domingo, 11 de diciembre de 2016

Te diría que fuéramos al río Bravo a llorar pero debes saber que ya no hay río ni llanto

la poesía es el cadáver de la vida
Jorge Humberto Chávez, «Final» (pág. 89)

Te diría que fuéramos al río Bravo a llorar pero debes saber que ya no hay río ni llanto (FCE/ CNCA/ INBA/ ICA, 2013) es el poemario con el que Jorge Humberto Chávez (Ciudad Juárez, Chihuahua, 1959) ganó el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2013: un tránsito por el lamento que queda en vida, entre fronteras verticales.
            Un título como este (final del poema «Otra crónica», p. 20) merece un comentario. Según algunas publicaciones recientes (la de Cristina Rivera Garza, por ejemplo, sobre Juan Rulfo: Había niebla o humo o no sé qué), la extensión y peculiaridad de una oración subordinada para un membrete que tradicionalmente no ocupa más de cinco palabras sorprende a la vez que aclara y atrae. El pronombre clítico de tercera persona, el objeto indirecto («Te»), encabeza el referente (yo, nosotros, podemos pensar como lectores) al que se dirige quien escribe. El verbo de dicción («diría») en condicional incumple el no decir al decir no lo dicho; es decir, se anuncia una proposición («que fuéramos a llorar al río Bravo») invalidada por la adversativa de la segunda parte («pero debes saber»), compuesta a su vez por dos copulativas que niegan, aún más si cabe, el mensaje o el plan del inicio por («que ya no hay río ni llanto»). El oxímoron vuelve a contraponer la escena que podríamos vincular con el clásico locus amoenus del río, pero Bravo, con una tragicomedia de risas y lágrimas. Por último (pese a que todavía no hemos hecho más que repetir y desordenar el título de Chávez), llama la atención la perífrasis de obligación («debes saber», tan común en México), en lugar de la de posibilidad («debes de saber»). El empleo de esta última nos ofrecería cuatro octosílabos con rima asonante tanto en el primer verso como en el cuarto y agudas en los internos:

Te diría que fuéramos
al río Bravo a llorar
pero debes (de) saber
que ya no hay río ni llanto

Lo que falta es la sílaba de menos («de»). Esa preposición de lugar cuando el no lugar existe solo en la memoria es más sugerente que la extensión del título. Lo no dicho se acaba diciendo en un poemario que focaliza el hueco poético de la naturaleza humana. La herida de la violencia en la frontera: la cicatriz que tapa lo inevitable.
            Tras esta elucubración mental por la que me disculpo (si alguien todavía llegó a estas alturas de la nota), veamos qué dicen y desdicen con seriedad. Xalbador García trae a colación las ideas del espacio y del tiempo en Vientredecabra, para quien se trata de un «un libro que cala, que te enfrenta, que te cuenta, pero que al mismo tiempo te apunta los ojos. Un libro revólver. Un libro bala. Pero también un libro bálsamo, un libro que cura». Alexandra Délano, en Letras Libres, define con precisión la imagen del río que ya no fluye: «La imagen del río Bravo, presente desde el título, no es la del agua que hay que cruzar para llegar al otro lado, es la imagen de lo que se ha ido secando en esta frontera; el cauce de una ciudad dividida, herida, calcinada, cansada de llorar». Jorge Aguilera López, en el Periódico de Poesía de la UNAM, destaca el reconocimiento que este poemario tiene por la importancia que va adquiriendo el tema de la frontera, fruto de las trágicas circunstancias del país especialmente por el norte. Por su parte, Claudina Domingo vuelve a reseñar con maestría un Premio Aguascalientes en Confabulario. Sin embargo parece contagiarse del descenso (por el fondo o por la forma) del poemario de Chávez.
            Te diría que fuéramos al río Bravo a llorar pero debes saber que ya no hay río ni llanto se compone de cuatro partes: «Crónicas», «Fotogramas», «Poemas desde la autopista» y «Dagas». El tema es único: la violencia del narco; pero el discurso no es lamentatorio o victimista, sino analítico en detalles precisos de la sociedad actual. Como si de una obra de teatro se tratara, se define a cuatro personajes (dos en Estados Unidos y dos en México).
            En primer lugar, Chávez describe la realidad de un país excéntrico a partir de particularidades, como es el que ilumina la cubierta de este libro: «la frontera como un espléndido animal tirado en el pasto cultivado/ con el lomo irradiante de luz» (18). A modo de aforismos, «Siete postales del fin del mundo» añade, por ejemplo, a la típica expresión de culpa «no tiene nombre» los apellidos que le faltan a las víctimas:

