Sara Uribe (Querétaro, 1978) publicó hace unos meses un libro, Un montón de escritura para nada (Dharma Books, 2019), que replantea la crítica de poesía, el canon y lo que hace que un poema sea definido como tal.
Ayer comentamos este libro en el
Seminario de Investigación en Poesía Mexicana Contemporánea. De él me llamó la
atención algo que ya anoté en este blog hace cuatro años: la singularidad de la escritura.
A este oficio se refiere con el
título, que toma de la poeta venezolana Miyó Vestrini (7). Desde la cubierta, el
libro cuestiona la industria editorial del género literario que nos ocupa. Mediante
el metalenguaje, por lo general, la serie de doce poemas breves (salvo el
último) con títulos extensos (que siempre empiezan con «Poema en que la
enunciante»...) evidencia la maltratada presencia que todavía tiene la
enunciante (que toma de Cristina Rivera Garza).
Otras referencias de la lírica
mexicana (como Pita Amor o Gloria Gervitz) y demás latitudes se dan cita en el ejercicio de cuestionar al
sujeto poético. Des-apropiación e intertextualidad destacan visualmente con la
tipografía y líneas punteadas (a la manera de procesador de textos) que llevan
a un cuadrito, a la derecha, donde se detalla la autora o la obra citada.
El primer poema muestra una polémica
que estalló hace meses en las redes desde la novela de Fernanda Melchor o la traducción de Isabel Zapata: «Poema en que la enunciante escanea su propio libro publicado con copyright
para distribuirlo de manera anónima y gratuita en internet» (9-11). El sujeto copia
el lenguaje jurídico a la vez que copia la obra que impide dicho lenguaje. Por
tanto, lo cambia. Arranca la obra con otro registro: el de la enunciante, en
quien convergen (y no al revés) la industria editorial, la crítica y el escaso público
lector.
Como se parodia lo que es un poema
ahora, en el siglo xxi, recojo a
continuación el inicio de uno de ellos, para evidenciar cómo se sostiene el
texto sin necesidad de más recursos que los de la enunciante, que recuerda a Rosario
Castellanos a la hora de llevar a cabo el lento proceso de cocción del que es
análogo el oficio poético:
La
enunciante logra una nueva Lección de cocina: ajena a lo preestablecido.
Lo hace con sarcasmo, pero no por ello descuida la reivindicación de un espacio
propio, personal, libre: ajeno a los estereotipos o los estigmas que impone y denuncia
la literatura. Ese momento en el que escribir se vuelve un acto fragmentado,
interrumpido, solapado con otros: de ahí las redes que alimentan (y que, por
otro lado, y otro sujeto, abre) Un montón de escritura.
La crítica podría alcanzar incluso
el título de este blog o del proyecto CORPYCEM. ¿Qué es un
poema mexicano? Veamos lo que dice que dice la enunciante: «me preguntó si mi
poema quería salir vestido de poema; de poema mexicano; de poema mexicano
contemporáneo; de poema mexicano contemporáneo escrito por una mujer; de poema
mexicano contemporáneo escrito por una mujer bisexual» (29); hasta el punto de «Publicar
no el poema sino su borradura» (30). Recurso, el de la borradura o tachadura
(presente en la página 43, para cambiar de la primera ‒«Tengo»‒ a la
segunda persona ‒«Tienes»‒), común a la poética que estudiamos con Higashi.
El mismo Higashi
incide en la crematística a la que se refiere la enunciante en el último poema:
una sucesión de preguntas retóricas que dan en sí la respuesta al valor del
poema, a la libertad o el compromiso de quien lo escribe o a la poesía
computacional de Eugenio Tisselli: «¿Podrías distinguir la escritura hecha por una persona de la de
una máquina? ¿Por qué tendríamos que hacerlo?» (57).
La enunciante desdibuja así el tono
autobiográfico que podría adivinarse en ese sujeto que sufre los infinitos
trámites que requiere (más que escribir) publicar un libro; los requisitos de
una beca, de un estímulo. Entonces se entiende el título: un montón de
escritura sirve para hacer ver el montón de trabajo que conlleva, hoy, ser
poeta (sea lo que sea que signifique, ahora, esto).
El poema deja de ser lo que
consideramos tradicionalmente lírico y se acerca a la narrativa o el ensayo en
la hibridez («unacosahíbridasellamecomosellame», 47) que ya caracteriza a la
poesía mexicana. Cada texto consolida la serie (a la manera de los capítulos de
Netflix o los de El Quijote) en los que se cierra de manera definitiva
la escritura como tal. Ahora, conlleva una lectura, incluso una escucha.
Cabe en este libro la distopía,
aunque en numerosas ocasiones lo fantástico dejar de serlo en el poema (como «un
taller de poesía ultrasecreto», 15) para entenderse como paradoja de la
realidad, del momento que vivimos. Va en la línea, por todo ello, de Eva Castañeda o Yolanda Segura.
Uribe dice ese otro lugar, abre estancias,
respectivamente. Las cajas de texto que se abren al margen derecho anotan el
poema. Dicho mecanismo se suele dar últimamente en una nota al final, en la que
se explicita las citas contra el plagio que mencionaba al principio. Ahora, con
esos espacios propios, se construye una caja o casa (según el poema central, en
la página 23), en la tónica de las cajas que abordan Diana Garza Islas o Rosario Loperena.
La autora de Un montón de
escritura para nada consolida el atrevimiento que estudia en su tesis
doctoral y que ya manifestaba desde Antígona González (2012), Magnitud/e
(2012, junto a Marco Antonio Huerta) o Siam (2012) ‒disponibles, estos,
en el archivo de Poesía Mexa‒ a Abroche su cinturón mientras este sentado (2017). Dharma Books apuesta en los últimos
años por poetas que hacen algo distinto. Pese a que a los libros de dicha
editorial no son fáciles de conseguir, inténtelo. Valdrá la pena. Pueden
hacerlo en Nexos, en
Hablemos escritoras o con el soundtrack que muestra en Spotify Mariana Ortiz, editora de Dharma Books. Como hacíamos
con Manuel Iris, recomendamos leer el trabajo de Uribe con la lista que la inspiró, en
un proceso circular de lectura y escritura.
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