domingo, 12 de junio de 2016

Testamento de Clark Kent

Testamento de Clark Kent
gracias a la poesía, me elevo más alto
que el águila.
Héctor Carreto, Testamento de Clark Kent (pág. 15)

Testamento de Clark Kent (Almadía, 2015) es un nuevo poemario de Héctor Carreto (Ciudad de México, 1953), donde el tema de los superhéroes (también trabajado por sus contemporáneos José Carlos Becerra en «Batman» o Vicente Quirarte en «Spiderman Blues») dialoga con estrofas breves e instantáneas sobre lo cotidiano. La poesía se aleja en este caso del poema hermético y de largo aliento para llamar la atención a los seguidores del cómic y criticar cierta idiosincrasia humana.

         Creo que Testamento de Clark Kent mantiene algo de lo lúdico y lúcido (cfr. Higashi, 2015: 47) que fue su Coliseo, Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2002. Representa pues el «inodoro lenguaje» (Carreto, 2009: 16). Asimismo, desarrolla la crítica y el humor de poemas previos, recogidos por la UNAM en Poesía portátil (1979-2006), tales como el poema «Alameda» de Habitantes de los parques públicos (1996), donde ya apunta la heroicidad como tema:

Amantes del riesgo,
perseguimos el zumo de los parques.

Húmedo, aguarda un vasto lecho.

Pero hay faroles que delatan
y estatuas con uniforme.

Detrás de cada álamo
acecha la mirada de algún edificio.

En la rama más alta canta el carillón.

Tal vez llueve.

Nosotros, sobre la banca
o bajo el árbol enfermo,

esperamos el momento
de asumir el riesgo (Carreto, 2009: 194).


Varias lecturas de este nuevo libro de Carreto, veinte años después del que acabamos de citar, lo definen como la presentación de un superhéroe más humano: una actualización de la historia de Superman que en 1933 nos contaron el escritor estadounidense Jerry Siegel y el artista canadiense Joe Shuster. Veamos, grosso modo, qué dicen algunas reseñas al respecto:
         Para Marco Antonio Murillo, en La estantería, Carreto coincide con Becerra y Quirarte al «no dibujar la figura de un súper héroe como un ser poderoso, todo lo contrario: exploran la psicología del personaje, enfatizan una psique llena de problemas humanos». Celia Reyna recoge en Izq.mx una nota del autor que explica el título del libro: «escribió sobre este famoso héroe de los comics porque fue el primer superhéroe que se convirtió en un adulto, se quitó el disfraz y a su parecer dejó un testamento a los héroes que le siguieron». Por su parte, Atzaed Arreola, en Milenio (lamento la poca literariedad de las fuentes), analiza el tránsito «de cielos kriptonianos a la desolación que representa caminar por tierra ajena». En Aristegui Noticias Héctor González destaca los guiños de Héctor Carreto a Oscar Wilde o Kafka. Y dice su tocayo: «Las analogías venían muy al caso. El insecto de Kafka es la otredad. El ser humano no se reconoce en el bicho, lo mismo sucede en mi libro, el raro es el hombre que vuela». Hace un año, en junio de 2015, Rolando Vieyra entrevistó en Fanzine al autor por este poemario. Vieyra le pregunta por la desmitificación de Superman. A lo que Carreto responde:

En algún momento me pregunté por qué los súper héroes nunca sonríen, beben café o vino, leen algún libro, o tienen hobbies como jugar al dominó. Y claro, así es el formato de los súper héroes tanto en los cómics como en las pantallas del cine y la televisión. Se parecen a las vidas de los santos y a las de los héroes de la Patria: siempre están concentrados en los grandes problemas de la humanidad; sus frases siempre serán serias, solemnes. Y el cine nos ha quedado a deber en esto: la descripción de los personajes sigue siendo acartonada, y por lo tanto, aburrida. Por lo menos para mí. Por eso veo muy poco cine de súper héroes. A la historieta no podemos pedirle tanto, pues ya es un género en extinción.

