domingo, 9 de julio de 2023

El tamaño del corazón

 

Teniendo en cuenta que ya comentamos Puntiagudos en este blog, junto a otros cuatro libros de Luis Eduardo García, si seguimos la colección Lectores niños y jóvenes del FOEM llegamos a El tamaño del corazón (FOEM, 2019), de Emma Sánchez Varela (Salamanca, España, 1987), con ilustraciones de Rogelio González Pérez: un relato en verso sobre el amor correspondido o no, independientemente de la apariencia física.

 



 

La fundadora de la Asociación Ilusioneta, pese a nacer en España mantiene con la poesía mexicana una proximidad que nos hace considerarla en este blog. El ratón como uno de los personajes básicos de la LIJ protagoniza esta serie de composiciones breves, con base en el pareado y rima consonante. El tono narrativo se construye desde el principio, como en los clásicos relatos orales de “Érase que se era”, “Érase” o “Había una vez”:

 

 

La sencillez sintáctica de Sánchez Varela y del trazo de González Pérez, unida a la temática lineal sobre las aventuras del roedor en contacto con otra pieza fundamental (Rovira-Collado) para la LIJ como es el gato, nos lleva a plantear esta obra en los primeros cursos de Primaria. Desde Infantil, abordamos obras tan precisas como estas; lo que no evita, sin embargo, que puedan existir diversas lecturas. Por ejemplo, la que mostraremos en estas breves líneas, hasta el final.

            Se trata de otra posibilidad que alimenta el corpus de poesía infantil mexicana. El hecho de que estén disponibles en el catálogo digital, abierto, de FOEM, como REA, nos lleva directamente a disfrutar de este texto vertebral que complementa lo plástico (sirva la transitividad en cualquier sentido). En pantalla, proyecto, o como guía para profundizar en la oralidad, con base más en la rima que en el ritmo, queda asegurada la atención a los intrépidos personajes que guardan relación con las sensaciones ya tratadas a partir de la ficción.

            En este caso es el amor, rozando el paternalismo y la infantilización que tanto criticamos en las aulas de la Facultad de Educación. Qué dirían entonces Cerrillo o Cañamares a propósito de los rasgos de la LIJ. Démosle otra lectura.

            Si bien nos sirve para hablar del amor y de la inutilidad de valorar lo material por su tamaño que representan el ratón y el elefante de cabo a rabo, también nos puede llevar a otro debate de índole biologicista, como es el siguiente: el ratón y el elefante (en la circularidad del relato) representan, como dirían Juan Luis Arsuaga y Juan José Millás, poseen un corazón que late el mismo número de veces a lo largo de sendas vida. No obstante, el ratón vive muchos menos años, si los comparamos con el otro mamífero. La diferencia se halla en el ritmo de ambos. El primero, chiquitín, late muy rápido; mientras que el otro, lleva a la sangre a un enorme cuerpo, con menos frecuencia. Así pues, otra posible moraleja para esta fábula radica en la velocidad con la que hagamos las cosas (sirva esta palabra incluso al hablar de poesía), incluso leer este libro inmersas e inmersos como estamos en la cultura polifuncional, frenética y tan vertiginosa como efímera.

            De ello se puede hablar a partir de la LIJ en cualquier aula.

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