Teniendo en cuenta
que ya comentamos Puntiagudos en este blog, junto a otros cuatro
libros de Luis Eduardo García, si seguimos la colección Lectores niños y jóvenes del FOEM llegamos a El tamaño del corazón (FOEM, 2019), de Emma Sánchez Varela (Salamanca,
España, 1987), con ilustraciones de Rogelio González Pérez: un relato en verso
sobre el amor correspondido o no, independientemente de la apariencia física.
La fundadora de la
Asociación Ilusioneta, pese a nacer en España mantiene con la poesía mexicana
una proximidad que nos hace considerarla en este blog. El ratón como uno de los personajes básicos de la LIJ
protagoniza esta serie de composiciones breves, con base en el pareado y rima
consonante. El tono narrativo se construye desde el principio, como en los
clásicos relatos orales de “Érase que se era”, “Érase” o “Había una vez”:
La sencillez
sintáctica de Sánchez Varela y del trazo de González Pérez, unida a la temática
lineal sobre las aventuras del roedor en contacto con otra pieza fundamental (Rovira-Collado)
para la LIJ como es el gato, nos lleva a plantear esta obra en los primeros
cursos de Primaria. Desde Infantil, abordamos obras tan precisas como estas; lo
que no evita, sin embargo, que puedan existir diversas lecturas. Por ejemplo, la
que mostraremos en estas breves líneas, hasta el final.
Se trata de otra posibilidad que
alimenta el corpus de poesía infantil mexicana. El hecho de que estén
disponibles en el catálogo digital, abierto, de FOEM, como REA, nos lleva
directamente a disfrutar de este texto vertebral que complementa lo plástico
(sirva la transitividad en cualquier sentido). En pantalla, proyecto, o como
guía para profundizar en la oralidad, con base más en la rima que en el ritmo,
queda asegurada la atención a los intrépidos personajes que guardan relación
con las sensaciones ya tratadas a partir de la ficción.
En este caso es el amor, rozando el
paternalismo y la infantilización que tanto criticamos en las aulas de la
Facultad de Educación. Qué dirían entonces Cerrillo o Cañamares a propósito de
los rasgos de la LIJ. Démosle otra lectura.
Si bien nos sirve para hablar del
amor y de la inutilidad de valorar lo material por su tamaño que representan el
ratón y el elefante de cabo a rabo, también nos puede llevar a otro debate de
índole biologicista, como es el siguiente: el ratón y el elefante (en la
circularidad del relato) representan, como dirían Juan Luis Arsuaga y Juan José
Millás, poseen un corazón que late el mismo número de veces a lo largo de
sendas vida. No obstante, el ratón vive muchos menos años, si los comparamos
con el otro mamífero. La diferencia se halla en el ritmo de ambos. El primero,
chiquitín, late muy rápido; mientras que el otro, lleva a la sangre a un enorme
cuerpo, con menos frecuencia. Así pues, otra posible moraleja para esta fábula
radica en la velocidad con la que hagamos las cosas (sirva esta palabra incluso
al hablar de poesía), incluso leer este libro inmersas e inmersos como estamos
en la cultura polifuncional, frenética y tan vertiginosa como efímera.
De ello se puede hablar a partir de
la LIJ en cualquier aula.
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