Esfinges de hojarasca (Diablura Ediciones, 2015) es un poemario
en el que Heber Quijano (Metepec,
Estado de México) expresa con aguda calentura el sufrimiento ante la
enfermedad, la pérdida y el duelo de su papámamá.
Premio
Internacional de Poesía «Gilberto Owen Estrada» 2006 y Presea Metepec 2014,
Quijano se adentra con este libro en el siempre difícil terreno que es la escritura del dolor. Después de tratar el erotismo a propósito de José Cruz o en poemarios como Derroteros del alba (variaciones sobre
el deseo) (2007), reseñado por Margarita Hernández Martínez, el docente y locutor de radio reconstruye,
según Andrea Barreto en Lector 24: «el dolor y la insignificancia humana frente a
la muerte, a través de juegos de lenguaje perceptibles sólo si se atribuyen a
la armonía sonora de la lectura en voz alta».
Como
lo apunta Lonely Wolfi en su blog, el poeta recrea en este libro una historia personal del
padecimiento ante la muerte del padre, pero es incluso mayor su obra si se considera
esta una esfinge (en la tradición egipcia o griega) que aflora con el despojo
natural, esas hojas que resuenan con las figuras retóricas que domina, como se
decía anteriormente. Si pensamos que el poema no admite explicación sino
interpretación, podemos detenernos en el que abre el libro tras un epígrafe de Octavio
Paz que representa ese sentido inverso y oweniano que es crecer con la caída:
Emergencias
modulan
el compás las sirenas
que
gotean con su diástole
los
semáforos de arena
su
eco desgarra el ardor
sobre
tu epitelio navega
la
xilocaína y en la quijada
el
filo de Caín su queja
inflama
el fardo de tus flemas
bajo
el légamo de la mortaja
truena las sirenas otean
oleadas
de espamos
en
las ventosas de las boquillas
en
que supuran tus pulmones
–al
compás del alquitrán–
su
hemorragia mortecina
detrás
de cada cortina
se
condensan las medicinas
en
el mar de las sirenas
se
aglomeran en películas viscosas
punzan
clavos nariz ardiendo
se
agrietan escaras
que
efervescen de hervor
escarapeladas
cáscaras epidérmicas
las
pústulas hinchadas
al
fin desfilan las camillas
con
la mordaza de la asfixia
me
pregunto
si el canto de las sirenas
te despierta (9-10)
Este poema desgarrador por ser ejemplo de la
unión paciana que es forma y fondo, dará paso a las tres secciones de Esfinges
de hojarasca: «Catástrofe», «Mortuoria» y «Coloquio de fantasmas». La ausencia
de puntuación a lo largo de los poemas hacen que estos formen una historia que
continúa en sus tres fases. La primera escena, cual prólogo, se dedica al
objeto que inspira el ejercicio de escritura antes, durante y tras su muerte.
La descripción de la prisa ante una situación de urgencia, representada
enseguida por el título del texto, va bombeando al ritmo de la ciudad. El
movimiento del corazón está marcado por semáforos que no se ponen en verde y
dan paso, intuimos que en la mente de ese sujeto poético que vuelca y traslada
la desazón, al instante en una eternidad del verso que, como las sirenas (de la
ambulancia y de la mitología que cantan y atraen para hacer sufrir), truena en
un espacio, un hueco y un silencio que llenan en el mismo verso lo que aparentemente
podríamos considerar asonancias. El caudal discurre hasta la repetición del
cierre vocálico en mortecina, cortina o medicinas,
en la parte central, climática; pueden simular ese eco ensordecedor de las
sirenas que enmudece hasta explotar en el lenguaje esdrújulo «escarapeladas
cáscaras epidérmicas / las pústulas hinchadas»; mientras tú, la tercera deja
lugar a la segunda persona, pasando por la primera, sigues durmiendo o soñando.
Además
de lo dicho, el logro de Quijano se concentra en la elección o creación de
palabras como el verbo «efervescen». El sonido, destacado por Barreto, impregna
la medicina en la piel que toca en medio del caos y segundos antes de la catástrofe.
Detenernos en ese pórtico nos permitirá ir degustando (valga la paradoja) el
padecimiento de un hecho que termina siendo estético por la conjunción del
lenguaje aséptico con la emoción. Las vocales se abren cual paronomasia en
decasílabos: «En vilo vela la luz cardiaca» (15).
El
final en dos puntos (única puntuación, clave para León y Ruiz-Pérez semanas
atrás) conecta con la siguiente fase: mortuoria. En este sentido, al comenzar varios
poemas con conjunciones copulativas o adversativas hace notorio el continuum
y el debate en forma de monólogo o diálogo que recupera en cursiva la voz enferma.
Un tema como el suicidio,
tan presente en la poesía mexicana, forma parte de las esfinges por omisión;
esto es: la muerte tras el sufrimiento hace pensar en el huérfano si el fin
voluntario hubiera paliado o adelantado los sentimientos que ahora provocan la
escritura, esa frágil mas poderosa imagen corpórea.
Por
otro lado, además del oído que resuena y marca el silencio del eco, la imagen
se sostiene con metáforas sumamente tiernas para definir el ataúd: «dentro del
cóncavo túnel de pino» (31) o la «urna funeraria» (25, 43)
que en su adjetivo presenta términos tan opuestos como la misma urna y la
feria. La fiesta es de respeto hacia el Mictlán y las culturas mortuorias con
el oficio de la escritura que será mencionado por Fernando Fernández o Lorena Huitrón a propósito de ese insecto básico para Egipto: «y me gusta juntar
escarabajos en el barro / quitarlos de tu pecho de esfinge / para hacer con
ellos simulacros / y que no te lleven en tandas las hormigas» (34).
En
definitiva, podemos decir que la memoria (que pierde el enfermo y afianza el
hijo con Esfinges de hojarasca) hacen de Quijano, a la manera de Proust
y el olor, un recorrido por tradiciones literarias y culturales básicas para
ofrecer un encomiable poemario sobre el dolor. Lejos de los lugares comunes,
cualquiera que lo lea o lo escuche se identificará con lo poderoso que es ese testimonio
lírico del sufrimiento.
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