Ángel Ortuño
Ángel Ortuño (Guadalajara,
Jalisco, 1969-2021) representa un tono particular (irreverente) de la poesía mexicana. A continuación queremos compartir algunos comentarios que nos han
provocado sus libros Mecanismos discretos
(Mano Santa, 2011), 1331 (Conaculta,
2013), Poemas
swinger y otros malentendidos
(Bongo books, 2014), El amor a los santos
(El viaje, 2015) y Turbo girl: historias
de la mamá del diablo (Trabalis / Aguadulce, 2015); todos ellos presentes en
el Archivo de Poesía Mexa que venimos consultando.
En iletrado pero cuerdo Ángel Ortuño confiesa la influencia que Manuel Maples Arce
tiene en lo que escribe. Podríamos pensar entonces que Ortuño pertenece a un
grupo ajeno al canon o las instituciones, que se preocupa o se compromete de
alguna manera con los males de la sociedad y que utiliza un humor y una crítica
muy personales para rociar de actualidad los lugares comunes.
Después de varias publicaciones (entre
las cuales destacan Minoica, en 2008,
o Boa, en 2009), llegamos al poemario
Mecanismos discretos (2011), donde
Ortuño juega a activar pequeños torbellinos en las llagas del ser humano. Por
ejemplo:
HIKIKOMORI
Más allá de seis meses
(lo afirmó
el Ministerio de Salud).
Más acá de las islas
como solideos de arena blanca
donde Lucrecia Borgia es la palmera,
el estallido
seco de la tinta entre las piernas.
Ya no
pienses en eso:
acuérdate que vives con tus padres (19).
El final revela las
posibles interpretaciones de un problema que afecta a los jóvenes que se aíslan
en su habitación porque se sienten plenos con la conexión a internet. Lucrecia
Borgia, renacentista italiana que podría haberse quedado embarazada de su
hermano, convive con las recomendaciones del Ministerio de Salud.
1331
(2013) es sin duda el libro que más comentarios ha provocado. Alude en su
título al año de la Guerra Genkō de Japón, algo que, según explica el autor, no
tiene que ver con este poemario surrealista. Sin embargo, en El Faro Cultural de Juan Carlos Gallegos
el mismo Ortuño cuenta que le gustó este guarismo de múltiples lecturas que
es un octosílabo (mil trescientos treinta y uno) y que fue como un vaticinio,
sin mencionar el conflicto bélico anterior; de modo que, está confirmado, no es
importante para el resto del libro. Se compone de tres partes: la que da
título, «Animales (Libro para niños ilustrado sin ilustraciones)» y «El palacio
de las uñas». El dardo se dirige esta vez a la academia, entendemos, en la que «te
acuchillan señores vestidos de levita» (9). Las preguntas retóricas merecen una
estupidez. Este es el inicio del poema «¿Qué hacer ante un billete
aparentemente falso?»:
Primero
no lo use para pagar
el precio de escribir esa pregunta:
[...] (14).
El final del
texto no merece recogerse porque decae en un tópico machista (valga la redundancia),
aunque bien podría entenderse esto último de manera forzosa como una crítica a
los prejuicios. Más adelante son habituales las situaciones absurdas no exentas
de humor. El paso del tiempo y la música son temas sobre los que diserta con una
atractiva imaginación. Las continuas referencias a Japón y las miserias humanas
que causan enfrentamientos y destrucción no son motivo suficiente para creer la
primera versión de 1331 que ofrecía
el personaje encarnado por el autor de este poemario.
Poemas
swinger y otros malentendidos (2014) está publicado en Cuba. Una vez leído
un libro me gusta buscar en la red comentarios al respecto. Lo único que
encuentro en esta ocasión es un asterisco que acompaña a la recomendación de Athinux, el blog de Roberto Carlos Gámez.
Dice así: «* Libro de poesía, y no, no son cursis versos dedicados al amor o a
la madre». Estoy totalmente de acuerdo con Athinux.
Me sorprende, sobre todo, la nota que acompaña al título de Ortuño, el único
que merece unas palabras entre la lista de los veintidós libros del año. Es
cierto que no son versos cursis. Tampoco hablan del amor o se dirigen a la
madre. O peor: amor de madre. En estos versos vemos cómo «el que cambia»
(swinger) se decanta ahora por la minúscula y la ausencia de puntuación. Cada
vez se aproxima más a la ráfaga de imágenes y anécdotas banales que transforma
en el poema mediante juegos y complicidades con quien lee, pongamos por caso, «Confesión
del cyborg queer»:
Acúsome, padre, de que me deconstruyo.
