Armando
Alanís Pulido
Balacera (2015) es el poemario con el que Armando Alanís Pulido (Monterrey, Nuevo León, 1969) recibió una Mención honorífica
en el Premio Internacional de Poesía Gilberto Owen Estrada 2014-2015. Con la
precisión y la crítica que veíamos en Narciso, el masoquista (2015) desarrolla ahora el problema de la
violencia resignificando los espacios públicos del crimen y de la creación.
El jurado, compuesto por «los poetas
Mohsen Emadi, de Irán; Joan Manresa Matorell y Juan Carlos Pajares, de España;
Francoise Roy, de Canadá, y Subhro Bandopadhyay, de India» (4) destacó la
capacidad para expresar la violencia a través de un fino humor negro que
explota la brevedad.
El 15 de enero de 2018, cuando
Alanís Pulido cumplía 49 años, Javier Moro Hernández publicó su entrevista en La Jornada Aguascalientes. El creador de Acción Poética
explica que «tomo notas de periódicos, encabezados, declaraciones de
funcionarios, todo lo que tuviera que ver con la violencia, y es que además
todo tenía que ver, porque se volvió parte de nuestra cotidianidad, por
ejemplo, la palabra balacera salía todos los días en los medios, la escuchabas
todos los días en la radio y en la televisión, incluso la podías oler por las
cercanías».
Son numerosas y reconocidas las
reseñas sobre Balacera, por lo que
destacamos únicamente la de Margarito Cuéllar en Nexos: para quien habla «de
un país lleno de agujeros y de una patria cayéndose a pedazos; pone en
evidencia la ya no tan suave patria de López Velarde desde una intertextualidad
que lo mismo cubre sus versos con ropas del habla callejera, el lenguaje del
narco, los resquicios del pop y las constantes de la narcocultura norteña».
En esta línea va el prólogo de Élmer
Mendoza: «La estética de la fineza del lenguaje y la forma se diluye en el
estruendo de un tema que todos los días es alimentado con las víctimas que
faltaban» (11). Ahora bien si como dice Alejandro Higashi en «La forma como resistencia» del Periódico de Poesía de la UNAM, a propósito del cincuentenario del 68, «hay
una tendencia a pensar que la poesía mexicana abandonó la protesta ante la
obstinada sordera de las instituciones políticas (y, claro, la censura
violenta), más bien aprendió a plantear los grandes problemas sin estridencia y
a mirar la realidad como un componente irrenunciable del poema moderno»,
también es cierto que la dimensión cívica y los contextos de violencia se
exploran en el poema desde la coloquialidad que facilita el testimonio, con la
sonoridad y asonancias propias del rap que cualquier poeta evitaría y con una
rabia que busca, como muestran Óscar de Pablo o Heriberto Yépez, más la razón poética que la pasión ciudadana.
Si el sexto epigrama para la
desamada que en 1978 publica Vicente Quirarte en Teatro sobre el viento armado, recogido en su obra (ya no) completa
Razones del Samurai, comienza
diciendo: «Leo el encabezado del periódico: / aparece en primera plana / que ha
aumentado el precio de la gasolina» (2000: 41), en Armando Alanís esa «noticia»
tan tradicionalmente ajena a la lírica, pero decisiva para muchas familias, se
debe tornar ahora por el compromiso del primer poema de Balacera, titulado «Zetas»: «Los que encabezan las notas de los
periódicos / deben ser los poetas, no otros» (23). No al amarillismo, pero
sobre todo: no a la violencia. Y para ello Alanís se vale todavía del ya
mencionado humor, acabando así el poema: «Los que tienen mala ortografía / son
otros (y también algunos poetas). // Los de la letra / deberían ser los poetas,
no otros» (23). Representa de este modo al género aforístico: «Antes de la
decapitación, había perdido la cabeza» (24), incluyendo tales juicios en una
ristra de imágenes que nos retratan y se sostienen. El hipérbaton rompe el
verso para no olvidar, pese a la escasez de tiempo, el estado de ánimo: «Corta
es y triste nuestra vida» (31); pesadumbre que se concentra en el poema que
dedica al también poeta mexicano Javier Sicilia (cuyo hijo fue asesinado):
«Todas las preguntas tienen respuesta». En dicho texto en prosa, los interrogantes
se suceden hasta el final: «¿Qué es más lamentable, las declaraciones o el
silencio? / […] ¿Por qué me hago tantas preguntas? ¿Para qué sirve un poeta?»
(34). Un poeta sirve para expresar de otro modo la balacera, para criticarla,
para intentar mitigarla, para dar ánimo y alerta a quienes la sufrieron o la
evitan. Ni pienso que todas las preguntas tengan respuesta, ni creo que este
sea el objetivo de aquellas. Tampoco estoy de acuerdo con anteponer la
nacionalidad a la vida: «[…] cuentan más (entiéndanlo, contadores) por
mexicanos que por muertos» (35). Después de la sección titulada «Bala perdida» rezuma
algo de esperanza en «Se balacean poetas a domicilio». Las modificaciones y
actualizaciones de ciertas expresiones populares, unidas a ciertas
paronomasias, provocan una sensación de inseguridad y desplante. ¿Quién
balaceará a un poeta después de haber leído su poema? ¿Quién leerá un poema?
II. ¿Cómo se
defiende un poema a sí mismo?
a) Con un chaleco antibalas.
b) Escapando de las trampas en una metáfora blindada.
c) Reinventando un destino al cual aún no pertenece.
d) Implicando una falta de explicación
[generada intencionalmente.
e) Inventando una guerra.
f) Todas las anteriores (59).
El resultado del test
es no apto para cardiacos; pues, seguidamente, en «Chulas fronteras» nos damos
cuenta del †error. El pequeño paso horizontal se cruza y es atravesado por la
caída vertical, pero inversamente, de nuestros derechos. En «Tijuana» reescribe
el famosísimo poema de Ramón López Velarde:
Dura patria: permite que en cobijas te envuelva
y que la música de las balas lo resuelva
porque lo sabes: me madreaste por entero
con golpes tendenciosos de los fusiles
entre llantos y gritos de los civiles
y batos de oficio pozolero (67).
Tales recursos son
comunes y hasta reiterativos a lo largo del libro. La incisión de los textos
del regiomontano va ampliándose conforme se suceden las lecturas y el que me
parece su mejor talento: la agudeza verbal de decir lo máximo con lo mínimo.
Para ello dirige «Unas líneas…», «Recordando lo que se tiene que olvidar»:
«Esta ciudad es un sitio sitiado» (80).
Armando Alanís, entre la crónica, el
crimen y el humor (que veíamos con Sara Uribe en Antígona González
o Diana del Ángel en Procesos de la noche) supone un punto importante para la literatura y sus
distintas formas de lectura. Al recoger los testimonios de la violencia desde
diversos medios, como hará Camila Krauss con su libro En las púas de un teclado a propósito de Veracruz, Monterrey explica el conflicto
en el que vive desde hace años México y las formas que en este sentido viene
adoptando la lírica. Al menos los tres últimos textos de Balacera bien merecen recordarse en una barda.
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