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Isabel Zapata (68)
Isabel Zapata (Ciudad de México,
1984) ha publicado este año dos libros fundamentales, de esos que provocan
notas y consultas a otras fuentes para gozar de su inteligencia, la capacidad de
asociar ideas o elementos aparentemente distantes: Una ballena es un país
y Alberca vacía.
Su
constante y precisa actividad como poeta, ensayista, traductora o editora, configura
una poética en obras que vamos a tratar de conectar después de Ventanas
adentro (2002) y Las noches son así (2018); disponible esta última
en la editorial Broken English y en el archivo de Poesía Mexa.
Una ballena es un país (Almadía, 2019) está formado por una veintena de
poemas autónomos que tienen que ver con la ecocrítica.
En este sentido dialoga con El sueño de toca célula (2018) de Maricela Guerrero, quien reseña el libro que nos ocupa en Periódico de Poesía, al tiempo que discurre la conversación de la autora con Héctor González para Aristegui Noticias o la presentación de Jorge Comensal en Este País, después de hacer lo propio en la Casa Refugio Citlaltépetl. Ahora bien, pese a que la defensa de la vida animal es
uno de los temas comunes que podemos extraer de los textos autónomos, me parece
que sus características principales son la sintaxis y el tono con los que
Zapata disecciona la realidad para reconocer la ballena (que puede ser un
pulpo, un pájaro o un perro) como espacio acotado y al mismo tiempo inasible,
de continente; y de ahí el símbolo del poema como isla, el poemario como
archipiélago e, inversamente, las albercas vacías. Y pensamos entonces en la acepción
que Zapata le da a «Orden. Cuando las ve, las islas toman la forma de tu nombre»
(78), así como en el país al que nos hacía viajar Vicente Quirarte en la novela
La isla tiene forma de ballena (2015).
El
primer poema, «Yo no soy de aquí», otorga el sentido ya no al sujeto poético, a
la enunciación, a la negación o al verbo copulativo que se orienta al espacio sino
a la deíxis espacial (que también podría entenderse como temporal, una urgencia
del ahora contra las marcas que ilustra Alejandro Magallanes). De aquí se
consideraba Manuel Iris en la versión bilingüe de su poema «Soy de aquí».
Aunque las fronteras son distintas, los límites (o mejor, los puntos de partida:
la naturaleza y la madre) son ancla inicial también del libro de ensayos de la
poeta Isabel Zapata, cuyo primer texto es «Mi madre vive aquí».
El
siguiente poema, «En el estrecho de Puget», como dice en el apartado final de «Deudas»,
se debe a un «remix de las grabaciones del diálogo que Richard Russell
sostuvo con los controladores aéreos del Aeropuerto Internacional de
Seattle-Tacoma el 10 de agosto de 2018, tras haber secuestrado un avión de pasajeros
de Alaska Airlines» (92). La limpidez gramatical de esta nota no se aleja tanto
de la poesía si la comparamos con las estructuras que emplea Zapata. Fijémonos,
si no, en un verbo que aparece tanto en Una ballena es un país como en Alberca
vacía (pese a que este último libro se publicó un par de meses antes, nos basamos
en aquel que sin duda recibe la etiqueta de poemario). La segunda estrofa del
poema mencionado describe el vínculo del ballenato y su madre mientras Russell despega. Por un lado, los hitos se estrechan en Una ballena es un
país: «Su madre, Tahlequah, mantuvo su cadáver a flote / (sobre su cabeza,
dentro de su boca), / durante casi dos mil kilómetros / hasta que la carne
empezó a desbaratarse» (14). Por otro, esa palabra (desbaratarse) sirve para
describir en el séptimo texto de «Cuaderno de aves», de Alberca vacía, cómo
se desmiembra el habitáculo que también es el cuerpo: «Paredes que no se
desbaratan porque su estabilidad es de otra índole. Nueva definición de hogar:
algo que se (re)construye todos los días. ¿Otra manera de migrar?» (53). Dicho
término se emplea en México como «estropear una máquina» y se forma por el prefijo
que invierte el significado, en este caso, de baratar; cuyo origen incierto nos
remite a la construcción o a la creación de una obra, de un ser, de un
receptáculo. Después de muchos kilómetros la desarticulación de las partes sale
cara. Para Robin Myers, en la traducción: «Walls that don’t crumble because they’re
secured and stabilized by other means. A new definition of home: something (re)built
every day. Another kind of migration?» (119). En lugar de wreck, crumble
mantiene el tono cercano y profundiza más en la inversión del acto que en la
negación del mismo.
