domingo, 22 de marzo de 2020

Antonio León


pequeñas canciones de la comida
los humanos son hormigas sin ensortijar
(2017: 26)

Antonio León (Maneadero, Ensenada, Baja California, 1977) forma parte del archivo de Poesía Mexa con sus libros Busque caballos negros en otra parte (Pinos Alados, 2015), El Impala rojo (Instituto de Cultura de Baja California, 2017) y : ríos (Cetys Universidad, 2017): representa todo lo bueno que literariamente está ocurriendo en el norte.

            Me enganché al poeta que vive en Mexicali cuando le entregaron el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes a César Cañedo en 2019.

De izquierda a derecha: Claudia Quezada, Adán Brand, Antonio León, César Cañedo y Elsa Cross
(Aguascalientes, 2019)

Allí su historia, su tono y hasta su puesta en escena eran diferentes al resto. En un primer momento pudiera parecer que su vitalidad contrasta con la desazón de su poesía, pero nada más lejos: el pesimismo jocoso es coherente y me parece un punto de partida para una reflexión mayor sobre el ser humano y la relación de este con el arte.
            Mónica Maristain lo entrevista para Sin embargo (2018) y el poeta, más allá de la ironía, profundiza en la capacidad que tiene el ser humano para contar una historia:

Me interesa en ciertos momentos estar muy atento a lo que sucede en mi país, incluir algunos visos en esto, pero que no se conviertan en un panfleto. No me gustaría ser un poeta que realiza estos artefactos poéticos que invariablemente tienen una fecha de caducidad. El vencimiento finito de un poeta debería venir de otras partes, no de sucesos inmediatos.

En esa misma entrevista, se rescatan las palabras de Ánuar Zúñiga Naime: «Advertencia: ríos no es un libro: es un videojuego de Atari 2600, es una danza para hacer llover, es la mancha negra con forma de tenaza en la radiografía de unos pulmones, un futbolista ruso y una muñeca Barbie con clavos en la cabeza».
            Mientras que Adán Echeverría le dedica un completo artículo, titulado «Poemas lúdicos a través de la frontera», en el número 103 de la revista Almiar (2019):

León pasa de lo regional a lo universal por los personajes que caminan sus obras: Leigh Bowery, Lucian Freud (el autor insiste en nombrarlo Lucien), Mick Karn, Williams Bootsy Collins, Drew Barrymore, Judy Garland, Liza Minelli, Keith Richards, Ben Affleck, Vladimir Putin, Madonna, Tura Satana, Ronald y Nancy Reagan, y los mezcla con Cantinflas, Nahui Olín, Leticia Perdigón, Isela Vega, funcionarios de estado, mujeres, niños, hombres, ciudadanos reunidos, a veces cargados de arena, y como si caminaran juntos por el borde que es Baja California, y su extensión a través del Pacífico

El humor negro, la moral, el cuestionamiento de la educación y una reflexión constante –entre líneas– sobre lo que es al arte.
            Busque caballos negros en otra parte comienza con unas palabras del también poeta Álvaro Luquín que sintetizan lo que es Antonio León para la poesía mexicana contemporánea: «Nos sentimos sofocados ante tanta poesía preciosilla que simboliza los afanes de belleza, exactitud, pulcritud y llanto, llanto. Pero hay otros registros que con más audacia intentan desmarcarse e indagar dentro de los tabúes de lo profano, de lo no sentimental» (5). Esos registros logran un poema que es un poema porque escapa, más por conocimiento que por omisión, de todo lo que ha sido un poema. Dos epígrafes sobre caballos, de Walter Farley y Patti Smith, abren el libro que sin índice se divide en «caballos» y «muñones». Lo que hay en medio de estos poemas con títulos que noquean, y con epílogos para lo que queda tras la violencia, es la caída. Por ejemplo, el primer texto, «Accidentes», se podría leer como ecocrítica del tópico manriqueño:

la vida se ha vuelto incómoda tras aquel documental
charcos y lagos con nata fluorescente
texturas procesos de tintado
los tubos de bronce que desembocan en el río

Es el paso previo a la muerte que dará al mar. Pero no estamos aquí para lamentarnos. Con la música, tan presente por referencias y ritmos coloquiales, hasta narrativos, del verso, se explica una pauta y un pecado de la experimentalidad, también en la lírica. Así dice en el poema titulado «Mick Karn»: «le informaron que nadie lo leería / si no explicaba los ruidos / que lo atormentaban desde que era un niño» (19). Sin autoexégesis se sostiene y sigue sorprendiendo la obra de quien publicó por primera vez a los 17 años y parodia hasta «Skinheads en mi lectura de poesía» (51).
            El Impala rojo recibió en 2016 el Premio Estatal de Literatura en Baja California, en la modalidad de poesía, con un jurado que formaron Rocío Cerón, Jair Cortés y Balam Rodrigo. Esta vez arranca con un prólogo del también irreverente Ángel Ortuño: «Como un libro de versos nunca cuenta una historia, pues se las cuento yo. Y así ustedes se quedan a solas con los versos para hacer sus cositas sucias» (7-11). En cuatro partes («Postales», «Escénica / episodios de road poetry», «Lengüeta arenosa» y «Baja California») pasa ese antílope que terminó siendo un coche. A la manera de Daniela Sol o Sergio Loo, las postales son el punto álgido de la capacidad León: generar una historia de la intrahistoria. Quizá por ello la tachadura de alguna palabra (18) deja ver como la línea, más que ocultar, resalta. Entre el símil y la metáfora «un percebe siempre parecerá una verga punk» (22). Relaciones de este tipo aluden a otro Freud, que en el poema «4.2 (Leigh Bowery se hace una selfie)» (26) puede soñar con distintos fondos para su autorretrato. En la segunda parte el texto narrativo se funde con el poético, por la carretera, con Joanie Sommers de fondo.

