Trenzar el día (Calygramma, 2012) es un poemario en el que María Paz Mosqueda Cárdenas (San
Diego de la Unión, Guanajuato, 1946) despliega una serie de fragmentos en prosa
y una ristra de poemas cuyos versos encierran en el silencio la partitura de
los sentidos
Gracias
a Conrado J. Arranz he dado con una poeta de larga trayectoria que, sin
embargo, apenas aparece en un par de notas locales o recopilaciones como la de Ojos mudos (2014).
El libro que publicó en la editorial queretana, efectivamente, hila estática y
estéticamente los juegos de palabras que a lo largo de una jornada dejan ver la
belleza del mensaje, la poesía, de una rutina que desde lo cotidiano se acerca
a lo barroco. Las libres interpretaciones se afianzan con frases y versos sin
puntuación, con blancos como pausas, horquillas secas por las que fluye el
verbo: «nosotros qué sabemos de ellos con estos frentes fríos o con
alteraciones del segundo frente y el que
me importa de allá y el odio de acá y la subida del dólar y la gasolina y la bajada de la uva y la del IVA y de la
bolsa en el mercado y de la
economía en concreto y del
concreto nada que quitan» (12). La guanajuatense conecta personajes o motivos
comunes a lo largo de historias breves o sensaciones particulares que, pese a
la narratividad, difícilmente sabes a qué mechón corresponde ese que cuelga: «del
deseo que lleva y trae el sabor de vivir en otra sombra más allá de un para qué
en la cara cerca del porqué en
los párpados lejos del dónde de las cuencas pozos
de amor» (18).
Y
uno de los aspectos que quizá más se vincula a la dimensión cívica que
estudiamos es el de la sociudad.
Mosqueda comienza así uno de los poemas de la serie que da nombre a Trenzar el día:
Andamos
dejando huellas por todas partes
matando
los insectos en las banquetas
encima
a
un lado y otro del hormiguero
enfrente
del semáforo
tomamos
aire salimos por el túnel de los gusanos
[…]
(29)
El ritmo
incontinente se desacelera por las manchas que marcamos entomólogamente en la
superficie de la existencia: espacio urbano que discurre en las capas hondas de
la ciudad, en los vicios / hábitos de la rutina / asfixia. En la estación de
metro «se adelgaza en el silbido de las cigarras / es inútil pedir silencio al
grillo / al sudario que flamea santo / a las cigarras que huelen la luz / y las
detengo» (38). Y de nuevo: «Dejamos huellas en el hormiguero / salimos por el
túnel lleno de insectos / todos a la vez y al mismo punto / en estampida / a
nuestra selva / donde se quita el hambre / y germina en la sed del que ha
llegado» (51). De manera ecocrítica,
la vista se nubla y espejea la luz: «en el misterio del verde que escasea /
espejeando en el agua resumida» (27). Los elementos naturales están en peligro
de extinción: «hoy y mañana / un clamor le amanece / espejeando en el agua
resumida / donde la oscuridad ve en la noche orlas de concierto» (31).
Calygramma nos ofrece un lugar en este canto, que es esquina y coro
extraordinarios.
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