En
tercer lugar, «Elogio de lo minúsculo» parte de una cita («La atención es el
principio de la devoción») de Mary Oliver, a quien la misma autora ha traducido.
Sin embargo, en este caso destacamos la convivencia que logra con el ensayo y
la poesía. Se trata de una información que podría aparecer en cualquier tratado
científico (no olvidemos su devoción por la también poeta mexicana Elisa Díaz
Castelo, cuyo poemario Principia (2018) presentó en el Palacio de
Minería y cita al final de Alberca vacía (70) a propósito de uno de sus
poemas, que da nombre al libro de Zapata y a la colección de la editorial Antílope).
Estos son los primeros seis versos que configura Zapata con esticomitia, alguna
rima asonante e hipérbaton propio de la oralidad del lenguaje:
En
la humedad de líquenes y helechos
habitan
osos de agua tan pequeños
que
escapan a la vista:
pandas
transparentes de ocho patas,
invertebrados
de paso tan lento
que
apenas se desplazan por el mundo (17).
El verso libre se vale, en cualquier caso,
de endecasílabos y heptasílabos que también resuenan en prosa. Así ocurre más
adelante en una tríada de 7, 11 y 11 sílabas: «Arder en la parrilla es propio
de la carne que se agota sobre el fuego que inventamos para ella» (27), en los «Pulpos»
sobre los que se habla en verso en Una ballena es un país (aunque la estrecha
caja de texto de Almadía dificulta distinguir los saltos de verso reales: «Tres
corazones en la cabeza y neuronas en los tentáculos: / por eso sienten con el
cerebro y piensan con los pies», 39) y en prosa en Alberca vacía («Además,
tienen tres corazones en la cabeza y las neuronas repartidas en los tentáculos:
sienten con el cerebro y piensan con los pies», 39) o la especie de haiku que
es «Arte menor» (36):
El
microscopio
ventana
al universo
unicelular
(36).
Podríamos detenernos en cada uno de los
textos y establecer una red de significados que esta lectura genera; pero si
algo (entre muchas otras virtudes) aprendemos con Zapata es a acotar, a buscar
la precisión, la especificidad. Cada detalle es la punta (del iceberg, diría
Hemingway) de un proceso que no se advierte (pues los andamios de su obra se
borran con tino). Los textos se sostienen por las relaciones, múltiples. El
cerdo, por ejemplo, en «Se aprovecha todo» (27), lo mismo sirve para los
platillos sobre los que la autora diserta en Hojasanta,
listos para ser degustados e iluminados (pues «su lengua resplandece como
empanizada de luciérnagas», 73) o para las cuerdas de una raqueta con la que se
juega a ese deporte tan cercano a la literatura. Qué decir de las
recuperaciones precolombinas que trabajamos en la Universidad de Alicante a
tenor del poema «Tlacuatzin» (29) o de las postales (complementadas con
fotografías que suele incluir Zapata en sus obras) de «Miembro fantasma»
(44) o el sentido del «movimiento de una colonia de hormigas» (52) que sitúa el
campo de acción en la estructura ensayística del poema «Teoría del caos»; cuya
enumeración de los postulados recuerda a la poética de Heriberto Yépez y al Tesauro (2010) de Karen Villeda que cultiva la propia Zapata en el «Diccionario» de Las noches
son así y en «Diccionario para George, el solitario» de Una ballena es
un país. Pongamos por caso el Hotel Boca Chica de Acapulco que aparece en Las
noches son así y en «Maneras de desaparecer», de Alberca vacía (64).
Son pautas que van desarrollándose y comunicándose en pos de su poética.