3. Esa muchacha en la vera de una glorieta que detiene a
los conductores y les dice llévame a donde quieras por 200 pesos
no tiene nombre ni apellidos (21)

Al fechar los textos, el poeta retrata y cartografía la morgue en la que se ha convertido la ciudad. El atentado contra las torres gemelas o la muerte de su padre conllevan la escritura del dolor con un tono, no obstante, sosegado y a veces irónico. Dicho estilo lo seguirían Moisés Ayala o el propio Quirarte. Sería, pues, una evolución de la muerte como fiesta que analizaba Paz en El laberinto de la soledad.
            Seguidamente, la historia narrada parte o confluye en una imagen. De la figura paterna a los referentes literarios (Emily Dickinson, William Carlos Williams, Jorge Luis Borges o Antonio Cisneros, entre otros), el sentido es contrario al cronológico. Los saltos temporales y las voces de la memoria nos hacen sentir a la orilla de un río seco en una tarde soleada y solo con los recuerdos tristes que contrastan con una realidad aún peor. Pese a que el propio Jorge Humberto Chávez afirma que sus versos son perfectos, existe un voz algo prefijada que, sin embargo, se libera con la casi plena ausencia de puntuación. «Plancha la reina una camisa», «Diccionario para Deimy Chávez», «Conduzco un honda blanco por El Palacio de la Luna» y «Vaca en el prado» (los títulos ya no son tan sugerentes) y los textos finales tendrán más signos que los dos puntos. «Un soneto de mis vacaciones en Acapulco» (53) carece de rima, métrica o ritmo; es el canto al despojo, aportando lírica a una forma distinta a la tradicional.
            En tercer lugar, «Poemas desde la autopista» confirma el alejamiento de los escenarios más urbanos. Lo concreto y cotidiano dan paso a una reflexión más abstracta sobre el centro y el margen de la literatura y la vida. La fuerza inicial va decayendo. Lo social no tiene el peso que se esperaba en un primer momento. Parecen textos escritos durante los embotellamientos que caracterizan a México en las entradas de las ciudades. Los tópicos clásicos se actualizan. Así termina el poema «Heráclito»: «nadie cruza 2 veces la misma autopista» (66).
            Por último, se alude a tipos y sensaciones humanas habituales para focalizar el (des)amor y la (des)esperanza que dejó de darse a través de una ventana por la que observarnos. El amor es un pretexto para lo social. En este sentido, la ciudad y la reflexión sobre la poesía desde la poesía configuran un poemario ligado a la intertextualidad que caracteriza a su generación o constelación e influyente (más aún con el premio) en la forma de expresar el conflicto del norte del país.
            La poesía mexicana, como ocurrió con la narrativa, se centra en el conflicto del norte de México, según estudia Israel Ramírez. La inseguridad y la violencia de los límites con Estados Unidos ofrece al discurso poético las herramientas para refrendar y refutar la realidad. Jorge Humberto Chávez conecta, pues, con poetas que empezaron a publicar en este siglo XXI: Esther M. García, Moisés Ayala o Stephanie Alcantar. Después de comentar otros Premios Aguascalientes: 2014 (Christian Peña) y 2015 (Jesús Ramón Ibarra), nos quedamos con las ganas de leer a Minerva Margarita Villarreal, que lo obtuvo en 2016 por Las maneras del agua. No obstante, más allá de los premios, la poesía mexicana no para.
            Gracias al Seminario de Investigación en Poesía Mexicana Contemporánea por facilitarme este libro.



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