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innecesarias.
Manuel Parra Aguilar
Manuel Parra Aguilar (Hermosillo,
Sonora, 1982) presenta dos de sus poemarios en el Archivo de Poesía Mexa: Manual del
mecánico (VOX, Argentina, 2012) y Portuaria
(Instituto Sonorense de Cultura, 2014). Como venimos haciendo, partiremos de
ellos para comentar brevemente algunos rasgos de lo que creemos que podría ser
su poética.
Parra Aguilar ha recibido varios
galardones que lo ameritan como una de las voces a tener en cuenta. Nos
referimos al Premio Internacional de Poesía Oliverio Girondo 2005, organizado
por la Sociedad Argentina de Escritores, SADE; el XIII Premio Nacional de
Poesía Tintanueva; el premio del Concurso del Libro Sonorense y el XII Premio
Nacional de Poesía Alonso Vidal. El año pasado recibió el XV Premio Nacional de
Poesía Amado Nervo por Breves,
trabajo del que no encontramos más datos. Además de los poemarios que
comentaremos, Manual del mecánico y Portuario, el hermosillense es autor de Más le valiera morir (2009), En el estudio (2011) y Pertenencias (2014). Sus poemas están
disponibles en Aurora Boreal, Página de Poesía, Círculo de Poesía, Poética arbitraria u Otro Páramo; y apenas cuenta con reseñas de su obra.
Manual
del mecánico (2012) viene en forma de manuscrito, es decir, sin la
paginación, entendemos, de la versión final. Se divide en cinco partes: «Mantenimiento
preventivo», «Sistema eléctrico», «Reparaciones menores», «Otros servicios» y «Ordenador
de a bordo». Este poemario que se publicó en Argentina parodia el lenguaje de
los manuales de instrucciones. Se sirve de la información tan detallada como
aparentemente vacía de lirismo para reflexionar sobre el oficio poético. El
monólogo y los iconos que podrían aparecer en cualquier salpicadero de
locomoción demuestran que el verso no está lejos de la mecánica, aunque la
escritura automática se despeje enseguida con estructuras de la talla de: «QUEDA
EN LAS herramientas / un esconderse bajo los coches. // Último intento de huir de
los temas literarios» (18). Las reiteraciones, las expresiones bisagra para las
explicaciones férreas y el léxico de ruedas, tuercas y puestas a punto
parodian lo que hacemos con lo inerte en nuestros comportamientos sociales. ¿Es
este libro su poética, la manera de entender a Parra? Atenta contra los lugares
comunes, contra el lenguaje y las lenguas para, en la penúltima parte, recrear
escenas que hace diez años motivaron los avances técnicos que disfrutamos
ahora. Personajes como John Dodge, Thomas J. Mahon, Sōichirō Honda o Ferdinand
Anton Ernst dialogan en una atmósfera cómica, por la ironía de los
planteamientos; y trágica, por los límites del ser humano. La estructura se
repite simétricamente en la parte final, «Ordenador a bordo», de modo que
advertimos el enfrentamiento manual y automático. Estamos ante un homenaje a los
referentes de la ingeniería mecánica del siglo XX
y al futurismo, como pretexto de su poética crítica de la modernidad.
Portuaria
(2014) está compuesto por siete (normalmente números primos) partes numeradas, esta
vez sin títulos. Los poemas son más extensos y sólidos, si entendemos por
solidez los convencionalismos formales. Ahora bien, el tema es tan peculiar
como en el libro anterior. En este caso el poeta nos habla de la belleza a ojos
del que siente sin mirar. A modo de prólogo (que me parece excelente, por cierto), Fredy
Yezzed vincula la poesía de Parra con la concatenación de escenas plásticas y portuarias superhistorias (diría Gómez de la Serna) del mar y sus pescadores: «Tal
lírica de la imagen se logra con el entrenamiento del ojo y la paciente
observación» (10). La nostalgia hacia el padre, el amor puntual, la vida marina,
las dudas de la experiencia, la fortaleza de lo diminuto, los errores valientes
y el inexorable ocaso son los temas de esta prosa en cadencia versal cuyas
palabras fragmentadas remiten al recuerdo que se pierde y nace, constantemente,
como la marea que escuece y cura.
[...]
Muchachas,
a veces recuerdo el futuro donde yo
sólo sé si estuve, estoy o estaré empapado
y vulnerable como una fotografía.
Muchachas, a través de una ventana
miré una tarde a una viejecita. Ella me llamaba
por mi nombre y yo sin saber quién
era. Decía mi edad y yo sin saber quién
era. Una viejecita arriba de un coche
mientras comía bacalao y espantaba
las moscas con su mano izquierda.
[...] (25)
Lo fútil y banal
son parteaguas de unos versos que se van puliendo hasta la esencia de la vida.
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