©Pascual Borzelli Iglesias |
Gaëlle Le Calvez (París, 1971) es egresada
de la carrera en Literatura de la Universidad Iberoamericana y de la
Universidad Nacional Autónoma de México. Cursó un diplomado en la Escuela de
Escritores de Sogem. Ha recibido algunas becas del Fonca, colabora en Letras Libres y es la autora de Beirut o de las ruinas (1998) y Otra
es la casa (2000). Así pues, Los emigrantes
(Universidad Autónoma Metropolitana, 2007) es su tercer poemario. Lo publicó hace
diez años. Recientemente, en 2015, Écrits Des Forges publicó una edición bilingüe, traducida al francés por
Ana Cristina Zúñiga. Seguiremos este libro, reseñado por Luis Jorge Boone, para estudiar la poética de Le Calvez.
Dedicado a Julia y a Inés, sus hijas,
Los emigrantes abre con una cita del
polaco (¿es necesario señalar la oriundez?) Adam Zagajewski: «Los emigrantes
anidan en el extranjero y de esta manera hacen posible que sus hijos vuelvan a
formar parte de la categoría de los sedentarios (aunque hablen otro idioma)»
(recogeremos mayormente la versión española). Dichas palabras son fundamentales
para entender el poemario de Le Calvez y descubrir a lo largo de sus versos y
su prosa poética que Julia e Inés son dos hijas de inmigrante, doblemente
inmigrantes, pues.
Ocho partes dividen el recorrido de Los emigrantes: «de la isla», «de
la distancia», «nudos», «del adriático», «fronteras», «de los entierros», «regresos»
y «de las resurrecciones»; recordamos así los rites de passage de Arnold van Gennep (separación, iniciación y
retorno) que también fundamentan la obra de Quirarte.
Los emigrantes |
En Los emigrantes priman las estructuras breves, que no simples ni
sencillas. La voz poética se apoya en frases cortas, yuxtapuestas con un
lenguaje que, como el espacio, también es ajeno: «Soy solamente en los
infinitivos» (17). ¿Yo es otro? Quien viaja de su país de origen y se expresa
(y piensa) en otra lengua nueva, ajena o distinta se refugia en la forma
personal menos personal y más genérica que son los infinitivos. El adverbio de
modo sin compañía («solamente») incide en la idea insular, única, aislada que
da título a esta primera parte del poemario. La calma y la aparente serenidad
del repaso temporal se trunca con textos inmediatos sin puntuación y con
estructuras repetitivas, caóticas y urbanas. La soledad se mantiene, pero
rodeada de gente y de ruidos y de voces alternas, diferentes; distantes. Los
discursos impersonales que presiden las fachadas de los edificios o los
escaparates de los comercios forman el poema a modo de la apropiación que en
internet llaman flarf: «Intercambio de mercancía compro usado liquidación
total sin derecho a devolución [...]» (23) terminando e incidiendo de nuevo en un
más que inquietante, si pensamos en el hecho de abandonar el país de
nacimiento: «No se aceptan devoluciones» (23). De este modo, las ideas que
van y vienen desembocan en un texto que, a la vez que semeja y discurre natural, juega con el humor y la nostalgia de un resultado, el poema, repensado y pulido
hasta la concreción: el instante poético.
Como ocurría con Jorge Humberto
Chávez en Te diría que fuéramos al río Bravo a llorar pero debes saber que ya no hay río ni llanto, el cauce marca la distancia, más espacial que
temporal en el caso de Le Calvez. En este sentido, la ciudad se separa por el agua
del Río Hudson que colinda con Manhattan. El último verso de esta primera
parte, «La única distancia es el río»,
conecta con la siguiente: «de la distancia»; vertebrando de esta manera tan
gradual un recorrido por la geografía de la memoria y los sentidos. La ciudad
como isla de José Emilio Pacheco, Juan Gelman o Vicente Quirarte rememora las
sensaciones de las capas más bajas de la metrópolis y el transporte suburbano,
¿de quien viaja oculto? De una familia alejada. Si leemos o escuchamos la
versión francesa, los peces que fluctúan entre los símbolos acuáticos son
veneno, sufrimiento y nostalgia de nuestro interior: «tous les poissons
tourbillonnent dans ton ventre» (34). La deixis espacial ofrece ritmo y
musicalidad: «Donde la herida es territorio donde la culpa se comparte donde la
oscuridad llena todos los espacios donde la necia noche se mantiene» (37). El
estribillo de este recorrido conforma «nudos» (tercera parte) que van
repitiendo imágenes trascendentes desde escenas cotidianas:
Se repite ocurre recomienza como el mar como los
amores que abrazan el cuerpo en los inicios como los cuerpos que se
reencuentran al término de la jornada como las caricias cansadas por las
guerras intestinas (57).
