Iván Vázquez Rodríguez (Puebla, 1985) publicó en Cenizas mi deseo (Buenos Aires Poetry, 2020) una serie de poemas en torno al lenguaje, el yo lírico y la implícita presencia paciana que tiene y estudia desde la poesía mexicana contemporánea.
En la colección Pippa Passes que dirige
Juan Arabia la obra se divide en tres secciones: «Eros», «Thánatos» y «Ergo». A
la manera de un silogismo, pues, confluyen las pulsiones de la vida y la muerte.
Dicha concepción freudiana introduce el libro, destacando del neurólogo
austriaco la relación que, como psique, se estudia por ejemplo en Ciencia ergo-sum.
Como la poética de Vázquez, el deseo
y la negación ofrecen los restos (más esencia que residuo) de una red de
referencias míticas: están presentes sin ser posible su delimitación o
concreción; Aristófanes o Woody Allen, más allá de los epígrafes de estas
páginas. Con maestría pero sin ambiciones ociosas ‒con la cordura que cabe en el
texto (vida de lo leído, muerte de lo escrito; a la vez)‒ el sujeto poético en
primera persona se distancia del objeto para dirigirse a lo abstracto: divinidad
a la que se alude en cursiva («invisible como la noche/ impalpable como el
viento», 11) desde el dios dual de la creación, Ometéotl, según Miguel León-Portilla.
Aparecerá en el «Poema espejo» (25) de Vázquez:
El recurso del calambur integra las
dos caras que enfrenta históricamente el amor: la vida y la muerte. Dicha
figura se repetirá más adelante para plasmar el tránsito entre el término
escrito, real, y la articulación, oral, que se desea.
El dominio del verso en cinco,
siete, ocho y diez sílabas, principalmente, hace que entre los poemas breves
con título corra el ritmo de lo que sea crea para dar finalmente paso a las
preguntas que parten de un personaje como Amilamia. A dicha protagonista se
refiere en epigramas eróticos. Es un canto a la vida en todas las dimensiones, asociaciones
intertextuales que abrasan el oxímoron del título.
Cabe destacar asimismo la dicotomía cernudiana,
revisitada por otras referencias coetáneas como Hernán Bravo Varela en Realidad & Deseo Producciones (2012). Asimismo,
a raíz de los huesos, armazón y rastro, existe una continuidad en el simbolismo
que vimos con Rosario Loperena en Historia de los huesos de un caballo (2016) o Jorge Humberto Chávez en Un rosario de huesos (2020).
El mérito de Vázquez resulta al acercar
la vertiente mítica de la poesía (no solo en español) a la coloquialidad. Apuesta
con ingenio y hasta humor en los juegos semánticos de un poema que plantea
múltiples niveles de lectura: pongamos por caso el dios Pan y la metáfora que
en su masa homónima despierta a los sentidos el sexo de otro cuerpo.
El diálogo que apenas esbozamos en
estas líneas fluye en un poema clave como es «Alta traición», de José Emilio Pacheco. Ahora, en Cenizas mi deseo dice así el texto que
lleva el mismo título que el de Pacheco:
Bien hiciste,
Amilamia,
en convertir tus
curvas en un imperio,
pero ten cuidado.
Cuántos osados
guerreros
darían su vida
no por
defenderlas,
sino por enterrar
su enhiesta espada
en tu reino (21).
Vázquez
crea un personaje que demuestra la influencia que también ejerce Pacheco, como
lo estudia Ignacio Ruiz-Pérez en América sin Nombre. Mantiene la estructura del poema que fue erosionando
su existencia. La brevedad permite constelar las tres series que se articulan
en un ejercicio sugerente, del que esperamos una continuidad en futuras
manifestaciones líricas y críticas.
Los motivos señalados se imbrican,
especialmente, en el poema «Rompeolas», dedicado a la también poeta Grace Licea. El impacto de la pasión da como resultado el lenguaje: hipérbaton de
la realidad como Cenizas mi deseo.
El riesgo de seguir escribiendo poesía
erótica lo resuelve airoso el poeta poblano al hacer converger la lengua en
todos sus sentidos. Así dice el poema «Mi lengua»:
Marina, la que yo siempre conmigo he traído.
Hernán Cortés
¿Quién
eres?
Amilamia,
Helena, Laura, Marina.
Qué
importa tu nombre
cuando
todas las palabras
invariablemente
nacieron
de tu boca (31).
Se trata este de uno de los escasos casos
en que quien es acompañado por Malintzin aparece de manera explícita en el
género literario que nos ocupa. Cruzan la vida y la muerte con motivo del amor,
a la manera de Elisa Díaz Castelo en El reino de lo no lineal.
Entre lecturas, emociones y anhelos en la
escritura contemporánea convive el texting (44-46). La ruptura amorosa
como tópico va de la mano del «memento mori». El recuerdo del pasado proyecta
un futuro en el que se alteran los tiempos, de nuevo, con el deseo como hilo
conductor. Uno de los aforismos que lo acaba de armar es el III (59):
Todo
está desordenado
A
veces irse
es
quedarse
en
ti.
Por último, la concepción heideggeriana del
ser vuelve en forma de cábala, epifanía (véase el estudio sobre la revelación
epifánica desde la tradición de la ruptura que establece Higashi),
serps, naufragio, correspondencia, otredad y comunión. ¿Y ahora qué? Qué
hacer tras el deshecho desecho parece ser pregunta que se lanza, aún, a flote.
Cenizas mi deseo (no necesariamente
en ese orden) va del oscuro y jugoso sexo del Francisco Hernández, que también está presente en estas páginas, hasta el omnipresente Octavio
Paz, del que me habló Iván Vázquez hace algo más de un año en la Universidad de
Alicante, mientras hacía su estancia de investigación doctoral con la profesora
Carmen Alemany.
He aquí un ejemplo del texto que en su precisión
decanta la pureza de una tradición sin solipsismos. Ópera prima que destila un
saber clásico. El miércoles lo presenta en el canal de la editorial argentina.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario