cómo habían metido esos pétalos
dentro del vidrio
Eusebio
Ruvalcaba («Las canicas»)
Tarzán no ha muerto (UNAM, 2014) es el último poemario de Eusebio Ruvalcaba (Guadalajara, 1951), aunque podría ser el primero, pues narra su infancia en
una edición numerada e impresa con tipos móviles.
Este libro es una autobiografía en
verso. Sus poemas son breves y autónomos, en ellos pasa algo, por lo que podrían
catalogarse como cuentos. Sus personajes se repiten. Los vamos conociendo. Con
ellos recorremos la ciudad y las costumbres. Y nos reconocemos.
Aunque los merece, Tarzán no ha muerto no requiere
comentarios ni análisis. Es un texto que podría haberlo escrito un niño. No
obstante, tiene el peso de quien, medio siglo después, mira hacia atrás y
recuerda los detalles y las anécdotas que, sin saberlo, le han marcado.
El hijo del violinista Higinio
Ruvalcaba (destinatario de «Mi papá», p. 35) reivindica la necesidad de una
poesía efímera, que no plana; de fácil lectura, pero de difícil digestión.
Mediante casos particulares, describe la condición humana y universal.
Los finales de sus poemas son
sentencias que ofrecen una plurisignificación, un cierre que abre las
interpretaciones. Así termina uno de los mejores poemas de Tarzan no ha muerto, «Mi abuelito»: «Alguna vez le robé dinero/
porque quería ser como él,/ un hombre rico» (16). Dicho recurso es común en Vicente
Quirarte, a quien Eusebio le dedica una carta en su blog con motivo de su reciente ingreso a El Colegio Nacional.
La ternura se mezcla con el humor
que caracteriza buena parte de la poesía mexicana contemporánea. De niños hay
detalles que no entendemos y que ahora concluyen un poema como «Mi padrino»: «Me
enseñaron a besarle la mano,/ que recuerdo perfumada./ Y con las uñas
barnizadas» (40). Además, la figura materna es básica en «Mi madre» (51) o «Mi
abuelita» (33). En el entorno familiar se dan cita los objetos que nos
descubren el mundo: «La televisión» (43), «Las inyecciones» (67) o «La
bicicleta» (77).
Los vicios perduran y se extienden: bien
«Me peinaba el pelo con limón» (51); o bien «Mi madre nos guisaba la carne,/
los bisteces sin aceite./ Rociados de limón» (48). La primera persona y el
pasado también caben en la poesía.
La narratividad, como decimos,
podría convertir la obra del tapatío en una prosa; pero todas estas frases
breves, de sintaxis normativa y de léxico anormal, poseen la cualidad
intrínseca de la poesía: el ritmo.
La colección Ramas de Noviembre de
la UNAM publica esta obra de Ruvalcaba en un papel gris, de un grosor mayor que
el habitual y con unos azules que, si nos fijamos, distinguimos en
microscópicas virutas, a modo de constelación o del papel que cubre las paredes
de la habitación de quien escribe. Es cierto que, mediante esta técnica manual,
las letras ocupan el espacio con más fuerza, como arraigadas, con más fondo que
en la impresión digital.
Eusebio Ruvalcaba es de esos
escritores independientes y necesarios que confían en su escritura.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarUn hombre
ResponderBorrarA Eusebio Ruvalcaba
¿En qué momento me perdí?
se pregunta aquel hombre,
luego piensa en los que crecen sin padre,
en los amigos que se separan a causa de un malentendido,
en aquél que patea a un perro dormido,
en aquellos a los que su mujer los engaña
y aún no lo saben,
piensa en todos ellos
y decide terminar su trago.
Muchísimas gracias por compartir su poema. Pese a todo, terminaremos el trago. Saludos cordiales.
BorrarQué poetas de la actualidad me recomiendas?
ResponderBorrarPues cada recomendación se deberá al gusto particular... En mi caso, me quedo con Xhevdet Bajraj (de Kosovo, con muchos años ya viviendo en México, retrata la violencia con los términos más cercanos), Sara Uribe (por generar textos literarios desde la apropiación de otros mensajes), Balam Rodrigo (por acercarse a la frontera desde otro punto de vista) y Clyo Mendoza (por la memoria y sus sombras, ahora en Córdoba, España). ¿Tú, qué poetas me recomiendas? Saludos.
Borrar