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Desde niño ver tu combustión me fortalece.
Ernesto Lumbreras
Ernesto Lumbreras
(Ahualulco de Mercado, Jalisco, 1966) ha publicado, entre otros, los poemarios Espuela para demorar el viaje (1993), El cielo (1998) y Numerosas bandas (2009), accesibles en el Archivo de Poesía Mexa.
Espuela
para demorar el viaje (Joaquín Mortiz, 1993) recibió el Premio de Poesía
Aguascalientes 1992. Es su tercer libro, tras Clamor de agua (1990) y Órdenes
del colibrí al jardinero (1991). Se divide en cuatro partes: «Ocio de
barbero durante la guerra», «Espuela para demorar el viaje», «Iluminaciones de
un segador de menta» y «Ermita para un árbol genealógico». En prosa o en verso
se recrean imágenes puntuales y concisas que remiten a los pequeños placeres de
ese viaje que es la vida. Tales instantes de felicidad o de nostalgia o temor,
en cualquier caso, impulsan la decisión que también supone escribir un poema,
ligado en ocasiones al cuento por el tono narrativo y la clásica estructura
tripartita que introduce, desarrolla (solo los detalles relevantes de dichas
postales) y concluye dándole especial importancia a los títulos de cada texto y
cada parte. La claridad que aportan las frases sencillas por su destreza
gramatical se acerca a la canción a través de la rima. Sin embargo, el ritmo se
consigue normalmente mediante acentos que ofrecen, por ejemplo, el quiebro de
expresiones conocidas. Así terminan los hemistiquios de «Sequía»: «Una almendra
es el llano, un fuego de almas: / junto a la noria yace roto un cántaro» (42). Entre
los animales que se repiten en este paisaje agreste (toro, águila, salamandra,
abeja...), destacan las hormigas, como ya hemos comentado en otros casos de la
poesía mexicana. Dichos insectos sirven para el desdoblamiento y para una
fábula cuyo mensaje recoge y carga con la tradición. La intertextualidad y la
vinculación con lo pictórico caracterizan la poética de Lumbreras. Las
condiciones climáticas (extensibles quizá a las autobiográficas) son
desfavorables para salir (de casa o del país) pero permiten el trato familiar y
la escritura.
El
cielo (FCE, 1998) permite observar los referentes de Lumbreras, además de
desarrollar el estilo lúdico y amable que veíamos en su poemario anterior. Cada
una de las cinco partes (sin título) tiene dedicatorias a varios poetas
mexicanos (Francisco Hernández, Coral Bracho, Myriam Moscona, José Luis Rivas y
Eduardo Milán) y, sobre todo, al estadounidense Robert Frost. Este libro es tan
unitario que resulta difícil destacar un pasaje. Nos quedaremos con la fuerza
que tienen algunos símbolos como el del muro que tapa lo que el poeta imagina. De
nuevo el bestiario facilita metáforas sobre esa cúpula celeste a la cual tantos
ojos hemos dirigido. Si antes percibíamos la lluvia por el sonido de las
piedras, ahora coincide con el acto sexual. Más adelante esta misma escena con
Helena se enriquece gracias al tono humorístico y, podríamos decir, absurdo (en
una coma que separa sujeto y predicado): «Para
algunos la onomatopeya que emite su ano, delata su nombre verdadero» (36).
Por otro lado, encontramos poemas que se dividen en pequeñas sentencias
próximas al aforismo (también presentes en Numerosas
bandas). La imagen de la lluvia se repetirá en el último libro que
comentaremos, concretamente en uno de los últimos poemas: «Los pájaros y el
corazón (casi una novela)».
Numerosas
bandas (Mantis Editores, 2009) es el libro de Lumbreras que más comentarios
presenta en la web, obviamente por ser el más reciente. Se trata de una edición
bilingüe de Mantis, Morbo Ediciones y la editorial québécoise Écrits des Forges,
como la que veíamos con Gaëlle Le Calvez,
aunque el texto que seguimos del Archivo de Poesía Mexa solo viene en
español. Este es el penúltimo libro de Lumbreras, seguido por Lo que dijeron las estrellas en el ojo de un
sapo (2012). Como en los dos poemarios que hemos anotado anteriormente, Numerosas bandas se divide en varias
partes: «1. Liturgia de la estación florida y su demorada travesía por un país
pequeño», «2. Larga exposición de una jornada primaveral en un territorio donde
nunca se pone el sol», «3. Leído en la bitácora del encaminador de ánimas la
noche anterior a mi funeral» «4. Anotaciones de un perfumista ciego en torno de
una lluvia apenas oída». Los títulos ya sugieren la idea de observar el color y
los detalles del viaje. Las frases breves, en prosa, se enlazan con la
plasticidad de la descripción. En este caso los escritores mexicanos que se
mencionan son Francisco Magaña, Julián Herbert, Víctor Ortiz Partida, Huberto
Batis, Manuel Ulacia, Patricia Laurent y Óscar Efraín Herrera. Destaca el poema
que recoge Carruaje de Pájaros, «Glosa de una escena
inexistente de El Padrino, de Francis
Ford Coppola». La simbiosis entre lo tétrico y lo banal, sin ser ni trágico ni
cómico, remite a esa utopía descarnada que tan bien plasman los versos finales
del mencionado texto:
[...] No sé, la recompensa
de administrar la muerte, el amor, la avaricia
se parece demasiado a un jardín con alberca,
con gansos, muchos gansos y una muchacha linda
preguntando si quiero un masaje en los pies
o la luna en las rocas (10).
