domingo, 8 de julio de 2018

En las púas de un teclado


Gracias a Alejandro,
una vez más,
por este libro.

En las púas de un teclado (Lacanti / Mantarraya Ediciones / Hostería La Bota, 2018) es el reciente poemario de Camila Krauss (Xalapa, Veracruz, 1976): una peculiar y sugerente denuncia de la barbarie que sufren quienes integran el canal mediático del siglo xxi.


            José Manuel Vacah lo reseña en Sin Embargo destacando las cuatro emociones que motivan y sostienen este libro: «el dolor, la cólera, la indignación y la desesperanza». La jarocha, en su página web, explica que empezó a escribir estos poemas en 2011, cuando se desató la violencia en México; y que ahora presenta, además de la publicación en papel, una aplicación que diseñó hace años para tabletas y teléfonos donde tener una experiencia de lectura interactiva y fragmentaria, similar, pensamos, a las noticias que nos llegan cada día.
            Los editores de este libro, Efrén Callejo Macedo, Adrián Calera-Grobet y Antonio Calera-Grobet, apuestan por una lectura libre de la poesía (considerada, en algunos casos, experimental) como veíamos con Isabel Zapata en Las noches son así. El diseño de Benito López Martínez y las ilustraciones de Iván Mejía complementan textos que generan un mayor impacto con la plástica, aunque si se leen en voz alta, sin más apoyo que la oralidad, consiguen igualmente transmitir el desconsuelo de quien escriben entre un clima de terror. El tono juguetón de los cuerpos ahorcados, por ejemplo, reduce el golpe en un país de contrastes. Desalambrar la poesía es una de las salidas (de emergencia) entre trending topics y memes. «Punza con rabia la autocensura y la sensación de que la metáfora está muerta» (9), dice la autora en el prólogo de este libro.
            Las siete partes que lo integran corresponden a eso que venimos llamando dimensión cívica. El espacio urbano se liga con la denuncia, sin panfletos, de las normas que merman la habitabilidad: «Un país de malaespina», «Mi ciudad es el continente», «Pero la calle sí la encarpetaron», «El eje de la ruleta parlanchina», «Alacrán de caucho», «Por el sereno sin lloros» y «Mayordomía de los fantasmas»; en diálogo con Emilio Lledó, Efraín Huerta, Jorge Semprún, el periódico El País o Mark Doty, de manera explícita a través de los epígrafes.
El poema «malaespina» (presente en la revista El Humo o en Tercera Vía), fechado en septiembre de 2011 y acompañado de recurrentes alambres que son tan virales ahora desde el tema de la frontera, tiene en su sonoridad un ritmo y una reivindicación que podría ser entonado por cualquier cantautora en el Zócalo de cualquier ciudad mexicana en la noche del 15 de septiembre, cuando grita (contra) el «gobernante monigote» en la «malicia del país / como la rosa y su espina» (13). La urbe (y ubre) anónima, «ciudad x» (19), «Mandrópolis» (21), «Ciudad de La Letra» (25), se asienta en un cúmulo de historias representadas en la guía telefónica, recortada y tachada por el amarillismo de la comunicación. El verso preciso perfora la metrópolis sucia, de noche, contra el suicidio: «muere la cultura del papel y del lápiz / Beijing en coma, 2 de octubre, más memoriales» (49), a cincuenta años de Tlatelolco, «civilización es una palabra para la capacidad del riesgo mínimo» (53) y «Europa ve la austeridad como un avance / el contrato social es ganarse un lugar virtual en el espacio» (54). Las rimas internas en los golpes de la primera vocal dan origen a blancos (¿puros?) que encierran y dan refugio al texto que destaca también sobre un mapa gris de la ciudad de México. La autora de Sótano de sí (2013) lleva a cabo una genuina apropiación del discurso mediático y el problema global queda patente entre comillas que rescatan testimonios y voces: «Los patriotas no leen y dios no da marcha atrás» (37).
En la concisión destaca aflora la intrahistoria, el humor, la sátira y el aforismo que va desencriptando esa otra poesía que no acababa de sostenerse por una forzosa innovación. Krauss demuestra que lo experimental sigue estando ligado a lo cotidiano, a la naturalidad del lenguaje. El artificio cabe en un par de versos que llenan un fondo de ilegibles páginas arrugadas y demuestran que la metáfora sí existe: «los ojos te brillan de odio / coágulos de algún esfínter» (63).
Del versolibrismo a la prosa, la rima y el ritmo reclaman que «dejen de sonar teclas / comunicación impertinente» (47). La decadencia (de Occidente), la banalización de lo noticioso y el paréntesis de la profesionalización conforman el nuevo horror vacui de la coloquialidad que

