domingo, 1 de mayo de 2016

Memorial de Ayotzinapa

Pero qué pesada carga en estos hombros
Para llevar tu ausencia a cuestas
[…]
Quizá por eso escribo
En este cuaderno de perdedores
Lo perdido,
Mario Bojórquez

Memorial de Ayotzinapa (Visor, 2016) es el último libro de Mario Bojórquez (Los Mochis, Sinaloa, México, 1968). En él se ritualiza la tragedia de los 43 y se anota el oficio del poeta. ¿Cuánto aumentan las posibilidades de que se venda un libro si lleva «Ayotzinapa» en el título?

            Dos partes componen este reciente poemario. Cuarenta y tres poemas, por un lado, y algunos apuntes que conforman el llamado «Cuaderno de perdedores». Entre ambos no existe más conexión que la fragilidad humana.
            Titular Memorial de Ayotzinapa a un libro es necesario. La denuncia siempre será oportuna. Pero utilizar la tragedia para la parodia es oportunista. Un riesgo. ¿Un crimen? Bojórquez presenta, a modo de introducción, un fragmento del Códice Florentino (libro 3, capítulo I) que versionó Miguel León Portilla del Manuscrito náhuatl de 1558, donde dice:

Pero su caracol no tiene agujeros;
llama entonces (Quetzalcóatl) a los gusanos;
éstos le hicieron los agujeros
y luego entran allí los abejones y las abejas
y lo hacen sonar (7).

Un ritual prehispánico sirve para explicar el poema reportaje que estructura esta primera parte, donde «Me dijo mi nahual» (13) y «le digo a mi nahual» aclaran un diálogo inverosímil y burdo: «400 noches me he rajado el miembro/ para sangrarlo con púas de maguey» (14); «No te aflijas con eso/ toma a 43 surianos» (17); «Ya no te rajes el miembro –me dijo mi nahual−/ Esas son pendejadas» (51). Creo que es acertado escribir sobre Ayotzinapa. También, hacerlo desde un punto de vista original, como es el de trasladarnos a la tradición prehispánica para explicar la evolución de México. Pienso que el humor (incluso el negro) puede purgar. Pero estos ingredientes pueden saltar por los aires si se roza demasiado lo escatológico («“como el culo de un muerto”», 19) o la caricatura anecdótica, que termina resultando distante y fría. Hay más sorna que sarna. No incide en el conflicto en el que todo poema se gesta y gesta. Es jeta, al fin y al cabo. La crítica, en cambio, se advierte por bandera: «Trapos sucios que no representan a nadie/ Estoy ondeando mi miedo en el aire mugroso» (18). Las expresiones populares (#YaMeCansé) se ponen en boca divina:

−¿Más preguntas?−
−La verdad histórica es que ya me cansé− dijo el Señor del Mictlán (53).

¿Se cansarían los familiares de los desaparecidos de leer Memorial de Ayotzinapa?
            Las frases o versos entre comillas nos plantean una intertextualidad que va del autóctono «caracol sin agujeros» (27) al «De otro modo lo mismo» (66) de Rubén Bonifaz Nuño. Una de las virtudes del poeta es la brevedad. No obstante, hay reiteraciones vacuas que completan el proyecto, pero no el poema: «habrás de pasar/ debes pasar […]/ debes pasar […]/ debes pasar y entrarás/ […] luego debes cruzar el río de cenizas/ ese río debes cruzar/ el de las cenizas debes cruzar/ debes» (24). La anáfora se explota, es meritorio escribir con un verbo auxiliar y un par de sustantivos (cfr. 29). Estas similitudes buscan la cadencia de un mensaje totémico, palabras que podrían corresponder con la crónica o el testimonio de un sobreviviente: «Nos ofrecieron la ambulancia unos soldados/ nos tomaron fotos en el Hospital Cristina» (39). Contrasta lo sacro con lo mundano: «−eso decía mi nahual en mi mente−» (33). El poeta continúa poseído por una fuerza superior. El rostro se enmascara «mientras pateaba mi semblante exfoliado−» (43). La noche del 26 de septiembre de 2014 se rememora con una sátira desacertada y descarnada. Este es poema XXIX:

Se elevaba al cielo
el humo y el olor de la muerte
mezclado con gasolina y diésel
mi cuerpo se tostó perfecto
Mi nahual me ofreció un cigarro
No fumo –le dije
Fúmate uno, te hará bien –me dijo
y lo prendí en mis labios descarnados (49).

Después de esta faena sesual, el cigarro une, por fin, los labios. Es entonces cuando no entiendo la contracubierta, firmada (cual ajena carta de recomendación) por Eduardo Lizalde: «Doy aquí constancia de mi entusiasmo por su obra».
            «Cuaderno de perdedores», en segundo lugar, es una amalgama de inquietudes, historias seguramente autobiográficas, intimistas, personales y anecdóticas: «Y me comí la dona entera/ Con chocolate y coco» (76). La ausencia de puntuación y las mayúsculas a inicio de verso contradicen el versolibrismo moderno. No encuentro conexión entre las dos partes del Memorial. Es como si la segunda completara el mínimo que exige un libro tradicional de poesía, un pastiche de reciclajes. Algo que ni el mismo Bojórquez niega:

Dos cuadernos que fabriqué con restos
De libros perdedores en un premio
Que hube de leer sin poner atención
Y cuando había que tirarlos, dije:
Fabricaré un reciclado
Cuaderno de perdedores
Que al final fueron dos
Ahí te escribo
Esto te escribo (76-77).

Sin embargo, agradezco este «Cuaderno de perdedores», mucho mejor que la primera parte. Al menos, estos versos reciclados de otros perdedores animan a leer y a escribir a quienes no reciben premios. 
            Se incide con más fuerza en lo erótico-sensual: «Si tú siempre vienes con el sol/ yo alguna vez me vine con la luna» (67). «De Abelardo a Eloísa» recuerda las descripciones del sexo de Bojórquez en su Y2K (2009). El filón. Por otro lado, destaca el soneto (72), aunque el último verso («Y toda tu alegría es tu tristeza») no termina de encajar en el ritmo frenético de la ambigüedad. El significante, la sonoridad y el significado de las palabras que colindan al final de verso logran, al final, una sonoridad que escenifica lo expresado en «profunda fronda» (85), «Tanta esquirla en el borde/ Serrín de limadura/ En piel desencantada» (88).
            Agradezco los dos versos con los que termina este libro: «Él mismo hueso ya/ Mondo e incorruptible» (88). Además, permiten conectar una «Coda» egoísta (y no es un movimiento de vanguardia) con lo que, en mi opinión, resulta un oportunista uso del crimen de Estado para llevar a cabo un Crimen de estado.


            Memorial de Ayotzinapa es un libro que hay que leer. Pese a todo, ayuda a entender por qué Bojórquez es uno de los poetas de México que están más en boca. No me extrañaría que ganara algún premio este poemario. Vaya, premio y poemario tienen muchas letras en común. Ahora bien, falta la a, el origen, la poesía, la oralidad, la expresión…, el lirismo de una comunidad, lo social del amor, el ego del talego.

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