domingo, 24 de enero de 2016

Ritmo: Francisco Hernández

Poesía: lo cura
Jaime Agudelo Escobar

El último número de la revista Ritmo estuvo dedicado a Francisco Hernández (San Andrés Tuxtla, Veracruz, 1946). A continuación repasamos su obra, aprovechando los estudios de los especialistas en la poesía mexicana y en la hernandina. Trazaremos pues una suerte de mapa del sitio, comentando tanto la obra de Hernández como los ensayos al respecto.

            Según Francisco Goñi, su tocayo Hernández es el poeta más leído y respetado actualmente en México. No lo niego, pero tal hegemonía contrastaría con el epílogo de El manantial latente (eso sí, de hace más de diez años), donde Ernesto Lumbreras y Hernán Bravo Varela llevaron a cabo una encuesta entre los poetas antologados resultando David Huerta el más importante del momento (seguido de Alí Chumacero, Eduardo Lizalde, Gerardo Deniz y Francisco Hernández en quinto lugar). ¿Realmente es el más leído y respetado ahora mismo? ¿Qué importa más? Obviamente lo primero. Veamos cómo lo hacen sus estudiosos, no sin antes comentar brevemente algunos rasgos de su poesía.
            Los juegos de palabras, una vez más, parecen formar una característica común en la poesía mexicana reciente para expresar lo máximo con lo mínimo, desarrollando un lenguaje que fluye. «Habla Scardanelli» fragmenta los significantes y (en cambio o por eso mismo) multiplica los significados: «El veneno es silencio merodea./ La quietud con sus fauces me rodea» (12). Asimismo, «Ahora, rojo es el lenguaje» da título a este número de la revista Ritmo: «Ahora, más que nunca,/ rojo antojo de tus grandes ojos» (22); cual trampantojo de «Gota»: «del mar del ojo,/ del mar del ojo» (23).
            Las cuestiones nos surgen constantemente frente a Hernández y sus estudiosos. El mismo poeta nos las plantea, trascendentales, en: «Diario sin fechas de Charles B. Waite»: «¿A dónde va el viento cuando no lo escuchamos?» (16). Y, a priori o literalmente al menos, banales en «¿Cuánto pesa un caballo?», poema que concluye con la referencia del cuadro que sugiere el texto: «(El cuadro lo pintó Hokusai./ El nombre del guerrero es Hatakeyama Shigetada./ El corcel parece sonreír al recordar su apodo:/ “Acróbata seguidor de mariposas”» (30).
            La poesía de quien nació en San Andrés Tuxtla se basa en las formas de los poetas sin fronteras. Por ejemplo, «No te salves», de Mario Benedetti, parece coincidir con el inicio de los versos de «Palabras de la griega»: «No me guardes en tu imaginación./ No me pienses» (26).
            Del mismo modo, vemos un diálogo sarcástico consigo mismo en «Escriba»: «¿Te asomarás después desocupándote de la única imagen donde te contemplo? Seguido. ¿Lanzarás tu llavero de blandura hacia la lejana ventisca del vacío? (No olvide los signos de interrogación.) Aparte» (40). La segunda persona y las indicaciones en cursiva (que coinciden con la puntuación) logran la chispa de la recepción.
Francisco Hernández firma libros en Bellas Artes
            Por último, antes de hablar de los ensayos al respecto, cabe destacar otro de los rasgos que viene caracterizando a la poesía mexicana: la brevedad. Francisco Hernández es autor de unos «Aforismos» geniales (en todas sus acepciones): «Escribimos lo que recordamos, aunque nadie recuerde lo que escribimos» (44), «El poeta no duerme, viaja por la cuerda del tiempo» (45), «Olvidar es nacer» (45).
            Christian Peña nos recuerda que la objetividad no existe: «Ya sea cotidiana o extraordinaria, no hay retrato fiel de la realidad, sólo esbozos poéticos, trazos antinaturales» (47); de ahí la necesidad poética.
            Adelmar Ramírez, poeta de Chihuahua, analiza Soledad al cubo, citando unos juegos de palabras: «“Sonido. Son ido. Son nidos sin sonidos”. Estos métodos súper-comprimidos del lenguaje resuenan en el poema “beba coca cola” de Décio Pignatari» (60). Dicho recurso («Son ido») coincide con el que apuntábamos hace un par de semanas al hablar de Víctor Toledo y su reciente Permutaciones
            Por su parte, Ricardo Sevilla actualiza la tradición hernandina: «Su malestar o su gozo –cuando los vocaliza− no están en consonancia con una opresora tradición cultural o una sola costumbre identitaria y sí con las extendidas zozobras de la humanidad» (64).
            El narrador Héctor Iván González defiende la capacidad que tiene Francisco Hernández para dialogar con otros espacios y otros tiempos. Ejemplo de esta alteridad a partir de poemas en prosa o en forma de diario es Cuaderno de Borneo (ya reseñado en este blog).
            Francisco Goñi repasa la trayectoria del poeta y su vinculación con otras artes como la pintura o la música. Los epígrafes organizan una vida peculiar y una escritura universal.
            El comienzo del artículo de Jocelyn Martínez, quien acaba de hacer su tesis doctoral sobre Hernández, es un ejemplo de claridad y concisión, virtudes ambas del poeta:

