domingo, 19 de abril de 2020

Alfonso Valencia


Alfonso Valencia (Pachuca, Hidalgo, 1984) es poeta, narrador, profesor y parte, junto a Claudia Sandoval y Arístides Luis, de Dubius Ediciones. A continuación van algunas notas que me han despertado su poemario El grito circular de la gota que muere en la piel del estanque (Gobierno del Estado de Hidalgo / Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Hidalgo, 2014) y su libro de cuentos, no exento de ese lirismo, Préndete fuego. Cuadernos y archivos inéditos de Dobais Villafana (Gobierno del Estado de Veracruz, 2017).

            Autor, además, de El libro de las cosas que no sucedieron (Premio de Poesía Efrén Rebolledo 2008) o Teoría de la precipitación (Premio de Cuento Ricardo Garibay 2012), construye su poética desde diversos puntos de vista, demostrando al cabo la hibridez genérica. El hecho de que obtuviera la Maestría en Literatura Mexicana por un estudio sobre la narrativa de Yuri Herrera le marca, quizá, esa transgresión patente también en su obra.
            El grito circular de la gota que muere en la piel del estanque arranca con una presentación del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Hidalgo. El primer párrafo (7) demuestra lo que, como decíamos, está generando Dubius en Pachuca. La tradición literaria, no solo de México, que Valencia ha ido conociendo desde su formación académica permea este grito circular que interroga la burbuja en la que vivimos, con epígrafes sobre el hundimiento y la destrucción como el de Yehuda Amijaí o Luis Antonio de Villena.


            Dos partes seccionan poemas breves sin signos de puntuación: la libertad es de quien también se ve reflejado en la primera, «La memoria de los espejos», o en la segunda, «Cuarto de revelado»; formada a su vez por tres series: «tiempo de exposición», la que da nombre a esta segunda sección y «exhibición / olvido».
Detener lo inasible parecer ser el objetivo de quien (re)construye ese sujeto inacabado que se cuestiona al final de uno de los primeros poemas: «de volver al mundo lo haría sin armas / ¿a quién daña el cuchillo hacia el espejo?» (21). Es una llama(da) de atención a quien lee, frente al poema: una filosofía de la (in)comprensión, pues «no entender es luz en sentido contrario» (25). Este último verso citado se encuentra en la parte superior derecha de la página. El blanco (color y meta) reverbera hasta la pregunta que nuevamente cierra el vacío de la disquisición con la que empezábamos este párrafo: «¿cómo volver si nos habita el horizonte?» (25).
Tal retórica da lugar a poemas breves con versos dispuestos y sangrados por la página a modo de grito que acaba confinando un cuerpo sobre el agua. Este es el último poema de la primera parte:

y qué es volver sino la carne
                polvo
y qué cosa sino la mujer que entra
                se absorbe
                                se calcifica

y el cuerpo
aliento que flota sobre la confusión de tiempo y materia
la explosión que en silencio
latente espera la orden
la palabra
la fruta
el libro (31)

La definición que Alfonso Valencia proyecta aquí sobre el cuerpo nos hace pensar en el instante poético que es el polvo para Gabriela Turner o la violencia y la política que existe tanto para la obra que estudia como para la que crea Sara Uribe. La preocupación pachequiana por el tiempo es ahora incluso litúrgica. Acapara la gestación del declive irrefrenable.
En la segunda parte, ese cuarto de revelado estrecha el texto en una caja / fotografía versal en la que las líneas verticales encierran y justifican a ambos lados una imagen. La fotografía es silencio y falta de luz. Por último, entre corchetes cuestiona los límites que hemos ido mencionando en las últimas semanas a propósito del tópico manriqueño en un mar que no acaba y no empieza, en una vida, es decir, en un poema, que no se vale de las comas para dar fluidez, efectivamente, a ese grito circular.
Préndete fuego. Cuadernos y archivos inéditos de Dobais Villafana es reseñado con tino por Alejandro Solano Villanueva en Planisferio, de manera que a continuación únicamente destacamos algunos rasgos que pueden adscribirse a la poética de Valencia. Para Solano: «Este libro, dividido en cuatro secciones: tres cuadernos y uno de archivos digitales, es un intento por estructurar, lo más posible, la complejidad de un hombre sin rostro, de un ser del que únicamente quedan los escritos y, por tanto, las ideas plasmadas en ellos».
Ese ser inacabado que menciona Solano plantea un juego metaficcional como doppelgänger o desdoblamiento del personaje que escribe, cual sujeto poético, a la manera de Cristina Rivera Garza en La muerte me da y Anne-Marie Bianco. Se abre el misterio en la presentación de ese joven que intenta suicidarse y deja los textos que ahora Valencia recoge y puntualiza para su publicación.
La primera parte, «Reconstrucción del Cuaderno uno [caos: C17 H21 NO4]», mantiene la libertad formal de la poética que veíamos anteriormente respecto a la falta de signos de puntuación, por ejemplo, al tiempo que continúa un recurso visto, pongamos por caso a Vicente Quirarte, en el Cuaderno de Aníbal Egea, y un desenfreno erótico-filosófico en analogía con las cenizas y la coca en un implícito homenaje a Breaking Bad. Lo mismo va del budismo zen de una mamada al racismo, sumisión, construcción de la identidad que se acercará a Azules versos negros (2019) de Grace Licea por ese último tono, el negro, como hilo conductor del relato que da nombre al libro, «Préndete fuego» (25). La naturalidad del adjetivo cercana a La novela zombi (2014) de Ériq Sáñez pone en el candelero de la literatura mexicana actual la filosofía del poder de lo escrito (43); así como una confesión de la impuntualidad que caricaturiza y parodia, quizá de manera autobiográfica, el sentir de jóvenes que crean (y creen) en el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Como muestra de esa coloquialidad que sigue profundizando en la cuestión de su poética concluimos con estos dos pasajes continuos de «Cruda de tres días de encierro en San Miguel Regla»:

[...] Algo adentro, un punto en el cerebro, me impide llegar temprano. Ayer estaba en el restaurante de Mayra, bebiendo una limonada, cuando en realidad debía estar en la Central de Autobuses esperando a Mar. Lo sabía, y aun así tomaba sorbos pequeños como si pudiera detener el tiempo. Si me citan a las 12:00, tengan por seguro que me ducharé a las 11:40, y creeré (de verdad, se los juro) que llegaré a tiempo. No es que sea un culero que los hace esperar a propósito. Es más bien un estilo de inocencia: de no aprender de uno. De no saber quién es uno. O cómo es uno. Eso.

[II]

...llegué tarde a esto de la Creación Joven porque siempre llego tarde a todos lados. Si me preguntan qué hacía hace diez años, cuando todos estos ya habían escrito su primer poemario o su primera novela, no sabría qué decirles. [...] (53)


            Imaginen la conjetura de «La canción de Alfonso X» (63-64). Es posible hacerlo en este libro. ¿Qué hay de Dobais en Dubius? Alfonso Valencia es una referencia de la literatura que viene con fuerza desde Pachuca. Podemos leerlo en Dubius, Círculo de Poesía o en su columna de Milenio. Ahí verán esa ácida poética que sostiene su frescura filosófica y narrativa al ritmo de lo que nos ocurre y se nos ocurre.

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