo & Co., Circe o Fractal,
di con este libro por el dossier «La
última palabra: a 50 años del 68» que el Periódico de Poesía de la UNAM publicó en
la víspera del 2 de octubre. Allí, junto a otros textos, venía su «Borradura de Palinuro de México. Notas para un performance conmemorativo»: obra que se puede seguir en sus distintas fases
a través de su página web: http://www.andreaalzati.com/,
resultado de sus blogs anteriores: poetificaciones y tareas expuestas.
En febrero, marzo y mayo de 2018,
respectivamente, reseñaron Animal
doméstico Mario Pera en Vallejo & Co., Patricia Arredondo en Oculta Lit y M. S. Yániz en Excavaciones;
destacando: la infancia, la madurez y la cadencia; el color de la luz al apagarse;
el (más despierto) activismo y lo cotidiano. No creo, sin embargo, que sea una
poesía cotidiana, sino coloquial: las disquisiciones surgen de elementos
aparentemente simples, pero la clave está en la capacidad para articular un
peculiarísimo juicio sobre ellos, en verbalizarlos y expresarlos con nitidez, y
no tanto en la rutina o en los ritmos del día a día; al contrario, explota lo
inusual.
Las partes que estructuran el libro
son celdas de «miel», «huevo» y «leche»; es decir, reductos para las especies
que laboran a la postre lo que consumimos como humanos. La anáfora suena
paralela a lo silente; el recuerdo de una mascota que era animal. Lo surreal y
lo onírico construyen imágenes que son Postales y Espejismos. En primera persona retrata la sociedad del siglo xxi mediante seres gregarios: «también lo
transgreden las antenas manecillas del reloj tiempo hormiga, / camino minúsculo
inevitable que tienes en el anverso de la lengua» (16). Al que me parece su
mejor poema, «memoria» (25-26), le quitaría los tres versos que preceden al
final y así («un animal salvaje») sería una garra cautelosa en lo alto de la
página blanca. En el último texto:
[…]
por debajo de todas las puertas
entraban
ríos
de
leche
hirviendo
[…] (68)
Una palabra basta
al final para cambiar el tono y convertir lo que parece un dulce deseo de abundancia
en una urbana quemadura mamífera.
Con la oscura coloquialidad de Eva Castañeda, el ímpetu de Ánuar Zúñiga Naime y el alimento que narra Isabel Zapata, por más poemarios de Andrea Alzati.
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