Aníbal Salazar Anglada acaba de editar la Antología poética (1960-2018) de Homero Aridjis (Contepec, Michoacán, 1940), ya reseñada por Jonathan Mayorga en Libros y Literatura. El trabajo de Cátedra (también en versión digital) nos permite
leer en la contemporaneidad a un clásico. Especialista en las antologías y en
poetas como Juan Gelman o Gabriel Zaid, el profesor de la Universitat Ramon Llull acerca a España a un poeta mexicano de origen griego que pese a
ser el más joven durante mucho tiempo ya no es leído seriamente en su país.
El codirector del portal de Homero
Aridjis en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes logra presentar conspicuas teorías críticas
mediante una simbiosis diáfana de la vida y la obra de un poeta que plasma la
historia de México, el surrealismo y la defensa de la naturaleza en poemas
breves (varios de ellos fechados), en más de veinte libros, desde Los ojos desdoblados (1960) al que
acaba de salir en el Fondo de Cultura Económica, La poesía llama (2018).
Lo que más me sorprende de Aridjis
es su propia historia, su amor por la vida y su sencillez; de Salazar, la capacidad
para transmitir de manera clara una extensa y compleja realidad literaria. Tal
fue mi sensación en el Seminario «Homero Aridjis: un creador nos introduce en su mundo» que organizó el Centro de Estudios Literarios Iberoamericanos Mario Benedetti en 2017. Y este
mismo impulso crece ahora con un estudio único.
En México no es fácil leer a Aridjis.
Apenas se encuentra con facilidad su Material de lectura de la UNAM, con Kenneth Rexroth. El resto son omisiones y miradas
para otro lado, que no ojos de otro mirar. Puede que el descaro de sus primeros
años no haya propuesto esos oscuros cambios efectistas y crematísticos de la
poesía mexicana contemporánea, pero sin duda cuenta con recursos y textos coherentes.
Como lo sostiene Alejandro Higashi en PM / XXI / 360º (2015), la antología Poesía en movimiento (1966) marcó un cambio de perspectiva en el
género literario que nos ocupa. Sabemos que fue coordinada por Octavio Paz, Alí
Chumacero, José Emilio Pacheco y Homero Aridjis. Según Salazar: «Esta fórmula a
cuatro manos no es novedosa, sin embargo, pues repite el esquema de la muy polémica
antología […] Laurel, publicada en
1941 por la editorial Séneca que dirigía en México José Bergamín, y cuya
autoría recae en dos poetas españoles y dos mexicanos: Emilio Prados, Juan
Gil-Albert, Xavier Villaurrutia y Octavio Paz» (55).
Las notas de Salazar son dinámicas y
oportunas. Uno no las esquiva o las deja para el final, sino que las degusta; no
son el coitus interruptus del que escapa Higashi.
Su selección atiende en algunos casos al lugar donde se va a publicar e incide
en los textos que recuperan el pasado prehispánico con Tenochtitlan,
Teotihuacan, Moctezuma o Cortés al tiempo que se menciona a Nebrija o
Velázquez. A propósito de ello, se alude al artículo que José Carlos Rovira publica en América sin Nombre (2004): «Emergen las ruinas en la ciudad y en la literatura».
Ya lo dijo Niall Binns, junto con
Nicanor Parra, Ernesto Cardenal o José Emilio Pacheco, Homero Aridjis es uno de los primeros poetas ecológicos o
con una perspectiva ecocrítica desde lo rural a la dimensión cívica que también
vemos con Vicente Quirarte. En este sentido, una de las primeras muestras es «Profecía del hombre»,
de Quemar las naves (1975):
Las nubes colgaron como hollejos
los ríos se estancaron muertos
se extinguieron las aves y los peces
en las montañas se secaron los árboles
la última ballena se hundió
en las aguas como una catedral
el elefante sucumbió
en el zoológico de una ciudad sin aire
el sol pareció una yema arrojada en el lodo
los hombres se enmascararon
sin noche y sin día
caminaron solitarios por el jardín negro (207-208)
Cuarenta años
después, como nos indica la nota de Salazar, el «jardín negro» forma parte de
la cosmovisión del poeta que estudia Laurence Pagacz (codirectora del portal de
la BVMC) en su tesis El Edén subvertido: distopía y carnavalización en la obra en prosa de Homero Aridjis
(2015). Y hace unas semanas también «los ríos se estancaron muertos» en una
imagen que compartió Fernando Fernández en Twitter, un par de días antes, por cierto y no sin razón, de criticar a Aridjis.
Felizmente,
Salazar no pone el foco en los poemas de amor, sino el amor en los poemas. Este
fácil retruécano cobra sentido en la poética aridjisiana por la acertada
mixtura de teselas que conviven con lo importante y con lo urgente: con lo cotidiano.
Aridjis se encuentre en el «Límite del ágora»:
Aquí donde Sócrates y sus
discípulos
pasaron hablando de una
parte a otra,
solamente el calor bate,
sola mente las hormigas
pululan,
solamente la piedra habla
(289).
Lo que dice la
roca se debe al calor del fuego, a la luz. No está tan lejos de la poesía
mexicana contemporánea, Del cielo y sus
maravillas, de la tierra y sus miserias (2013). Pongamos por caso, su poema
«Levitaciones» (369-373), que parte de Santa Teresa de Jesús, como ocurre con Silvia Tomasa Rivera, En huerto de Dios
(2014), o Minerva Margarita Villarreal, Las maneras del agua
(2016).
Después de todos los reconocimientos
internacionales que envuelven a Aridjis, me pregunto, todavía sin entender, por
qué en México nadie lo toma en serio. Pienso que muchas veces (salvo con Juan
Rulfo) ocurre algo parecido con Frida Kahlo, Octavio Paz, Carlos Fuentes,
Chavela Vargas o Elena Poniatowska. No queda otra, pues, que seguir leyendo por
varias razones: los poemas dialogados, el compromiso humanista y ecocrítico, la
coloquialidad onírica y la extensión y el mestizaje culturales. Algo más sobre este libro en la revista Philobiblion. Revista de literaturas hispánicas.
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