Hay más verdad en un abrazo que en un libro
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Hace un par de meses, Manuel Iris (Campeche, 1983) publicó Lo que se irá (Cuadrivio, 2021): un libro de poemas que encuentran en la paternidad (también, en un par de ocasiones, como hijo) y en la lírica un espacio para pensar en la felicidad cuando el mundo viva la tragedia.
Por primera vez, el poeta campechano
comparte al mismo tiempo su obra en español y en inglés: en la editorial donde
vio la luz hace dos años Cincinnati. Historia personal (2018) y en The Parting Present (Dos Madres Press, Inc., 2021), con su propia
traducción.
Entiendo a su autor cuando dice, en
la presentación del libro con Adriana Ventura y Luis Felipe Lomelí (autor de la cubierta) ‒con
Tara Skurtu y Silvia Goldman en la edición inglesa‒, que se trata del ejercicio
que ha escrito con más dificultad y con un lenguaje (aparentemente, añadiría)
más sencillo. Resulta un atrevimiento aproximarse a temas cotidianos desde un
punto de vista lúcido y distinto al que acostumbramos. Por ello, al volver al
origen de la lírica, destaca sobre la experimentación oscura e indescifrable
que últimamente se sucede.
En contra del padre ausente y abusador
que caracteriza la escasa poesía mexicana dedicada a dicha figura, la voz
regresa al lirismo de la coloquialidad. Iris reúne 33 poemas como la edad
de Cristo al morir. A la manera de su Devocionario
(2020), una plegaria existe de quien teme al ser padre y de quien contra lo
efímera que acaba siendo la vida se debe a la memoria. La dedicatoria es clara,
bellísima; a su hija, en contacto con las palabras de Wislawa Szymborska y
otras tantas referencias, explícitas e implícitas, como el Ismaelillo de José
Martí o Manolillo de Miguel Hernández.
Para el también reconocido poeta Armando Salgado en La Jornada, «Manuel ha extendido en su obra de forma transversal una serie
de búsquedas y obsesiones particulares que se circunscriben al quehacer poético
y lo doméstico como una tentativa que expone la relación continua entre lo
íntimo y cualquier otra superficie». Podemos abordarlo, entonces, como parte
del corpus que estudia otro reconocido autor como es Luis Vicente de Aguinaga en De la intimidad: Emociones privadas y
experiencias públicas en la poesía mexicana (2016); ya que el detonante
descrito por Manuel nos define como sociedad.
En torno al miedo durante la pandemia,
el autor le dice cuánto quiere a su hija. Lo hace con naturalidad, valiéndose
de espacios abiertos dentro de casa y de constantes artes poéticas que explican
el nacimiento que supone para siempre escribir sobre algo que amas. Qué siente
el hombre al tener dentro a su bebé preocupa a un sujeto que se refiere a la
abuela y al hogar: en una alegría del cuerpo como casa que ya dibujaba santa
Teresa de Jesús.
No citaré ningún poema en
particular, aunque bien podríamos detenernos en cualquiera para evidenciar la
imagen, las tradiciones, el acento; en ambas lenguas. Muestro, en cambio,
algunas líneas que demuestran tanto el hilo conductor que caracteriza al mexicano
desde que escribió Cuaderno de los sueños (2009). Estamos ante un poeta
de versos; que de pronto durante la lectura te hacen parar y regresar a Lo
que se irá:
la eternidad a
veces toca en vano (10)
es
una fruta un pájaro una flor (23)
mi presente es el
temor
de los recuerdos
futuros (32).
Migrar es regresar
a lo que nunca hemos
tenido: (35).
Ahora
bien, no los señalo como flashes efectistas que retuitear. Con la
solidez de la claridad que configura, por ejemplo, buena parte de la poesía
española, una oración copulativa, cual máxima, no es el origen de una
interpretación limitada, de un tópico; sino el resultado que destila la palabra,
que afianza el concepto de literatura, las lecturas implícitas del día a día.
Tampoco busco con la recopilación
anterior un poema integrado por dichas proezas (aunque podría funcionar). El
objetivo: extraer partes del todo que pese al no proyecto de su autor, a la vista
y al oído está, funciona, fluye. Fijémonos, si no, en la versión inglesa del
último fragmento:
Migrating is returning
to what we never
had (47).
A
diferencia de los versos en castellano, la segunda conserva el heptasílabo con
acentos intermitentes en la precisión fragmentaria del inglés; tablones, pues,
de Jonás, Melville y hasta Unamuno, por la nivola con que a la esperpéntica
manera (por la estética de lo históricamente horrendo) llega al fin; el
lenguaje devora la intención de quien lo articula: «A veces el silencio / es
una cicatriz» (52).
Manuel Iris asegura en cada trabajo un texto sólido que resuena tras su lectura. Es decir, versos como los destacados representan el destello que logra fijar con un lenguaje cercano, del habla que se escucha y reconoces en el ritmo. No por ello deja de sorprender mediante el fondo de poemas tan breves, intensos. Sobre su tono reconocible dibuja como padre y poeta Lo que se irá.
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