Francisco Alatorre Vieyra (Guadalajara,
Jalisco, 1982) presenta en Manía (Universidad
Autónoma del Estado de México, 2019) una serie de rasgos que definen la poética
que mostraba hace un lustro, incidiendo en una singular manera de componer
imágenes próximas a lo que estudiamos en este blog como dimensión cívica.
Si por su primer libro, Ladakh
(La Rana, 2015), mereció el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta 2014, por Manía recibió el 13° Premio
Internacional de Poesía «Gilberto Owen Estrada» 2019. En esta ocasión, el
jurado estuvo integrado por Raquel Lanseros, Flor Cecilia Reyes y Luis Felipe
Fabre.
La pandemia y la escasa difusión en
redes han causado que este libro, que cumple dos años de su publicación, aún no
tenga ni una sola reseña. Incluso sin pandemia y con insistencia en la
autopromoción, muchos libros tampoco las tienen, pero me quedo con lo primero:
ese terreno novedoso en el que todavía podemos transitar sin más palabras que
las de su autor. Estas notas no van en el sentido contrario, ya que no
desmenuzaré más que unas posibles relaciones que traza el tapatío con
referencias que enriquecen la poesía mexicana contemporánea.
Seis secciones conforman Manía: «Menta», «Teoría de los
pergaminos marroquíes», «Zomer», «Lp», «Pista de hielo» y «Sistema». Más sobre
la veracidad que sobre el concepto de verosimilitud giran los poemas, breves,
con título. Se desdibuja en ellos la realidad, a favor del mito y el doble
sentido que deja patente Anne Carson en uno de los epígrafes iniciales. Ahora
bien, la lejanía con la existencia no implica una distancia en el lenguaje de
quienes leemos; al contrario: dialoga con nosotrxs por volcar aquello que nos
inquieta sin darnos cuenta: para resaltar, cual estética, la distorsión que nos
caracteriza como seres humanos. Va, pues, de lo íntimo a lo público en el
sentido de Luis Vicente de Aguinaga.
Por ejemplo, desde un bello símil de
la fragmentación (y el gusto por ella, que también supone esta lectura) a la
manía por ver a través de la propia grasilla que genera nuestro cuerpo (como
autoficción, quizá), llegamos a poemas que dan título a las mencionadas secciones.
Establecen puntales en la poética, en estados alterados de la conciencia (a la
manera que aborda Clyo Mendoza) que protagoniza la enunciación en primera persona.
La poesía, entonces, como si
leyéramos a Luis Eduardo García en una ristra que sostiene el hilo conductor de la manía
(también) por escribir, resulta «una muñeca inflable / que estalla estéril en
el aire // barrocas e insignificantes maneras de dormir // o casi» (24).
Sintácticamente, se quiebra el
discurso (a veces, ensayístico o dramático; híbrido, en cualquier caso, pero
fértil, esta vez); y es esa, pues, la estructura de la publicación que nos
ocupa: el gusto por descomponer lo que nos llega de una pieza aparentemente
sólida. El ritmo de los paralelismos en líneas minúsculas sin signos de
puntuación ofrece esa visión, teñida de un sugerente sentido del humor,
crítico, ya presente en Ladakh. Este
es uno de los poemas, cual tapiz, de la «La teoría de los pergaminos marroquíes»:
La percepción
fundamenta la religiosidad de un ojo disperso, encerrado en la vocal que tan
fácil nos dijeron que era hacer con un canuto. Un verano encierra diversos
espacios, conductas que nos delimitan como sociedad. Una de ellas es la música,
el sonido que vuelca quien escribe con la conversación del pensamiento. No habla
pese a ello, consigo mismo. Las experiencias, las descripciones, terminan
siendo lo mismo una superficie resbaladiza (en la que, no lo olvidemos, todo
parece que se refleja o se tuerce) que un engranaje que nos soporta, básico.
También en el poemario cobra importancia la mixtura de esas partes inconexas
que la actualidad solapa en páginas como la que capturamos para terminar:
En este libro advertimos la
confluencia de la oralidad en una cosmovisión de lo habitable, tal como quedaba
patente en Ladakh, disponible en Liliputienses.
Con Manía se desarrolla dicha manera
de aproximarse al mundo, sin aspavientos ni prisas; no parecen tales las
costumbres de Francisco Alatorre Vieyra; sino la espera, la observación y la
escucha. Léanlo, se encuentra en el repositorio de la UAEM y en Poesía Mexa.
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