La carretera no es un resorte negro con párpados a juego. Al llegar a la ciudad, habrá un ejército de habladores que también son enemigos del paisaje.

Es la luz nocturna sobre las hojas cansinas que hacen mapa. Salvador Novo dijo que no retiraría uno solo de sus elogios al océano. Él estuvo alguna vez en la Baja California, o eso dijeron los libros de texto. Estar de visita no es una tarea ardua, lo difícil es quedarse a vivir respirando esta brisa. Cada que estornudo, recuerdo aquel libro de viajes. Salvador Novo no querría vivir aquí, probablemente ni siquiera hablaba de este mar. La verdad es que nadie habla de este mar y sus temperaturas que congelan los tobillos. Si volteas hacia el lado azul, verás la estupidez inexorable del mar y sus predadores naturales, los poetas. (45)

Seguidamente los viejos le ganan terreno al mar y se llega a Baja California: dos poemas con los que concluye este libro sobre economía y apocalipsis.
            : ríos parte de ese mecanismo que ofrece, entre demás poetas, María Auxiliadora Álvarez y potencia los elementos ya descritos (frescura, atrevimiento, narración, experimentalidad) al tiempo que reivindica, sin dramatismos, la diversidad de la que se habló hace un año en Chiapas. Esta vez es Hank Williams el que parece traer a la memoria el elemento, ríos, que servirá al mexicano para establecer un nuevo curso para lo que anteriormente ya veíamos, cual continuum. En esta ocasión sí hay índice que, con dos puntos, separa «el agua: un poema de autoayuda», cual poética, y dos series: escenas domésticas que explican el curso de una vida, de un país en contacto con otro; así como distintos ríos no tan distantes. Lo llamativo, sin duda, es el primer poema; que sería tan ácido (hablamos de contaminación) si no coincidiera con dos poetas que recibieron sendos Aguascalientes años antes de que Antonio León publicara este libro. Pensamos en Te diría que fuéramos al río bravo a llorar pero debes saber que ya no hay río ni llanto (2013) de Jorge Humberto Chávez, que abrió poetas en la frontera; y Teoría de las pérdidas (2015), cuyo autor es el único nombre propio que aparece en esta reflexión sobre la poesía desde la poesía:

al fondo de ciudades que nacieron sin plan
se erigen grandes presas
[...]
asistimos a un cruce de adolescentes inútiles
que desean escribir poemas
no recuerdan ser felices insultando desde la comodidad del
sofá
todos quieren ser poetas
porque
en otras disciplinas
se requiere de talento comprobable
[...]
también cambiaron el nombre de las calles
:
no hay más héroes patrios
sino
personajes de videojuegos
y poetas que caen mal
porque ganan premios
y
becas
[...]
yo tuve que esperar un nombre propio
en brazos de mi padre
llorar hasta la lluvia
o la reconexión del servicio de agua potable
luego le avisaron
que unos poetas
bautizaban en seco
pero tendría que llamarme princesa peach
o jesús ramón ibarra
[...]
al final
:
metáfora
con pocas novedades
además del plástico
y el agua
que no existe
(15-20)

Por fortuna se desacraliza la poesía en pilas bautismales secas, desérticas de llanto. Estas palabras esdrújulas las evita el poeta porque tiene talento: unir la distancia entre dos puntos sin necesidad de cubrir el hueco, las pérdidas. Este guiño da pie en los sucesivos poemas (que se desplazan de derecha a izquierda por la página, como saltos en la lectura pública) a repensar espacios de la tragicomedia mexicana cual albercas que tratará Isabel Zapata o la recién premiada Elisa Díaz Castelo.
            No pierdan de vista a Antonio León. Pueden leerlo también en la revista de poesía Low-Fiardentía, Liberoamérica, Cinosargo o Poetas Siglo XXI; así como en Soundcloud, con la voz de Mario de la Cruz Arreola.

2 comentarios:

  1. https://soundcloud.com/user-705394616/caricia-del-velocimetro-1-y-2

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    1. Gracias por el comentario, Mario. Excelente lectura. La incluyo. Saludos,
      Nacho

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