evade toda fragilidad en un simposium
en el eje de su ruleta parlanchina
ironiza el cocainómano:
‒“¿No que a todos nos habían hecho del polvo?” (56)

Lo visual, el retrato social y digital historian la poesía desde el papel común, aunque no estoy de acuerdo con el excesivo hincapié que se hace de la guía telefónica como fondo de pantalla o marca de agua. Me parece propositivo el anacronismo, pero podríamos echar mano de otros soportes más ricos y vinculados con el tema; pienso, por ejemplo, en un timeline de Twitter donde se tache el nombre (y, por qué no, también el mensaje) de cada perfil. En cualquier caso, el amarillismo es incoherente para la modernidad digital. Con este fondo, pretexto, contexto, paratexto incluso, se retoma la idea de la tachadura y la borradura en la poesía mexicana contemporánea como técnica recurrente en la economía del lenguaje, el collage, la apropiación discursiva de la liquidez mediática del tercer milenio en la madurez de la joven poesía mexicana.
La intertextualidad, con la maestra María Teresa Miaja de la Peña, de los últimos versos regresan a la tradición En las púas del teclado; y también retornan, me parece, a la conciencia estética y a la educación sentimental, al trabajo de las emociones primarias para ofrecer desde la poesía una denuncia del conflicto humano (y literario) desde la estructura tripartita que vemos desde Vicente Quirarte, a propósito de Arnold van Gennep: separación, iniciación y retorno. Con la dedicatoria final («A Regina Martínez, asesinada el 28 de abril de 2011, y a los periodistas que han sido asesinados y a los que aún arriesgan su vida. // A todas las personas que, a pesar del dolor, viven. // A todos los huérfanos y las víctimas fatales de la violencia en México», 87) nos damos cuenta de que este es un poemario sobre la violencia, pero sin dramatismos, recogiendo el testimonio y agrupando las voces y las escenas, en la tónica que veíamos con Diana del Ángel en Procesos de la noche.

Pp. 50-51


El tono autobiográfico (82) y ciertos personajes son comunes a otros géneros que también se vienen cultivando en México, pensamos en Brenda Lozano y su cuento «Un gorila responde», incluido en Palabras mayores. ¿Cómo afecta la tecnología en los medios de comunicación que se acercan a la literatura, a la poesía? Sobre tal cuestión reflexiona la propia Krauss en la revista Replicante.


Pp. 52-53

Camila Krauss ofrece una poética que concentra la estética del lenguaje, la filosofía de la vida y la cultura tecnológica. Sus versos logran el ritmo de una voz propia que se corresponde con la actualidad desde una tradición centenaria, tal como lo estudia Alejandro Higashi a propósito de El ábaco de los acentos (2008), su segundo poemario, después de La consagración de la primavera (2003).
            Con este libro podemos entender el golpe sobre el periodismo, la ciudad y los discursos de odio. Con la autora, cada cinco años, la poesía mexicana contemporánea ofrece un atrevimiento y un compromiso garantes de la escritura del dolor.



En YouTube podemos escuchar a la poeta que homenajea a Gonzalo Rojas o dar un paseo por el libro En las púas de un teclado.


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