Y no sé bien cuál sea el verdadero
espíritu
femenino.
Se hace la presente sin ningún fin
Estético
(perdone la mayúscula inicial, se trata
de la obsesión del autocorrector)
para perder el alma
inmortal y luego
ir a buscarla
por las bonitas calles del infierno.)
Intuimos que el
paréntesis final lo abría una parte del texto que se ha deconstruido; o bien se
lo ha quedado el sacerdote. Al leer estos swings
uno puede sentirse cómodo e ir oscilando hacia el lado oscuro de la poesía
mexicana. No se está tan mal.
El
amor a los santos (2015) vio la luz en Puerto Rico y tiene una licencia de
Creative Commons; lo cual, además de la donación al Archivo de Poesía Mexa, me parece importante para fomentar la
lectura. La penitencia no se debe a la religión, sino a la idiotez. Por si
había alguna duda, recogemos el poema «La adivinación mediante el análisis de
las estrías del ano»:
Compañeros, el futuro,
el destino
lo hacemos nosotros: ignorantes,
desgraciados y
desesperados que creemos en todo
lo que haya que creer (11).
Solemos citar
los poemas iniciales por dos razones: para no desvelar el final del poemario
(si lo tiene) y porque el choque se produce al principio; luego ya se repite la
tónica y pierde el gas. En Transtierros
vienen otros textos de El amor a los santos. ¿Inocentes? Lo mejor son los
títulos, de ahí que se agradezcan, esta vez sí, la existencia de índices. Su «Arte
poética», creemos, no tiene que ver con el poema citado anteriormente:
lo
más
barato
es
lo
más
profundo
(34)
Turbo
girl: historias de la mamá del diablo (2015) aún nos sorprende, en contra
de lo que se podía prever. Pese al título (no son «cursis versos dedicados a la
madre»), David Caleb Acevedo firma el prólogo llamado «Los intersticios de la
violencia y el gore como arma para entenderla»). Sus palabras finales nos
sirven para cerrar este breve repaso a la obra de Ortuño y para incidir (como
hacíamos con Jorge Humberto Chávez, Nadia Contreras, Esther M. García, Moisés Ayala) en las nuevas formas que tiene la poesía mexicana de transmitir la
violencia:
En fin, estamos ante un poemario sumamente gráfico y
violento. Pero, ¿dónde estriba realmente su violencia? ¿Acaso se da en la
diseminación sin filtro crítico de imágenes violentas, una detrás de la otra,
sin parar, o existe una intención en usar el gore para dejarnos ver algo?
¿Existe un tipo específico de violencia cuyo único efecto sea aleccionador? ¿Es
violencia dejarnos ver la violencia tal cual es? ¿Es violenta la verdad? ¿Es la
verdad un asunto de salud pública? Este poemario muestra que la poesía puede
ser ese vehículo de entendimiento (11).
El humor negro,
el sarcasmo y la inteligencia para condensar un vicio en una precisa imagen que
agrada porque no reconforta logran la poesía de la pornografía de la que habla Juan Romero Vinueza en la barra espaciadora o la coherencia
que Ortuño defiende también en la entrevista que le concede a José Antonio Neri Tello en Página24.
No es difícil encontrar poemas del
jalisciense en la red: ya sea en Revista Crítica o Revista El humo.
Además, podemos escuchar al propio autor recitarlos en Descarga Cultura UNAM. Parte de la polémica que ha rodeado al autor de 1331 se debe a su
inclusión en la reciente antología Mexico 20: la nouvelle poésie mexicaine (2016). Más allá de la importancia que pueda tener Ángel Ortuño
dentro de cincuenta años (tampoco creo que a él le importe), me parece un
ejemplo claro de la nueva dimensión social de la poesía mexicana: cercana al
espacio urbano, rica en expresiones populares, apropiación del discurso, brevedad,
intertextualidad y un humor ácido como nota discordante. Ahora bien, son muchos
más los casos de textos sin ritmo, vacíos o repetitivos que aquellos destellos
de precisión cínica. En cualquier caso, es un poeta distinto, peculiar. Aunque
no sé si esto último asegura algo. Me quedo con El amor a los santos.
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