En cuarto lugar,
«del adriático» cambia los anteriores iluminaciones mentales y verbales por una
especie de diario, compuesto de varios retratos o postales, en diálogo con la
familia ausente. Las primeras, segundas y terceras personas, más en singular
que en plural, entretejen textos con rigor gramatical, lo cual aún resulta
mayor logro con la libertad formal. Seguidamente, «fronteras» remite a la
historia de los imperios mediterráneos como causa de la ideología del siglo XXI: «Camina calla desciende: el agua
inunda las fronteras» (87). Por otro lado, «de los entierros» marca el tránsito
vital entre la separación de quien emigra, el inicio de la nueva vida y retorno
a despedir un ser querido desde la distancia y el silencio. Así pues,
«regresos» es la nota más feliz de una amargura sosegada y bella. Da a luz,
entonces, el poema. Por último, «de las resurrecciones» implanta la estaca y el
ancla a la tierra bajo el mar:
Soy todos los rostros y a la vez ninguno recomienzo
como el mar recomienzo lejos de la tierra de los menhires de mis corazas de
hierro lejos del continente al que ahora despido (123)
En definitiva, Los emigrantes es un poema con tremenda fuerza lírica y vital. Los
fragmentos transitan por el mar, la muerte y la vida de símbolos personales,
cotidianos y animales. La lengua española y la francesa sienten la sal de una
herida que es la distancia a destiempo. Gaëlle Le Calvez ofrece así una obra
que dialoga con la dimensión social, urbana, cívica; así como con la herencia,
tradición y renovación de la cosmovisión alegórica del dolor.
Manuel Iris expresa, con la claridad y la precisión que lo caracterizan, qué supone ser emigrante; y lo hace en su poema «Soy de aquí», en Tierra Adentro. Aunque ni él ni Gaëlle Le Calvez forman parte de la antología sobre el tema que el pasado año publicó Círculo de Poesía, la destacamos por la variedad registros que explican el desplazamiento nacional desde el poema: La voz de los desplazados: poesía y migración. A continuación adjuntamos algunas
preguntas que nos respondió generosamente Gaëlle Le Calvez:
−¿Eres una poeta
mexicana?
−Sí. Aunque me defino con más seguridad como editora
o académica. Mexicana.
−¿Cómo vive y
escribe quien emigra?
−Desde hace más
de 4 años vivo en Estados Unidos y desde entonces me he dedicado a escribir,
investigar y reflexionar sobre la escritura, desde la academia. Emigrar te
sitúa en un lugar incómodo: económico, afectivo, social, y los lugares
incómodos pueden ser muy creativos. La sensación de extranjería ha sido algo
que me ha acompañado desde pequeña, quizá es precisamente algo que me motivó a
escribir, la necesidad de construir un espacio interior estable, seguro,
inmutable ante el cambio. Con el tiempo me parece que el ser extranjero se
convirtió en una constante y en una marca, de tal manera que el cambiar de
espacio y la escritura se corresponden.
−¿Qué cambios
sufre o puede sufrir con Trump alguien que ha llegado a los Estados Unidos?
−Parte de los cambios se han empezado a sentir desde
el periodo preelectoral y después de la elección, con la legitimación del
discurso conservador, racista. Algunas universidades se han pronunciado a favor
de sus estudiantes indocumentados pero es un momento de mucha inseguridad para
quienes están en una posición más vulnerable, incómoda para quienes somos
extranjeros.
−¿Cómo ves
México desde fuera?
−Un país de
grandes contrastes donde se ve por un lado una gran corrupción política,
impunidad, violencia y por otro, un campo cultural muy vital.
−¿Es México un
buen lugar para vivir? ¿Y para escribir?
−Es una pregunta difícil de contestar de una sola
manera. Me parece que los escritores gozamos de un sistema de apoyos, que si
bien es muy criticado, es un privilegio. Permite que los escritores y artistas
puedan hacer un proyecto en un tiempo determinado. Pertenecer al sistema es una
legitimación al propio trabajo y una forma de acceder a una infraestructura
necesaria, en caso de querer vivir como creador: festivales, lecturas, premios,
etc. El privilegio ayuda y castra a la vez.
