domingo, 8 de marzo de 2020

Azules versos negros


Azules versos negros (Monte Venus Ediciones / Instituto Griselda Álvarez / Instituto Municipal de Cultura Manzanillo, 2019) es el reciente poemario de Grace Licea (Colima, 1976), que leí gracias a Iván Vázquez: configuración humana ante la naturaleza que cuestionamos porque nos interroga.

La ópera prima de Licea viene reseñada por Karina Ortiz en la Radio de la Universidad de Colima con ideas como esta inicial: «Las vivencias, los momentos, las experiencias son esos destellos que nos dan sentido, distinguen el transcurrir de los días, casi siempre no se trata en sí de lo que nos pasa sino de cómo lo apropiamos». En ella es posible advertir esa reconfiguración del espacio personal como actividad colectiva (la escritura) que también muestra el colimense Carlos Ramírez Vuelvas.
            La infancia y los momentos particulares que entretejen la memoria de un lugar, en contacto con la gente y los elementos que ahí se suceden, establece, pese a lo que se pudiera inferir del título del poemario, una lúcida escala cromática. Si esta obra fuera llevada a la pantalla, como sería posible hacer en una sucesión de imágenes con interacción pero sin diálogo, veríamos el horizonte, el azul (incluso, por momentos, sonoramente dariano) que concentra esos puntos (no siempre oscuros, con el sentido negativo que tiene en el ámbito hispano), cual constelación que guía la vida y también la escritura, la poética. Escribir podría considerarse, por tanto, una su(per)posición de puntos; en el agua como elemento natural básico para la vida de la materia inerte: «el agua salpica las piedras» (4)[1].
            A partir de la figura de la abuela y de los placeres curativos de la cocina, se ofrece desde el poema un sujeto femenino emergente, tal como lo estudia Diana del Ángel. Pensemos, si no, en el poema «Mi tía es un fuerte»:

[...]
Mi tía
esa mujer indomable
que siempre tiene un no
un no se puede
un es imposible
un jamás quise algo
[...] (8)

Pese a la fuerza, la soledad de la mujer que muere «a solas» está vinculada tanto con la nostalgia como la narración de una intrahistoria común a buena parte de la sociedad. Cual carta al padre, la poeta reclama en su quehacer, en la escritura, el reconocimiento que tradicionalmente no se ha dado a esos ríos, continuando con el tópico manriqueño, que no dan al amar.
            Seguidamente se entiende la estructura del libro como poemas que van conectando y construyendo, como decimos, la historia, la narración. El símbolo de la llama, de Octavio Paz a Homero Aridjis, cobra un nuevo significado en la cosmovisión de Licea: «que nos va invadiendo / cual raíz de fuego / que no pudiera detenerse / en el abismo de la tierra» (11). Ese socavó en la tierra, en la existencia, crece del mismo modo con el hermano, o el padre, ante la muerte, ante la vida no dada, onírica, agreste. He ahí el innegable cambio:

[...]
Las mujeres de mi casa
hablaban fuerte
amamantaron niños
y lavaron diariamente la ropa
la mujer que yo soy
alimenta a la muerte niña
entre sandías encendidas
y cardos sobre el follaje
[...] (17)

La poesía mexicana contemporánea, como apunta Alejandro Higashi, debe de leerse desde el presente, atendiendo a las causas que la conforman y de las que depende: «aquella niña cándida / es ahora / una mujer / de ojos celestes / y entrañas de cenizas» (19). Estamos ante un poema de amor que repiensa lo doméstico: la innovación parece estribar en el contacto con la naturaleza, la vida que nos envuelve para no encerrarnos.
Grace Licea es una apuesta por la construcción del sujeto femenino en la poesía, con atrevimiento, intimidad y pulsión de lo dicho y por decir. Quizá por ello recibió la Presea Griselda Álvarez Ponce de León 2019, otorgada por el Congreso del Estado de Colima a mujeres colimenses que se hayan distinguido en las letras y la literatura.



[1] La numeración no responde a la edición definitiva.

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