¿Es la historieta un género en extinción? Ese sería otro debate. 
         Testamento de Clark Kent está formado por sesenta y seis poemas, numerados en romano y con títulos entrecorchetados, que definen sus rasgos de desdoblamiento y paseante, trazando la poética de quien escribe para hacer el bien.
Vicente Quirarte habla en «La muerte del superhéroe» (texto incluido en Enseres para sobrevivir en la ciudad [1994]) del fin de las aventuras solitarias y nocturnas (propias de quienes se enfundan este ajustado vestuario) al emparejarse por amor. En el Testamento de Clark Kent el sujeto poético confiesa los problemas a los que no ha podido hacer frente en primera persona. Sin embargo, el poema que abre el libro («[I. El secreto de Clark Kent]») nos presenta a modo de proemio a los personajes (Clark y Luisa) en tercera persona y en pretérito: «A nadie confió su secreto./ Se jubiló sin recibir aplausos./ Luisa L no asistió a su despedida./ Redactaba una historia sobre aquella inalcanzable criatura,/ la del tímido plumaje escarlata»; por lo que entendemos un juego intradiegético o de capas de cebolla que conectan a Carreto con quien lee.
Clark Kent o Héctor Carreto se imaginan superhéroes. Sus gafas son un «antifaz de cristal» (13), a través de ellas contemplan un mundo de posibilidades que atañe a la poesía, género literario alejado por lo común de lo inverosímil. Mediante lo fantástico, el poeta mexicano nos demuestra que es posible retratar a la sociedad actual, la homogeneidad y los reparos en no mimetizarse con el resto. Con un tono burlesco y casi infantil, Carreto desarrolla la poesía social de forma menos violenta que Coral Bracho en Marfa Texas, pero con el mismo propósito: criticar la condición humana.
(pág. 23)
Aunque los poemas son independientes, existe entre ellos un nexo que puede ser el tema (la rutina silenciosa) o los personajes (la madre). Así lo vemos en «[IV. La madre evoca]» (16) o «[V. Disfraz]» (17). Estas conexiones o guiños también se consiguen mediante el juego tipográfico. Por ejemplo, «[VII. Por las tardes Kal-El]» termina con dos versos: «Escribo estas palabras/ antes de que la foto se torne más borrosa» (21) a los que posteriormente nos remite «[IX. La paciencia tiene sus límites]» (cfr. 23) (título ya evocador), donde el primer y el último verso aparece difuso, como si Kent o Carreto, impacientes, solo hubieran usado el antifaz o las lentes en el centro del poema. Además, semánticamente el primer verso tiene sentido de «volar» y ascender, mientras que el último desciende al «cambiar[me] de planeta».
Asimismo, las ilustraciones de Alejandro Magallanes (cfr. 2, 3, 5, 6, 94, 95 y 96) crean igualmente un hilo conductor que, como el cómic, conjuga el texto y la imagen, pero a pequeña escala. El personaje ficticio que viene de Kripton y se convierte en Superman, Kal-El, ya mencionado anteriormente, vive en su mundo de fantasía, de luz y color, e ignora o no se encuentra con «ciudades que arden/ o con guerras civiles/ o selvas de aluminio,/ y hay niños que hurgan en basureros/ y bocas que claman justicia […]» (25), tal como apunta (de la manera más punzante en Carreto) el poema [«XI. Más allá de Smalville»] (cfr. 25 ), conectando con el de Habitantes de los parques públicos (1996) que veíamos al inicio:
  
Más allá de Smalville
                                               de la granja feliz
y de marcianos coloreados con aerógrafo;

Más allá de los astros de celuloide
                        y de la alambrada donde termina el parque
            de diversiones;
Más allá de las guerras entre Piolín y Silvestre,
más allá del set, del tiempo fílmico
                                   donde los buenos siempre ganan,
                        giran otros mundos,
con ciudades que arden
                       o con guerras civiles
                                               o selvas de aluminio,
y hay niños que hurgan en basureros
y bocas que claman justicia
que Kal-El no ha visto jamás,
que no publica el Daily Planet.

Aunque domine los aires
                                   y su vista sea de águila
Kal-El lleva los ojos vendados (25).

¿Está quitando Carreto la venda de los ojos a Kal-El (nombre kryptoniano del terrestre Clak Kent)? Parece que el superhéroe pone los pies en la tierra, es ateo y da las «gracias al cielo» (19), aunque «volar es de dioses» (27). Paradojas aparte, «[XXI. Política]» (cfr. 38) caricaturiza a Jesús en Semana Santa: «No quiero que un viernes/ me claven con un alfiler» (38) equiparando un crucifijo con una foto que cuelga de un cuarto adolescente. ¿Es a estos jóvenes a quienes el mexicano dirige la poesía? En el poema siguiente, en «[XXII. Soledad]», el superhéroe/ poeta se sincera: «No soy feliz./ Estoy más solo que Dios» (39).
Uno de los recursos más habituales de Carreto en este libro es el desdoblamiento. Mediante el poemario de máscara el poeta utiliza a un personaje conocido, de amplia y variada tradición, para purgar en vicios y costumbres actuales.
(pág. 45)
La simetría vuelve a quedar plasmada visualmente en el libro objeto de Almadía. El poema «[XXVI. Doppelgänger]» (cfr. 45) aparece doblemente, en sentido original e inverso, como si al plegar la página la tinta aún fresca se hubiera fijado en otra estrofa siamesa. Entre ambas hay espacio para el logo vacío de Superman. Ahora bien, son varios los referentes que toma Carreto más allá de Superman, nos referimos a otros superhéroes como «[XIII. El hombre bala]» (27) o animales fundamentales en la tradición mítica de México: «[XIV. Nostalgia del águila]» (cfr. 28).
         La herencia renovada va del epigrama de Catulo (cfr. 29) a las transformaciones de Kafka (cfr. 30). La brevedad de la prosa lo convierte incluso en aforismo. Tal es la paradoja de «[XVIII. Ironía]»: «Qué curioso: vengo de un pequeño planeta y en la pantalla soy una gran estrella» (34). ¿Y qué hay de la mujer en el machista mundo de los superhéroes y las mallas? Aquí está el alegato de Carreto en «[XIX. Superwoman]» (cfr. 35). No obstante, en mi opinión, el empeño en las tareas domésticas con las que define a la mujer cae en lo que critica: «sin salirse jamás de los tacones del vértigo» (35); de manera pues desacertada.
         Que un libro de poesía trate la historia y las versiones de Superman de forma cómica y social es sorprendente. Pero, en mi opinión, esta chipa o chiste (cfr. 81) inicial se va apagando y repitiendo de forma artificial en textos que podrían eliminarse por no enriquecer un poema que podría ser más breve y conjunto, como el de Becerra o Quirarte. En el caso de Carreto, podría haber ordenado de otra manera los textos o haber narrado una historia alterna a la ya conocida, sin incidir tanto en anécdotas cotidianas que quizá desgaste. En definitiva, la primera parte del libro me atrae y me crea unas expectativas que decaen en la segunda. O puede que existan guiños a Superman que se me escapan. En los últimos poemas se reflexiona (cfr. 89), metaforiza (cfr. 88) y metapoetiza (cfr. 87) de manera más profunda. Batman releva a Clark Kent en el poema «[LXIII. Testamento]» (cfr. 86). ¿Continuará Carreto esta poética cómica?
La edición de Almadía presenta un problema al que ya se ha referido Alejandro Higashi en PM / XXI / 360º. Y es que la caja de texto es tan pequeña que los versos largos se parten o creemos que así ocurre con las palabras sangradas sin corchete de apertura, como es habitual para marcar que el verso continúa. Al no aparecer este recurso tipográfico, dudamos si el texto desplazado es independiente o es parte del verso anterior. 
Más allá de comentarios puntuales, Héctor Carreto plantea en Testamento de Clark Kent un juego poético consistente en ampliar las posibilidades del poema de máscara tradicional mediante un superhéroe que sufre y protagoniza las rutinas humanas, entre las cuales prima el amor y las despedidas, más sarcásticas que elegiacas. Si lo comparamos con el resto de su obra, se advierte un tono más coloquial o superficial para dirigirse al arte poética o la sensualidad, dos de los focos que más comúnmente ejerce el género que nos ocupa. Lo llamativo, a mi parecer, es que parta de una referencia poco común en la poesía mexicana contemporánea como son los superhéroes o el cómic. Mediante esta vertiente se desacralizan algunos temas y ciertas formas de escribir poesía.
         En Círculo de Poesía se puede leer y escuchar al poeta.


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