−¿Sientes puntos
de encuentro con poetas mexicanos de los setenta como la experimentación, la
crónica, la plasticidad o la intertextualidad de Rocío Cerón, Manuel Cuautle,
Adriana Tafoya o Hernán Bravo?
−De Rocío Cerón, me gusta mucho Tiento y comparto el
gusto por la edición. Me identifico menos con el aspecto performático de su
obra, donde lo hace estupendamente bien, porque es un terreno que no exploré
para nada en relación con la escritura, a pesar de haber estudiado actuación y
después dirección. Con Hernán coincido quizá en el tono conversacional de los
textos aunque Hernán es un gran erudito, lo cual para nada soy. Siento una gran
cercanía con los primeros textos de Alejandro Tarrab, quien fue mi compañero de
beca en el FONCA en 2004. Hay muchísimos poetas de mi generación a los que me
siento muy cercana comenzando con Luis Felipe Fabre, Mardonio Carballo, María
Rivera: con quienes tengo muchas afinidades estéticas y o políticas aunque
nuestros trabajos sean completamente distintos. Creo que es más productivo contestar
esta pegunta desde la crítica.
−La crítica
destaca la poca influencia que tiene el contexto social en la poesía mexicana.
La narrativa del narco, por ejemplo, sí cuenta con varios nombres. En la lírica
parece que jóvenes como Stephanie Alcantar (que, igual, vive en Estados Unidos)
o Moisés Ayala (también en Tierra Adentro) siguen el modelo de Cristina Rivera
Garza, tal como estudia Israel Ramírez. ¿Qué dimensión social tiene la poesía
mexicana contemporánea?
−Sí y no. La espiga amotinada en los 60 fue un grupo
que desarrolló un proyecto poético y de compromiso social. Pienso en un poeta
sobre el que trabajé, Jaime Augusto Shelley, que tiene grandes textos
completamente olvidados. Me parece que el poema de María Rivera «Los muertos» fue un parte aguas dentro de la poesía mexicana contemporánea y muchos otros escritores como Sara Uribe, Carla Faesler, Dolores Dorantes o Mónica Nepote tienen libros donde el contexto atraviesa los textos.
−¿Por qué,
siendo de origen francés, lo escribes en español y una tercera persona
(teniendo en cuenta a la autora y al sujeto poético) es la encargada de
traducirlo? ¿No mantendría mejor la originalidad una traducción propia? Pese a
que el ritmo ya no se fija con la rima, por ejemplo, ¿qué riesgo conlleva la
traducción en la poesía?
−Escribí en español porque viví la mayor parte del
tiempo en México, hablaba francés en mi casa y en la escuela, de chica escribía
en francés pero estudié letras latinoamericanas y mexicanas: las lecturas en
español me llevaron a escribir en español. Me parece que la traducción es otra
forma de crear, el traductor se apropia del texto y eso me parece genial; es
otra lectura más, una lectura generosa con algo hecho por ti. Me parece que un
texto nunca es definitivo y eso lo enriquece; el lector, el crítico, el
traductor, son parte del proceso de construcción de un texto. Y, en particular, de este libro con el que trabajo con el fragmento y la ruptura como motor.
−En Los emigrantes se advierte un
sufrimiento o dolor por la distancia respecto a la familia, a lo conocido, a
los sentidos de la memoria... ¿Escribir mitiga esa falta? ¿Puede la poesía
ayudar o liberar a quien se identifica con esa experiencia o testimonio de la
experiencia?
−No sé si la escritura es terapéutica. Escribir Los emigrantes
no lo fue o no lo hice con ese fin. Me interesaba explorar la angustia, su
respiración, los límites del lenguaje frente a la emoción, pensar el vacío
desde el lenguaje, crear una unidad, darle forma a la emoción (en este caso
dolor) para verlo con distancia. También quería ser crítica, representar para
denunciar: de la doble moral y sus estructuras. Es un libro escrito con mucha
rabia contra la violencia al interior de la familia y contra las estructuras
tradicionales.
Lo
que realmente mitiga el dolor son las decisiones vitales, creo; no sé si la
creación. En todo caso, ahora escribo mucho menos poesía, o ya casi nada, y
estoy muy tranquila con eso. Me trasladé al ámbito del ensayo y me siento ahí
mucho más libre.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario