Hoy se homenajea
al poeta Roberto
López Moreno (Huixtla, Chiapas, 1942) en la trigésimo novena Feria
del Libro del Instituto Politécnico Nacional, en la Ciudad de
México. A sus ochenta años, resulta una de las referencias fundamentales de los
cambios que siguen operando en la lírica en español. Agradezco a quienes hacen
posible este encuentro, especialmente a Daniel Téllez y, cómo no, al maestro
Roberto López Moreno; quien me ha permitido seguir de cerca uno de los temas que
más me atraen como docente-investigador.
Me quedo con tres actos de la poética
del chiapaneco que me gustaría compartir para brindar por él:
En primer lugar, su generosa
colaboración, su activismo, su compromiso: con la sociedad y con la poesía
mexicana, en ese orden. Ejemplo de ello es su trabajo en Malpaís Ediciones, con
Iván Cruz Osorio a la cabeza. No solo por la publicación de Morada
del colibrí (2015), con estudio introductorio de Jorge
Aguilera López; a quien le debo haber conocido a referentes de la
talla de Roberto
López Moreno o de Daniel
Téllez. Sino por su manera de desvivirse en el proceso por el cual
se integró en este Archivo
Negro de la Poesía Mexicana, en su segunda serie, su compañero Juan
Bautista Villaseca. Por aquellos años, mientras facilitaba la
vanguardia viva que supone Poemurales u ofrecía las vías para acercarse al
autor de Variaciones de invierno,
coincidía con su camarada Enrique González Rojo o la poeta y editora Adriana
Tafoya.
Con Mariana Ortiz Maciel fuimos
partícipes de la experimentación que supone su obra. La vanguardia estudiada
por Alejandro Palma cobra forma con el autor de los poemurales: se une la
imagen y la palabra. Esta conforma aquella, aprovecha su ritmo. Genera un
contenido medido por la vara de quien conoce lo mejor de la tradición poética
en español. Juega asimismo con el humor en Alburema. Reivindica su estado
natal, Chiapas, el sur del país norteamericano, la frontera, el contacto, el
pasado. Hasta el punto de ser único en quienes muestran de manera explícita la
historia compartida que tiene México con Filipinas en su poema “Por este lado
del mundo” (196-197), presenten en el indispensable material que es Meteoro (2014):
Por los océanos pacíficos
encadenado rumor
que fue embarcado en Manila
la espuma amarga bebió
y la hizo tecla y palmera,
y la hizo sangre y tambor,
y la vistió viento nuevo
bajo novedoso sol
y desembarcó en las costas
de banano y de sudor.
Aquí te supe mi negra,
piel de zapote y danzón.
Aquí te supe marimba
del más encarnado son,
y fuimos el negro y rojo
latido de esta región
y fuimos el rojo y negro
tiquitac del corazón.
Podríamos
preguntarle por tales influencias, por el diálogo que se establece con los
nombres citados anteriormente, por la presencia de la música, por la manera en
que escribe, por su poética, por el ritmo de sus composiciones, por la
estructura que se crea en cada una de sus composiciones, por los significados
múltiples, infinitos, que se generan, por la cosmovisión que integra en cada
una de sus publicaciones, como parte de un todo, quizá.
O por el compromiso. También podríamos
preguntarle al poeta por el compromiso explícito de quien comenzó siendo
periodista. Pienso ahora en la vez que compartimos ropa vieja en el Café
Habana, con alguna foto de Fidel. Qué impronta dejó la Revolución para uno de
los mejores testimonios de la segunda mitad del siglo pasado. De qué manera la
obra se refiere a la realidad y cómo lo que sucede en este mundo la genera. Qué
pasos se dan entre la urgencia de la historia y el mundo creado en el poema.
Son muchas las personas que se han acercado a su obra. Están disponibles en su
web. Servirán pronto para la tesis de doctorado que se centre en su poética.
Ejemplo de lo anterior, del
reconocimiento que tiene por parte de las instituciones, como el que hoy
vivimos, tuvo lugar hace unos años en la Benemérita Universidad Autónoma de
Puebla; con los ya mencionados Alejandro Palma, Jorge Aguilera López, Iván Cruz
Osorio y Daniel Téllez. Esta tercera escena me sirve para reivindicar la cercanía
de quien escribe con quienes leen, las herramientas que ofrece para que este ejercicio
pueda seguir dándose, la coherencia de quien no llega un lugar sino es para dar
lo máximo en él, con quienes coincide.
Lo recuerdo entonces en una presentación
editorial, comiendo, bebiendo, en la universidad. Puede ser esta la metáfora de
su viaje durante ocho décadas.
Termino con uno de sus textos,
todavía inédito. Muestra el proceso por el cual asimila la tradición. Atrevido
y, en ocasiones, sanamente irreverente, reflexiona como Lope sobre la manera de
escribir un soneto desde el mismo soneto. A continuación, “Un soneto me mando a
hacer violento como antítesis”. ¿He ahí el origen de la poesía, maestro?
Gracias.
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