Christian Peña (pág. 17)
Me llamo Hokusai (FCE/ CNCA/ INBA/ ICA, 2014) es el poemario con el
que Christian Peña (Ciudad de México, 1985) ganó el Premio Bellas
Artes de Poesía Aguascalientes 2014. Se trata de una máscara histórica para
comprender desde las tradiciones literarias al pulpo que nos riega de tinta la
camisa.
Son numerosos los comentarios y
reseñas que ha sugerido la reciente obra de Peña. Paco Estrada Medina, uno de
los críticos más vívidos, también coincide en Gaceta Frontal en el mérito (no siempre ocurre) de un premio. Y lo
hace ya desde el índice: «Podría decir que el índice es una de las partes más
fascinantes del poemario. Lo es porque, en el breve espacio de dos páginas,
condensa cinco brillantes títulos que son pequeños poemas por sí solos». A
continuación recogemos el título de esta primera parte y la atenta explicación
de Estrada:
I. La gran ola de Kanagawa pudo ser la ola que
arrastró el cadáver de un marinero a las costas de Hawái en 1982 o la misma que
sacudió un buque carguero zarpado de Hong Kong dejando a la deriva un
contenedor con patitos de plástico para jugar en la bañera o la misma que temía
pudiera ahogarme durante mis clases de natación (9)
Como artificio general, en el título se establecen
conexiones estrechas entre temporalidades alejadas unas de las otras en muchos
sentidos. Este empalme de realidades nos monta, primero, en La gran ola de Kanagawa, la más famosa
de las estampas del pintor japonés Katsushika Hokusai, grabada alrededor de
1830. Después, 150 años más tarde y a unos 6,000 km de distancia, nos arrastra
hacia las costas de Hawái junto con un ahogado salido de un documental de
National Geographic. Nos conduce luego a sacudir una embarcación que perderá
miles de patitos de hule (un buen símbolo de la cultura popular o de la
producción en serie, entre otras cosas). Y, finalmente, aterrizamos en algo tan
pequeño e intenso como un miedo de infancia de este yo lírico. El recorrido es
bastante peculiar: de lo sublime del ukiyo-e
a la muerte televisada a la baratija china flotando en mar abierto al miedo a
morir de un niño. Sin un solo signo de puntuación, el fraseo kilométrico
aglutina notablemente estas temporalidades tan distintas y distantes.
Las expectativas
que le provoca a Estrada el libro de Peña se cumplen en las partes en las que
el ritmo se sostiene sin (de)caer en el cliché, como también ocurre. Por otra
parte, Claudina Domingo publica al respecto «Los elementos del duelo» en Letras Libres, donde destaca el papel de los elementos naturales
en el poemario; asimismo, Ernesto Lumbreras hace lo propio en «La mariposa y el
tsunami...», de Casa del Tiempo, acentuando la influencia oriental que existe en la
poesía mexicana desde José Juan Tablada a la evolución del
discurso poético de la que también es garante Christian Peña.
En Confabulario encontramos un fragmento de la primera parte de Me llamo Hokusai. Al final de esta
muestra, firmada por el mismo autor, hay un comentario de «Aluissus Bertrand»,
quien tacha la obra de plagio y acusa al jurado del Premio Aguascalientes de no
haber leído a Svetlana Aleksiévich (Nobel de Literatura en 2015) o a Orhan
Pamuk (Nobel de Literatura en 2006). Sorprende la crítica tan ofensiva
a un autor que −como reconoce en la nota que cierra su obra (donde, es cierto,
no aparecen los nombres que menciona el tal Bertrand)− la intertextualidad es fundamental.
Las cinco partes (sin contar la nota
a la que nos acabamos de referir) son imágenes que en el título ya encierran y
resumen la historia que recreará el poeta mexicano en una prosa llena de ritmo
y negra tinta viscosa al estilo de Francisco Hernández, de quien sin duda Peña es
epígono. Dedicado «Para mi viuda», el
poemario nos hace dudar a cada rato de todo menos de lo poético.
En primer lugar, «La gran ola de
Kadawa...» parte, cómo no, de la obra más famosa del pintor japonés Katsushika Hokusai (1760-1849). Una bañera, una
piscina, el mar. El foco va y viene, sin abandonar la inquietud cotidiana:
«¿Por qué le dicen crol?» (20).
Seguidamente, «El Monte Fuji
rojo...» bebe además del cine de Akira Kurosawa (como hiciera Raúl Zurita en
el libro que se llama como su apellido). El hipocondríaco tragicómico se
cuestiona. Paradójicamente, la naturaleza y la enfermedad se entrecruzan:
«¿Cómo escribir un tosido?» (30).
La bisagra, «El sueño de la
esposa...» representa la imagen de la cubierta (entendemos que diseñada por
León Muñoz Santini, aunque no se especifica). El calamar dialoga ahora con
Tsunemi Kubodera. Desde una imagen de otro tiempo y otro espacio, tal que Vicente
Quirarte, Peña conjetura la intrahistoria en boca de un alter ego que, al cabo, somos nosotros: «¿Cerré el cuarto con
llave?» (43).
En cuarto lugar, «El fantasma de
Kohada Koheiji...» profundiza en la sombra de la muerte. Es un canto al miedo a
la ausencia. Sus personajes conviven con los enigmas. No los resuelve, pero los
calma con preguntas sencillas y directas: «¿Por qué siento que algo me falta?»
(53).
Por último, «Me llamo Hokusai...» da
nombre al libro y cierra los nudos que se han ido estirando; y al contrario, al
decir se desdice. Las interpretaciones enajenadas permean
en las sensaciones: «¿es injusto, arrogante o pretencioso dibujarme?» (63).
Estamos ante un libro plástico, bien hecho, con la tradición experimentada, con rostros que rastrear: una narración
llena de paréntesis aforísticos que reflexionan sobre la Obra-Vida. En la
poesía caben el diálogo, la canción, el expediente médico, la nota
periodística, la anécdota, la reiteración, la ecuación, el lenguaje y el verso.
No se llama Christian Peña. Es un poeta inteligente. Es capaz
de formar un poema con tantas referencias que merecerían un estudio
especializado y, sin embargo, tan homogéneo que citar solo un poema es inútil
y, quizá, erróneo. Con treinta años ha ganado todos los premios posibles. Aun
así, hay quienes dudan de él, ¿no es única la poesía mexicana contemporánea?
Gracias al Seminario de Investigación en Poesía Mexicana Contemporánea por facilitarme este libro.
Gracias al Seminario de Investigación en Poesía Mexicana Contemporánea por facilitarme este libro.
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