Carla Faesler (Ciudad de México, 1967) es una de las referencias de la poesía mexicana de la que todavía no habíamos hablado en este blog. A continuación, nos acercamos a ella con motivo de los diez años que acaba de cumplir su libro Catábasis exvoto (Bonobos, 2010).
Dicho largo poema narrativo se
compone de breves textos en prosa que se articulan con imágenes donde la misma
autora viaja en diferentes escalas a través tanto de los elementos cotidianos
descritos como de las diferentes escalas que reproduce el excelente trabajo
editorial.
Según Roberto
Cruz
en el capítulo en que estudia el caso de Faesler, junto al de Ricardo Cázares,
presente en Bibliología
e iconotextualidad (2019): «En Catábasis exvoto
la representación se pone en suspenso para dar paso a una verdad, momentánea y
menor, pero verdad, en la que los textos se preguntan por la identidad de los
cuerpos, mientras que las imágenes delimitan el horizonte de esos propios cuerpos
como imágenes» (405).
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Dicha línea, entre texto e imagen, a
raíz de las lenguas originarias, continúa en el proyecto CORPYCEM;
donde se incluye parte de su poemario No
Tú sino la Piedra (1999). La lectura y la visión, en la
interpretación de ambos estímulos, conlleva el desplazamiento imaginario. La
autora, en una tercera persona aséptica camuflada en la primera del plural (o
incluso en la segunda del singular), trastoca sin embargo la autoficción que
firma, por ejemplo, el 0 de abril. Los nexos, distantes, acaban conformando una
imagen, a la manera borgiana, (del propio mundo) de la autora.
A Ericka
Montaño Garfias, en La Jornada, le confiesa la cercanía
que para ella existe entre el exvoto y su propia vida. El homenaje a los
diversos espacios amalgama objetos a la vista de quien observa (también sucede
con quien lee) diariamente comportamientos marginales o aparentemente nimios,
por ejemplo, entre insectos:
Es aun cerradura.
Si metes la mano alcanzas la tetera para ofrecer. Que sirva la mano, que invite
el ademán. Lo que hay dentro no importa, pero si hay líquido no podrás
aprovecharlo, se atascará tu puño de regreso. Mojarás escarabajos y tazas. Si
hay plantas y tierra reconstruirás un jardín con muñecos y lombrices, algo como
jamás pudo encontrar la ternura mejor. El parque de ese gozne, aunque
artificio, tiene un cierto aire de grandeza. Cuando encajes la mano cortarás un
Pensamiento y al tratar de traerlo hacia tu plexo todos sus pétalos se
desprenderán (69).
No
se descuida por ello el humor que caracteriza a Faesler, en ocasiones, crítico.
La obra, en definitiva, se vale de un lenguaje cercano al habla que, a la
manera de Maricela
Guerrero, podría incardinarse en lo que Alejandro
Palma o Alejandro
Higashi llaman dificultismo y densidad, respectivamente; amén
de una proximidad a lo inusual que describe Carmen
Alemany a propósito de la novela; que Faesler también cultiva
en Formol (2014).
Acérquense al trabajo verbal y
visual de la singular escritora mexicana. Pueden hacerlo tanto en Letras
Libres, Periódico
de Poesía, Letras, su perfil de Instagram o en Perimetral; donde se encuentra desde esta semana del Libro y la Rosa su reciente obra DRON (mi madre era granadero).
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