Recordemos
que Alberca vacía / Empty Pool (Argonáutica / Universidad Autónoma de Nuevo León, 2019) es una edición bilingüe, con traducción al
inglés de Robin Myers. Recopila nueve ensayos que fueron viendo la luz en
diversos medios y que ahora articulan un hilo conductor de la poética de Zapata
y de su quehacer literario. Sobre
las fotografías que no tomó con su hermano y el paisaje de Javier Peñalosa,
Zapata recuerda ese poema de Mark Strand en el que se dice algo así como: «En un campo yo soy la ausencia de
campo». Lo rememora y, por ello, lo construye la autora en alguna de las
numerosas entrevistas que se suceden en este magnífico año para ella: en Gatopardo, Imparcial,
Amores de garra o el Canal 22.
La
madre, la ausencia, la fotografía, la biblioteca, los perros, la traducción, la
experiencia personal o referencias como Szymborska (a la que la mexicana traduce en La Hoja de Arena y comenta como un ejercicio metapoético) se dan
cita en estas (¿libres?) asociaciones. He aquí un ejemplo de «Mi madre vive aquí»
que tiene que ver con las anotaciones en los libros:
Páginas
enlazadas a otras páginas por la imaginación: separado con una banderita, el
fragmento tiene una anotación al margen con las siguientes palabras de
Nietzsche, He dado nombre a mi dolor y lo he llamado «perro». Puede que
sea imposible conocer a fondo los mecanismos que la llevaron de un punto a
otro, pero algo comprendí cuando, años después, completé su nota con una línea
de Mi vida con la perra, de Francisco Hernández: Tauro: La felicidad
es un saco que me queda grande. También se unieron sutilmente dos de mis
escritoras favoritas cuando, en la página 130 de Revelación de un mundo,
Lispector escribe: Un nombre para lo que soy, importa muy poco. Importa lo
que me gustaría ser. Al lado, un verso de Alejandra Pizarnik: Como
cuando se abre una flor y revela el corazón que no tiene (17).
Y es que lo relevante está en los
márgenes. Dicho espacio conecta con el segundo ensayo, «Contra la fotografía»,
que a su vez se entrelaza con el de Fernando Fernández, «Contra la fotografía de paisaje», o las pautas que nos comparte
Juan José Millás cada domingo en El País Semanal para aprender a leer las imágenes. Con Isabel Zapata, «Las
fotografías no sostienen la memoria: la reemplazan» (22); mientras que con Vicente Quirarte: «El álbum fotográfico no miente. / Pero la vida sí».
Para
la mexicana, Montaigne es el padre del ensayo, quien «propone una respuesta en
el elogio a los animales que hace en su “Apología de Raimundo Sabunde”: un
escepticismo total hacia la superioridad del ser humano» (41). Y siguiendo con
los animales, Zapata establece en «Cuaderno de aves» una taxonomía poética que se
podría vincular a la de María Sánchez.
Estamos ante una ornitóloga del lenguaje que amplía las posibilidades en la plurisignificación
de cierres narrativos que a veces coinciden con el inicio: «Somos lo que ellos
nos están diciendo» (51). Aquí radica su compromiso, su humor («Dos terceras
partes de agua que nunca se toparon con su equivalente líquido», 65) y su
identidad:
No
le guardo rencor a la alberca de casa de mi padre. Así como las albercas no son
su agua ni su forma, sino el espacio que comparten, yo también me he convertido
en un contenedor acuático. Soy donde no estoy: habito el pasado, los recuerdos
ajenos, los espacios donde hubiera vivido tan solo (70).
Es otro el concepto de patria, la deíxis.
Entonces recordamos Una ballena es un país.
Empecé a leer a Isabel
Zapata por Diana del Ángel, que me recomendó su libro Las noches son así. Me puse a estudiarla
y desde entonces sigo todo lo que hace en Letras Libres, Vanosonoro, en la librería Casta Tomada o en la editorial que
fundó con cuatro amigos, Antílope.
De ahí conocí a poetas como Javier Peñalosa o Robin Myers. Las asociaciones dibujan ese espacio blanco que tenemos. Podríamos
detenernos y gozar cada uno de sus textos, ya lo dijimos, pero nos
extenderíamos aún más. Seguiremos escuchándola, pues son libros que merecen varias relecturas. Después de numerosos eventos internacionales, y antes, sin duda, de otras tantas participaciones, los próximos días estará presente en Hay Festival Querétaro.
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