con más fuerza, a la aparición
abrupta de las cosas
o a su desaparición?
(61)
121:08
(edición del autor, 2020) es el reciente libro de Luis Eduardo García (Guadalajara, Jalisco, 1984): una reflexión sobre el arte,
la importancia, la poesía contemporánea y la libertad con el séptimo arte
como telón de fondo.
Hace
unos meses, en pleno confinamiento, lo liberó; a la vez que la fecha de la
página de créditos, abril de 2020. Comienza con una cita de Robert Bresson: «Imágenes
y sonidos como gente que se conoce de paso y ya no puede separarse» (4). La
comparación nos invita a leer los breves poemas con título que estructuran las seis
partes: «Remakes», «Plano cenital», «Poemas ocultos entre los diálogos», «Glitches»,
«Álbum» y «Naturaleza»; a la manera de las imágenes del cine que, con sus
diálogos, trazan ahora con el poeta tapatío una continuación de la historia
que desde las más variadas tradiciones inspira este libro.
La
metáfora parece ser el asunto del poema titulado «Le hablo como hombre común, ¿y me
sale con estos enigmas de mierda? II»:
Por
favor
que
el esqueleto no sea metáfora de algo, que sea
una
casa de huesos
nada
más (8).
La sintaxis, natural, discurre por ese
lenguaje directo que caracteriza a Luis Eduardo García, sin alardes (siempre
innecesarios). Ocurre la mayoría de las veces, salvo cuando quiere romperla,
fragmentarla, mediante encabalgamientos y versos breves que caen de manera vertical
en el poema al que da sentido: «Transformers VIII (sinopsis)» (14). También se sintetiza
el argumento de otras cintas que se mimetizan en el tema del que hablan; por
ejemplo, a continuación, se simplifica la historia de fantasmas haciendo
desaparecer precisamente el conflicto. Lleva la parodia implícita.
Las cifras resultan una obsesión, de manera notable en las que miden el tiempo.
Los segundos de cada escena nos hacen pensar en el número de versos (o incluso,
sílabas) que caben en un texto. Se apuesta por la brevedad. Y es un mérito
entonces lograr el efecto de sorpresa en el mínimo espacio, a partir de
yuxtaposiciones.
Si
en la primera parte recrea historias que pueden ser conocidas por un público
amplio, en el plano cenital quedan patentes las relaciones de los personajes
con los objetos, del texto con el contexto. La mecánica es la misma,
aparentemente antilírica (si tenemos en cuenta lo que tradicionalmente se ha
considerado como lenguaje poético), pero de pronto, al final de un texto, se
cuelan dos endecasílabos sugerentes por el contraste con el tono integral: «La
partida de la luz nos recuerda / lo poco que sabemos de las cosas» (21). Luego
la técnica vuelve a conformar esta especie de tratado en la que se conjeturan «detalles
narrativos» (26).
Se vale para ello de
diálogos, en apariencia absurdos o desconectados, así como de los llamados
problemas técnicos, que causan una justificación xenófoba, homófoba... de Hollywood
(37) o una «Lista de objetos y seres vivos destruidos en Der Siebent
Kontinent» (40). La ironía mantiene, como decíamos, un posible destello
emocional, necesario para que destaque aún más el peculiar tono de las innovaciones
poéticas que defiende Luis Eduardo García, fuera de lugares comunes,
sentimentalismos o versos efectistas. Así termina «Fade to Black I»: «Destruir
una fotografía es aceptar la naturaleza del mundo, su fugacidad. Es, sobre
todo, dejar de resistir. Fundirse a negro» (41). La posible enunciación que
leemos de manera convencional se rompe por esa última expresión que da título
al poema. Un test sobre posibles frases de películas de Buñuel o Hitchcock,
entre otros, desarrolla este juego coherente con la poética de Luis Eduardo García:
spoiler o revelación de lo que ocurrirá dentro de unos años en la llamada lírica. De ello se habla estos días en la Feria Universitaria del Libro Virtual de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Es un debate candente. El propio autor lo enriquece desde hace unas semanas en el libro Estrategia del poema que coordinan Armando Salgado y Octavio Gallardo.
Finalmente, la naturaleza
y el amor como temas universales son repensados por una voz (seguramente en
off) que actúa de nexo para un texto ensayístico contra la pregunta (también
del final) de este poema:
¿QUÉ
SIGNIFICA ESTO?
La
pasión de Juana de Arco, de Carl Theodor Dreyer, se estrenó
en Copenhague en 1928. Al llegar a Francia fue mutilada por la censura. La
cinta original se perdió en un incendio durante ese mismo año. Dreyer tuvo que
elaborar una segunda cinta a partir de tomas alternativas que no se incluyeron
en la primera versión. La segunda cinta fue destruida poco después en otro
incendio.
En
1981, una copia de la primera película fue encontrada en un hospital
psiquiátrico de Oslo.
Cada
vez que recuerdo esta historia pienso en salmones del Atlántico (60).
Ahora bien, el detalle, la preocupación,
el interrogante, va más allá por la relación que establece en cada texto, en
verso (y algunas veces en prosa), con el elemento común de 121:08: el
mar; «la clave radica en mirar de manera distinta, en abrir las posibilidades
del sentido, en esperarlo todo» (70). A la playa, al enigma de las olas, al
hueco entre el agua y las rocas, al infinito, se dirige en el sujeto poético
con un lenguaje coloquial (cercano al tono ensayístico) que gana si partimos de las referencias cinematográficas
que se detallan en las últimas páginas del libro. Se deben a películas de Andréi
Zviáguintsev, David Robert Mitchell, Yorgos Lanthimos y una larga y variada
lista; presentada justo después de dos datos que explican el título del
poemario: «El Dr. Alan Halsey resucita al minuto 43:37. / Inger Borgen al
121:08» (73).
Si
en 2018 nos sorprendía la atmósfera que creaba en Bádminton,
un par de años después. En esta ocasión también lo publicó en formato abierto,
como el archivo de Poesía Mexa que coordina con Diana Garza Islas, Yolanda Segura, Daniel Bencomo y Jorge Posada: «Hay algo muy hermoso en ir en
contra del dinero» (64). Léanlo (hay algún adelanto en Luvina; la próxima semana veremos Una extraña seta en el jardín)
porque estamos ante un poeta que escribe sin ningún otro interés. Y ahí radica
su fuerza.
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