domingo, 23 de septiembre de 2018

Teoría de las niñas


¿Caminarías más despacio? ¿Te llenarías de dudas?
María Baranda

Teoría de las niñas (Vaso Roto, 2018), el reciente poemario de María Baranda (Ciudad de México, 1962), esboza la infancia de una serie de imágenes surreales que confluyen en la vacuidad cercana. Ambas dimensiones, la del pasado en el presente, se sostienen por peculiares puntos de encuentro que dialogan con lo que se viene haciendo y omitiendo últimamente en la lírica.

            Cuando aún resulta difícil conseguir las novedades editoriales, pese a la liberación de archivos digitales como Poesía Mexa, se agradece que Vaso Roto publique en España referencias de la poesía mexicana contemporánea como es el último libro de María Baranda. Gracias a la Librería 80 mundos pude leer a quien ya me enganchó con «la sed de ser» Ávido mundo (2005). Y es que los nexos, como veremos, se solapan en la construcción de su poética; disponible, por ejemplo, en Material de lectura de la UNAM.
            Teoría de las niñas enseguida me recordó al de Jesús Ramón Ibarra, Teoría de las pérdidas, con el que el culiacanense ganó en 2015 el Premio Aguascalientes que Baranda había recibido en 2003 por Dylan y las ballenas. En dichas obras octosílabas, pese a todas sus diferencias, se canta lo que ya no está, con el dolor entre lo apolíneo y lo dionisíaco.
Uno de sus fieles lectores, Armando González Torres, destaca en Letras Libres «la virtud espontánea de una edad aun no corrompida por la palabra convencional», es más: «una vuelta a la infancia liberadora y reveladora, como producto poético ratifica un refinado oficio, que permite fundir la imagen contundente con la alusión hermética y la música verbal con el hallazgo visual». Y es que Baranda logra un lenguaje reconocible y, pese a ello, un tono inaudito que se percibe desde diversos sentidos del cuerpo y su abstracción. Por su parte, Nadia Contreras la estudia en Confabulario a partir de The Story of The Vivian Girls, de Henry Darger, presente, junto al padre, en la dedicatoria del poemario. Para la también poeta mexicana, «asumir el quehacer literario desde la condición femenina, no es exclusivo de Baranda. Pienso en otras poetas mexicanas como Ana Aridjis, Gloria Gervitz, Elsa Cross, Coral Bracho, Verónica Volkow».
Más allá de «la condición femenina», los cincuenta y siente poemas, repartidos en tres partes (las dos primeras en verso libre, la última en prosa) conectan con la memoria que, de maneras diferentes, rescatan en sus obras Jorge Fernández Granados o Sara Uribe; así como con lo onírico que podemos ver de Homero Aridjis a Diana Garza Islas. Teoría de las niñas y su epígrafe de Juan José Saer («La infancia es el solo país, como una lluvia primera, / de la que nunca, enteramente, nos secamos», 11) convive con el curso «País llamado infancia» que Vicente Quirarte dio cuando se editó el libro de Baranda, en abril, y no en julio (reimpresión), como anuncia El Economista.
Teniendo en cuenta la crematística que analiza Alejandro Higashi, la poeta se compromete con temas clásicos (el paso del tiempo) y urgentes (la violencia). Y no lo hace desde el panfleto o el dramatismo, sino mediante una crítica indirecta de la garante inefabilidad del discurso que nos caracteriza como sociedad. El género y el sexo que muestra Darger se superponen al final de uno de los primeros poemas de Baranda: «Los niños en el dibujo son niñas» (14). Además, repiensa el Génesis. Cuestiona en la práctica, en la poesía, los condicionantes culturales. De manera implícita, es parte del feminismo en la poesía mexicana que tratamos con Dolores Dorantes. Así dice una Teoría de las niñas:

Cuando el dibujante traza una línea,
relincha la oreja de Dios:
es una yegua (16).

Y este animal, que aparecía en su poemario Yegua nocturna corriendo en un prado de luz absoluta (2013), simbolizará el ser descarriado del bestiario que ofrece de nuevo como entomóloga en «El hormiguero». Hendir el cambio y atreverse a darle forma al sexo que pasa del lápiz a la tinta roja:

El vicio del establo: romper de golpe las duras cuerdas
de la edad,
rozar a fondo el eco y su emoción de firmamento,
la triste sombra con sus vocales sordas
donde los hombres cabalgan la sed de la palabra última (25).

Y así decir lo no dicho: «(Aquí hay un hueco)» (62). El estilo se reproduce en pequeñas cápsulas verbales que colindan con lo inusual: «Las flores sangran. Derraman su polen por el suelo. Las niñas miran los cueros de la tierra, hallan sus venas luminosas. […]» (66). La primera persona, el testimonio, la memoria, se personifica en la tercera, también del singular, con el padre que crea con la imaginación las vidas de las niñas que se conectan con el rigor sintáctico de términos que establecen una red a la manera de KarenVilleda en Tesauro: «[…] Todo está vivo y marcha como un tren de ilegales subidos en el humo obstinado de la palabra principio» (67); «Al principio hubo un bosque en sus ojos y un hombre sin figura que ahora sueña el sueño de su historia. […]» (68). El surrealismo de las escenas se toca con lo cotidiano por leves e indirectos matices de humor que se vinculan con quien lee a la manera de El órgano de la risa de Heriberto Yépez.


            María Baranda logra en Teoría de las niñas una historia autónoma que, pese a la independencia, dialoga con la poesía mexicana contemporánea; aunque este no creo que sea su objetivo, sino el de verbalizar con la claridad y la precisión de su incisiva poética el dolor mental que acaba marcando el cuerpo, femenino o no. La naturaleza de una obra se mide por la viveza de su trazo.

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