El peor rechazo es saberse uno mismo diferente.
César
Cañedo (2019: 20)
César Cañedo (El Fuerte, Sinaloa,
1988) recibió el viernes 9 de mayo el LI Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes
por su libro Sigo escondiéndome detrás de mis ojos (FCE / INBAL / ICA, 2019) en unas
jornadas que especialmente organizaron Claudia Quezada y Claudia Santana.
Deshacer el silencio de lo cotidiano y las masculinidades parece ser uno de los
fines de este poemario.
La polémica sin polémica que causó
el premio más importante de México reconoce, en cualquier caso, el talento del
sinaloense para reivindicar la poesía, sin aspavientos ni etiquetas. De tal modo lo
expresó su autor en el Teatro Morelos, en un discurso tan preciso y coherente como sus
poemas. Entonces leyó solo dos: el primero de la sección «Vecinamente felices» (37),
que dibuja un bodegón con frutas que se acompañan o ennegrecen, y el tercero de
la serie «Que a nadie se le haya quedado el corazón en la estufa» (49), donde
la maleta es el objeto que representa ahora la carga y las dimensiones en torno
al cuerpo y los despojos. Cada una de las etapas, del día (pensando en Luis
Vicente de Aguinaga) y de la vida, se dan cita en seis pautas que se hilvanan y
respiran en el ritmo de endecasílabos coloquiales del tipo «que tenía que dar
con mi escondite / se quitaba el cansancio y los reclamos / y éramos invisibles
con su capa» (56) o «que hace un nudo de dudas en la estatua» (57).
Premiación, Aguascalientes |
El jurado que por primera vez recibía
textos en lenguas originarias (con su traducción al español) estuvo integrado
por José Ángel Leyva, A. E. Quintero y Elisa Ramírez Castañeda. Según el acta
del 1 de febrero, «mediante un lenguaje dinámico logra transmitir la liricidad
de lo doméstico y lo familiar». Veamos cómo se refleja la poesía que existe en
el ámbito de la casa, la madre y, especialmente, del padre.
A ellos dedica la obra: «A mi madre,
María Antonieta Cañedo / A mi padre, César Gómez Vega», presentes en
Aguascalientes y en el primer poema, tras el prefacio «Genoma familiar» que
toma como referencia al biólogo estadounidense Leroy Hood; así termina: «Me les
quedo viendo / como si con eso desatara la fantasía. / Y cuando me miran con su
desprecio / me gustan más / porque así me miraba mi padre» (19). Los complejos de
Edipo y Electra nos hacen pensar en un sujeto poético masculino que cuestiona
la estigmatización del sexo y los sexos.
Un poema a la masturbación, «el
cansado ejercicio de deshacerse de uno mismo» (29), o uno al grano que se
revienta «hasta que sangre» (41) con un verso final que, precisamente, sangra
son maneras de hablar de lo que tradicionalmente ha quedado ajeno a la lírica. Un
poema titulado «La crítica de la poesía» repite tres versos en los subtítulos
que son los temas universales, El amor,
Dios y La muerte: «El entrenador
de perros / avienta un grito / y el perro lo alcanza» (66). Al final decimos lo
mismo sobre cualquier cosa. Es necesario, pues, y siguiendo con ese fino
sarcasmo, un cargador que nos enchufe y «una medicina para escribir poesía»; «habría
un incipiente mercado negro / y versiones genéricas para ganar un premio» (51).
A propósito de los reconocimientos que la temática homoerótica está recibiendo
discurren Odette Alonso y César Cañedo en Bitácora de vuelos.
Cañedo es sedeño, suave y fuerte.
Recupera la expresión popular y le da un giro en poemas breves por lo general sin
título que se sostienen por un cierre retórico. Lo personal permite entender a
la sociedad. Estamos ante una crítica de lo establecido: «la ropa sucia se lava en casa, / ¿por qué, entonces, / ella y su
madre lavan casas ajenas / con la ropa de siempre, / por qué / le limpian a
otros lo sucio que les toca?» (23). Son versos que giran sobre términos básicos
para entender los múltiples sentidos que nos tocan (que nos corresponden y llegan
hondo). El lugar común de la muñeca mecida por el niño se acerca a lo erótico,
a la infancia, a la psicología, a la teoría
queer, «con un pezón que se sueña más grande» (32). Sin embargo, la fuerza
de neologismos y sátiras que le valían para ganar el Premio Nacional de Poesía
Joven Francisco Cervantes Vidal 2017 por Loca,
como vimos en el XII Encuentro «Letras de la otredad», alcanza ahora lo poético con calma y
madurez, sin estridencias (en el mejor sentido de la palabra); sin esa marcada
y explícita influencia de uno de los mejores poetas, Abigael Bohórquez.
Para hablar del Premio, como lo
muestra Una tradición frente a su espejo. Estudios por los 50 años del Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, es necesario, cuando menos, leerlo. Ya en librerías.
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