Los signos del zodiaco es un libro editado por el Taller Martín Pescador en Santa Rosa Tacámbaro, Michoacán, en 1997; con un tiraje de 150 ejemplares, el libro está plegado a modo de acordeón e impreso por una sola cara. La autoría del libro es doble, ya que se trata de 12 poemas en prosa, uno por cada signo zodiacal, escritos por Francisco Hernández a partir de 12 grabados en linóleum del artista Artemio Rodríguez (87).

            Diana Ramírez Luna resume la poética del jarocho: «breve pinchazo de ironía sin desgarbo, de aforismo inteligente, preciso, puntual; verso intenso que apenas nos deja asomarnos a una idea holística y se convierte en un puente gracias al uso del leitmotiv que construye a lo largo de toda su obra» (94).
Hace un par de semanas se presentó Ritmo #26
            La poeta Eva Castañeda Barrera apunta una novedad en la figura del poeta actual: «Hoy día el ejercicio lírico es otra cosa, ni el poeta es un ente superior, ni sólo mirando se interpreta el mundo» (98); para destacar más adelante lo que podría definirse como una transgresión: «el poema narrativo».
            Alejandro Baca entrevista a Francisco Hernández. Sus preguntas son certeras y las respuestas cercanas y espontáneas, sin dejar de ser por ello básicas para acercarnos al oficio literario y al ritmo de la poesía mexicana actual.
            Édgar Mena desciende a la locura de la obra de Francisco Hernández guiado por Martin Heidegger.
            Por último, la reseña de Guillermo Vega Zaragoza sobre Breve invención de Benjamín Barajas (director de Ritmo), nos retrata como sociedad y lectores:

Vivimos en la fragmentósfera. Lo de hoy es la brevedad, ya no hay tiempo para leer algo más grande que lo que puede aparecer en el espacio de una pantalla de computadora. Apenas una ojeada y a lo siguiente. El ciberespacio es el lugar natural para lo breve, lo sentencioso, lo contundente. Es el lugar para la máxima, el aforismo, la greguería, el poemínimo, la minificción, los cuentitos. En ese universo lo mismo conviven garbanzos de a libra junto con verdaderas inmundicias (115).

La semblanza de Álvaro Pietra se dirige a «Los siniestros» Everardo García, Pedro sacristán, Ricardo Lancaster-Jones, Javier González Galindo y Osiris Puerto. Así se cierra el número 26 de Ritmo, con unas ilustraciones de las que, según la página de créditos, tres puntos (¿suspensivos o seguidos?) nos ocultan la autoría. Pensaremos que se debe a un verso de Hernández que está escribiéndose o por escribir; o leyéndose y por leer.



            En definitiva, este número de Ritmo dedicado Francisco Hernández recoge poemas y ensayos necesarios para entender al veracruzano y la poesía mexicana contemporánea. Tal es su importancia entre la tradición y las nuevas formas de expresión que resulta vital la obra que aquí se recoge con un contenido inmejorable pero con formas algo descuidadas, ya que hay algunas erratas que atentan contra los poetas y los investigadores. Sin embargo, al leer Ritmo sentimos cerca el arte. Con ganas de más.

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