Alfonso Valencia (Pachuca,
Hidalgo, 1984) es poeta, narrador, profesor y parte, junto a Claudia Sandoval y
Arístides Luis, de Dubius Ediciones. A
continuación van algunas notas que me han despertado su poemario El grito
circular de la gota que muere en la piel del estanque (Gobierno del Estado
de Hidalgo / Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Hidalgo, 2014) y su
libro de cuentos, no exento de ese lirismo, Préndete fuego. Cuadernos y
archivos inéditos de Dobais Villafana (Gobierno del Estado de Veracruz,
2017).
Autor,
además, de El libro de las cosas que no sucedieron (Premio de Poesía Efrén
Rebolledo 2008) o Teoría de la precipitación (Premio de Cuento Ricardo
Garibay 2012), construye su poética desde diversos puntos de vista, demostrando
al cabo la hibridez genérica. El hecho de que obtuviera la Maestría en Literatura Mexicana por un estudio sobre la narrativa de Yuri Herrera le
marca, quizá, esa transgresión patente también en su obra.
El
grito circular de la gota que muere en la piel del estanque arranca con una
presentación del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Hidalgo. El
primer párrafo (7) demuestra lo que, como decíamos, está generando Dubius en
Pachuca. La tradición literaria, no solo de México, que Valencia ha ido
conociendo desde su formación académica permea este grito circular que
interroga la burbuja en la que vivimos, con epígrafes sobre el hundimiento y la
destrucción como el de Yehuda Amijaí o Luis Antonio de Villena.
Dos
partes seccionan poemas breves sin signos de puntuación: la libertad es de
quien también se ve reflejado en la primera, «La memoria de los espejos», o en
la segunda, «Cuarto de revelado»; formada a su vez por tres series: «tiempo de
exposición», la que da nombre a esta segunda sección y «exhibición / olvido».
Detener lo inasible parecer
ser el objetivo de quien (re)construye ese sujeto inacabado que se cuestiona al
final de uno de los primeros poemas: «de volver al mundo lo haría sin armas /
¿a quién daña el cuchillo hacia el espejo?» (21). Es una llama(da) de atención a
quien lee, frente al poema: una filosofía de la (in)comprensión, pues «no
entender es luz en sentido contrario» (25). Este último verso citado se
encuentra en la parte superior derecha de la página. El blanco (color y meta)
reverbera hasta la pregunta que nuevamente cierra el vacío de la disquisición
con la que empezábamos este párrafo: «¿cómo volver si nos habita el horizonte?»
(25).
Tal retórica da lugar a
poemas breves con versos dispuestos y sangrados por la página a modo de grito
que acaba confinando un cuerpo sobre el agua. Este es el último poema de la
primera parte:
y qué es volver sino la carne
polvo
y qué cosa sino la mujer que entra
se
absorbe
se
calcifica
y el cuerpo
aliento que flota sobre la confusión de tiempo y materia
la explosión que en silencio
latente espera la orden
la palabra
la fruta
el libro (31)
La definición que Alfonso Valencia
proyecta aquí sobre el cuerpo nos hace pensar en el instante poético que es el
polvo para Gabriela Turner o la violencia y la política que existe tanto para la obra que
estudia como para la que crea Sara Uribe. La preocupación pachequiana por el tiempo es ahora incluso litúrgica.
Acapara la gestación del declive irrefrenable.
En la segunda parte, ese
cuarto de revelado estrecha el texto en una caja / fotografía versal en la que
las líneas verticales encierran y justifican a ambos lados una imagen. La fotografía
es silencio y falta de luz. Por último, entre corchetes cuestiona los límites
que hemos ido mencionando en las últimas semanas a propósito del tópico
manriqueño en un mar que no acaba y no empieza, en una vida, es decir, en un
poema, que no se vale de las comas para dar fluidez, efectivamente, a ese grito
circular.
Préndete fuego. Cuadernos
y archivos inéditos de Dobais Villafana es reseñado con tino por
Alejandro Solano Villanueva en Planisferio, de manera que a continuación
únicamente destacamos algunos rasgos que pueden adscribirse a la poética de
Valencia. Para Solano: «Este libro, dividido en cuatro secciones: tres
cuadernos y uno de archivos digitales, es un intento por estructurar, lo más
posible, la complejidad de un hombre sin rostro, de un ser del que únicamente
quedan los escritos y, por tanto, las ideas plasmadas en ellos».
Ese ser inacabado que
menciona Solano plantea un juego metaficcional como doppelgänger o desdoblamiento
del personaje que escribe, cual sujeto poético, a la manera de Cristina Rivera Garza en La muerte me da y Anne-Marie Bianco. Se abre el misterio en la presentación
de ese joven que intenta suicidarse y deja los textos que ahora Valencia recoge
y puntualiza para su publicación.
La primera parte, «Reconstrucción
del Cuaderno uno [caos: C17 H21 NO4]»,
mantiene la libertad formal de la poética que veíamos anteriormente respecto a
la falta de signos de puntuación, por ejemplo, al tiempo que continúa un
recurso visto, pongamos por caso a Vicente Quirarte, en el Cuaderno de Aníbal Egea, y un desenfreno
erótico-filosófico en analogía con las cenizas y la coca en un implícito
homenaje a Breaking Bad. Lo mismo va del budismo zen de una mamada al
racismo, sumisión, construcción de la identidad que se acercará a Azules versos negros (2019) de Grace Licea
por ese último tono, el negro, como hilo conductor del relato que da nombre al
libro, «Préndete fuego» (25). La naturalidad del adjetivo cercana a La novela zombi (2014) de Ériq Sáñez
pone en el candelero de la literatura mexicana actual la filosofía del poder de
lo escrito (43); así como una confesión de la impuntualidad que caricaturiza y
parodia, quizá de manera autobiográfica, el sentir de jóvenes que crean (y
creen) en el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Como muestra de esa
coloquialidad que sigue profundizando en la cuestión de su poética concluimos
con estos dos pasajes continuos de «Cruda de tres días de encierro en San
Miguel Regla»:
[...]
Algo adentro, un punto en el cerebro, me impide llegar temprano. Ayer estaba en
el restaurante de Mayra, bebiendo una limonada, cuando en realidad debía estar
en la Central de Autobuses esperando a Mar. Lo sabía, y aun así tomaba sorbos
pequeños como si pudiera detener el tiempo. Si me citan a las 12:00, tengan por
seguro que me ducharé a las 11:40, y creeré (de verdad, se los juro) que
llegaré a tiempo. No es que sea un culero que los hace esperar a propósito. Es
más bien un estilo de inocencia: de no aprender de uno. De no saber quién es
uno. O cómo es uno. Eso.
[II]
...llegué
tarde a esto de la Creación Joven porque siempre llego tarde a todos lados. Si
me preguntan qué hacía hace diez años, cuando todos estos ya habían escrito su
primer poemario o su primera novela, no sabría qué decirles. [...] (53)
Imaginen
la conjetura de «La canción de Alfonso X» (63-64). Es posible hacerlo en este
libro. ¿Qué hay de Dobais en Dubius? Alfonso Valencia es una referencia de la
literatura que viene con fuerza desde Pachuca. Podemos leerlo en Dubius, Círculo de Poesía o en su columna de Milenio.
Ahí verán esa ácida poética que sostiene su frescura filosófica y narrativa al
ritmo de lo que nos ocurre y se nos ocurre.
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