Los Contradioses |
Hay un poeta que
se expresa con palabras y algo más. Es de Colima. Camina despacio, mira al
suelo de vez en cuando y sonríe con más frecuencia. Observa más de unos segundos
las cosas que nos rodean. Quizá por eso las recuerda y ve trazos y siente
puntos que normalmente se nos escapan al resto. Es de Colima.
Iván Cruz, Carlos Ramírez y Álvaro Solís en Profética (Puebla) |
Los
Contradioses (2015) es una historia triste. Como los buenos poemarios,
narran algo: una despedida involuntaria. Pese a la tragedia que Ramírez Vuelvas
es capaz de dibujar con muy pocas palabras, el humor negro sirve para describir
y relajar la tensión de un espacio y de un tiempo: «Dicen que en mi país el que
no corre, vuela» (9). Las metáforas de lo cotidiano confirman nuestros temores «“ese mismo día tu hermano aprendió/ que la pasta dental (o
todo lo que alimenta al cuerpo/ es un poco de cianuro y por eso/ se oculta en
los rincones más oscuros como/ la boca o el baño de la casa”» (15). La
multiplicidad de voces genera unos personajes y una evolución: «Loado el hombre
que cuenta con los dedos su número de hijos» (39). A veces los números
completan huecos; así contamos «Los vacíos»: «Aprendimos a vivir llenando los
vacíos/ Míranos cantarte/ aún sabiendo que nos duele/ Míranos vivir/ sabiendo
que nos duele/ invocar a la esperanza sabiendo que nos duele» (52). Ahora bien,
cantar requiere letras, y Ramírez elige las que necesitamos.
Ha llegado el verano a casa |
Ha
llegado el verano a casa (2015) expresa el inicio de un fin que nos es común: «y escuchar el crujido de la rama que se
quiebra/ y no se dobla» (17) sugiere madurez. Solo el fruto que cae pesaba
demasiado. ¿Cuánto es demasiado? ¿Cuántas veces hay que leer un poema para
exprimirlo? No existe el número, solo las letras. Así lo explica «Cuyutlán»: «Con
un puño de sal/ escribo tu nombre sobre la tierra/ Para que la mano bienhechora
del sol/ lo vuelva agua que nunca han de tocar/ los labios del sediento» (22).
El oído es más rápido que la mente: «El sonido en que vibra la visión/ de
bisontes en tropel de oscura sombra alerta» (34). La sonoridad de este verso reverbera mientras tratas de comprender y ver qué viene entre esa polvareda colimense. «Un bourbon un whisky una
cerveza bastan» (38) y estoy alegre, esta vez sí, alegre de que sea cierto
(dirían curiosamente cerca de Valparaíso). «Jazz en la Zona Rosa», «El salmón»
o «Jueves» parecen homenajear al joven persistente de Deltoro, respectivamente.
Ramírez Vuelvas puede escribir los versos más tristes esta noche (74), pero también
contagiar esa sonrisa que se aprecia entre líneas, en los vacíos que solo las
letras pueden llenar.
Carlos Ramírez Vuelvas le dedica
unas palabras a Efraín Bartolomé en la grandiosa edición que acaba de hacer la
Universidad de Ciencia y Tecnología Descartes (con el empeño de la Universidad
de Colima y la editorial MonteVenus) de Ojo
de jaguar (2014). En ellas dice que «aspiraba a escribir poesía». Como
vemos, ya lo logró. Y de qué modo.
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