Sin embargo, en
mi opinión, el más logrado es el que le sigue, «El jefe de la estación de
trenes, en su vejez, pasa revista a sus novias difuntas», donde el protagonista
es capaz «de respirar el aire que las viste»: un bellísimo endecasílabo que
juega con el verbo ver y vestir. Más adelante el poeta se pone en la piel de un
bebé, aún en la barriga de su madre, a quien escucha rezar. Por otro lado,
traza la biografía de una puta argentina o el alzamiento zapatista que también
plasmaba Joel Plata. Al cabo, nos retrata distintas realidades no tan distantes. Y lo
hace con una voz propia que ha ido gestando con la fluidez lectora. Estamos
seguramente ante su poemario más sugerente y sólido, si pensamos en lo
efectistas que son sus textos con independencia del resto. Ahora bien, esto nos
parece que se debe a lo cerca que se encuentra ya de las formas de la poesía
mexicana del siglo xxi. Bebe de
Francisco Hernández, por ejemplo, y por eso lo reconocemos. Sus libros
anteriores requieren entonces una lectura en su contexto. Recordemos que entre El cielo y Numerosas bandas pasan diez años
En uno de sus poemas dicta los siguientes versos: «No
sé si mi escritura está en el sentido de la noche sin márgenes. Tampoco puedo
afirmar que esta lámpara de carburo (camino
dentro de un sueño de niebla) me conduzca hacia la desembocadura de un río».
Encontrar esa desembocadura −que no se sabe siquiera si existe o no, pero que
sus palabras buscan dentro la niebla espesa que amplía la incertidumbre−, ¿es
la razón por la que escribe? ¿Qué espera encontrar al llegar ahí?
Esos versos pertenecen a un poema largo que se llama
«Leído en la bitácora del encaminador de ánimas la noche anterior a mi funeral»
reunido en el libro Numerosas bandas
(Mantis Editores, 2009). Y efectivamente, ese fragmento que citas es una
poética. De niño me encantaban los mapas, colgados en los muros de mi salón de
clases. Con la lógica de la inocencia, al reparar en los grandes ríos, el
Amazonas, el Nilo o el Mississippi, suponía que esos caudales nacían en el mar
y, como el salmón, ascendían tierra adentro hasta llegar a las montañas. ¿Encontrar
la desembocadura o el nacimiento de un río?
La historia que magistralmente nos cuenta Claudia Magris respecto del
nacimiento del Danubio es realmente poética: este río que cruza Europa y
desemboca en el Mar Negro se origina del goteo de un grifo que nadie ha podido
cerrar.
El
que busca encuentra, dice una conseja popular. Por supuesto, esa poética
redactada en esas líneas tiene una carga romántica tal vez exagerada. Habría
que matizarla con el elemento artesanal del oficio del poeta, de la disciplina
y del estudio, del rigor y del ejercicio crítico. El misterio y la revelación,
palabras tremendas para nuestro tiempo de laico pragmatismo y de sofisticado
nihilismo, prevalecen todavía como asedio y posibilidad. El famoso verso de
Bécquer «mientras haya un misterio para el hombre, / ¡siempre habrá poesía!»,
con toda su grandilocuencia y cursilería sigue tan vigente no obstante que la
ciencia parece ir desvelando a pasos agigantados las escritura de Dios. Sin
embargo, no obstante el momento estelar que vive la civilización en materia de
avances científicos y tecnológicos, vivimos dentro de un «sueño de niebla» que
transcurre en una «noche sin márgenes» donde la injusticia y la crueldad son
las constantes de «la convivencia» de nuestros pueblos.
A contracorriente,
como Raúl Renán,
en la poesía del jalisciense encontramos una voz que se desdobla en personajes
y animales para evidenciar las carencias de nuestro paso por la tierra. Al
mirar al cielo traza los surcos especulares de nuestra existencia.
En definitiva, Lumbreras destaca por
la antología El manantial latente: muestra de poesía mexicana desde el ahora: 1986-2002 (2002) que coordinó junto a Hernán Bravo Varela; pero también es importante por la que ofrecen sus poemarios,
disponibles en Archivo de Poesía Mexa, aunque algunos
son el manuscrito o una versión distinta, entendemos, a la final. En el número
44 de la revista Ómnibus (2014) tenemos acceso a algunos de sus poemas. Este
mes de abril Ernesto Lumbreras compartió mesa poética con Paula Abramo y
Vicente Quirarte en el ciclo «Tres generaciones» que coordina Hernán Bravo en la Casa del Poeta.
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