se vuelve una palabra tonta,
como si fuera un trapo
definitivamente inútil.
Margarita Paz
Paredes
(93)
Ya es posible entender la desazón y el compromiso
de Margarita Paz Paredes (1922-1980)
con Memorias de hospital
([1983] 2018) gracias a la segunda serie del Archivo Negro de Poesía Mexicana de Malpaís ediciones,
donde viene el estudio introductorio de Jocelyn Martínez y Diego Alcázar, miembros del Seminario de Investigación en Poesía Mexicana Contemporánea.
Como
es habitual en las entregas que estamos comentando, la introducción atiende a
la vida, a la crítica y a la obra que seleccionan Gabriela Astorga,
Iván Cruz, Benjamín E. Morales y Santiago Solís, con la indispensable ayuda de
quienes heredan los derechos de la poeta. Ahora bien, destaca en este caso la
labor de Martínez y Alcázar por la precisión y la claridad con la que ordenan
la información, la interpretación y los juicios diciendo lo máximo con lo
mínimo. Parecen contagiados por la capacidad que la guanajuatense tenía para
organizar la sintaxis y las cuestiones entre la vida y la muerte que conectan
con quien lee, siente y se compromete. Tales son los dos rasgos que descuellan
en la obra que vio la luz en los inicios de los ochenta justo antes de que Paz
Paredes muriera: la limpidez y el compromiso social del verso. Es un caso,
entonces, de la dimensión cívica que venimos trabajando. Sirva como ejemplo el
último párrafo de la introducción:
Llena
de vida, la poesía de Margarita Paz Paredes sabe combinar la esperanza con la
desolación, el amor social con el recuerdo doloroso de la ciudad, el registro
de las injusticias con la sorpresa del nuevo día; en suma, su poesía reúne lo
descarnado y lo pulcro, porque ella supo que así está configurada la vida (29).
Lo primero que me viene a la cabeza con
este aséptico título que mancha hasta el final cual oxímoron (14) es la serie
de poemarios que últimamente se vienen publicando sobre la enfermedad, la
despedida, la soledad ante la muchedumbre. Jocelyn Martínez y Diego Alcázar
comparan Memorias de hospital con textos de Ortiz de Montellano y Viel
Temperley; y asimismo pienso en Esfinges de hojarasca
(2015) de Heber Quijano, La miel de los felices (2016) de Vicente Quirarte o Debe ser un malentendido (2018) de Coral Bracho.
Estamos
ante un poemario que sigue un hilo conductor (la vida desde el lugar más
cercano a la muerte). Sus diez poemas presentan múltiples recursos para entablar
desde la primera persona un diálogo con quien recibe el texto. Entre las
constantes preguntas, sorprende la que cierra el poema V: «¿cómo demonios
continuar el cuento?» (50). Y la historia narra la desolación y la esperanza ya
apuntadas mediante la lírica, no hay duda. Se logra el verso sin desatender el
ritmo y las rimas internas presentes también en sus poemas memorables. Así comienza
el poema II:
¡Seis de la tarde! ¡Urgencias!
En
silla rodante me conducen
por
largos corredores donde se abren y cierran
puertas
traga suspiros y llantos y súplicas y gritos (44).
Fíjense, si no, en el desplazamiento del
cuerpo que mecánicamente avanza por la polisíndeton («por esos largos
corredores donde se abren y cierran / puertas traga suspiros y llantos y súplicas
y gritos»): umbrales que repiten el sonido en las tríadas sustantivas hechas
binomios dentro del verso y de la escena (tarde/rodante
y cierran/puertas y suspiros/gritos).
Algo similar a la sinestesia onomatopéyica que enseguida nos hace oír e imaginar
en la estridencia muda «de fosforescencias cóncavas» (51). La maternidad en la
que se detienen Alcázar y Martínez hace de Paz Paredes precedente del tema que
tanto reconocimiento está teniendo en la poesía mexicana contemporánea de la
mano de Esther M. García o Ivette Luna Flores en Bitácora de mujeres extrañas (2014) y Comunidad terapéutica (2017), respectivamente.
El
anonimato de las camas de hospital y las instrucciones que se pierden («El “40”
al Quirófano. La “32” que grite / cuando quiera, porque aún no es tiempo», 49)
contrasta con el lirismo de la talla de un alejandrino como «envuelta en esa
niebla profunda del olvido» (62) o el endecasílabo sáfico con acento, claro
está, en cuarta y sexta sílabas, ya en «Otros poemas»: «sobre un aciago páramo
de sombras» (71). Y damos al final con lo cívico y el compromiso y la poesía tradicionalmente
etiquetada como social (independientemente del activismo político o la muestra
ideológica). «Hoy no ha pasado nada» es un poema que se ubica en la urbe, ese
otro espacio que, de la misma manera que el hospital, presenta distintas
dimensiones para mostrar la habitación o la casa como ciudad pequeña en la que
la intrahistoria del hambre y la pobreza retrata una nación, un Estado; pero es
en «Esta ciudad que alguna vez amamos…» (88-91) donde la estrofa final, con
reticencia, describe una situación indefectiblemente vinculada con la fecha que
cierra el poema, el día del Halconazo:
Y
las plazas desiertas,
nada
más con el rastro de hierros implacables
y
con su hedor de pólvora maldita;
corroyendo
las tumbas anónimas,
las
tempranas semillas que no fructificaron.
¡Ah!,
si al menos esta vergüenza fuera colectiva,
si
esta frágil memoria
saltara
de la frente al pecho endurecido
y
arrancara la costra del recuerdo;
si
tanto amor a la ciudad que alguna vez fue nuestra
pudiera
convertirse
en
una catarata desbordada de odio;
entonces,
sólo entonces,
derrumbados
los muros absurdos del olvido,
estremecida
la impotencia,
el
grito liberado,
volvería
a convocarnos
la
maldición oculta
bajo
la trampa de olivos traicioneros.
[…]
México,
10 de junio de 1971
Y continuarán así las marcas que podríamos
destacar de Margarita Paz Paredes gracias a presagios y demás textos, hasta dar
con el grito, los perros y los aullidos que dan la mano al suicidio de los cuerpos,
por ejemplo, de Max Rojas. De tal modo se cumple lo que señala Efraín Huerta en
el breve prólogo de Memorias de hospital: «dio vida a los mexicanos
asesinados y a quienes murieron en santo olor de amistad» (40). Tal
reivindicación se distingue de manera explícita, tras las palabras con las que
Alfredo Cardona Peña introduce Presagio (poema que, pese a estar fechado
también en 1979, un año antes de su muerte, acompañaría en 1983 al libro que da
título a esta edición), en los «Otros poemas».
Sigamos esperándolos y
leyéndolos.
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