La segunda serie del Archivo Negro de la Poesía Mexicana de Malpaís ediciones
publica de nuevo Las Palabras y El Tiempo ([1979] 2018) de Alaíde Foppa (1914-1980),
con un estudio introductorio de Diana del Ángel y Alejandro Palma.
Paulatinamente,
pero de manera ininterrumpida (de tal modo podríamos definir también la labor de
Foppa), se va conociendo y estudiando la obra de una referencia para el
feminismo en México. Nació en Barcelona en 1914 por su madre guatemalteca, Julia Falla, y por su padre argentino, Tito
Livio Foppa. Estudió en Suiza, Buenos Aires,
Bélgica e Italia. Cursó varios doctorados desde los años cuarenta y forma parte
de la poesía mexicana por ser esta su residencia desde 1958. En 1961 comienza a
dar clase en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional
Autónoma de México (UNAM), donde hay un aula con su nombre. También ejerció
como docente en la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa (UAM-I), fundada
en 1974. En este último espacio existe una Biblioteca Estudiantil Alaíde Foppa.
De ello da buena cuenta el completo y ordenado prólogo que firman Alejandro
Palma y Diana del Ángel, quien presentó el libro hace unos meses en la Biblioteca Alaíde Foppa
que el Fondo de Cultura Económica y la UNAM le dedican en Tlatelolco.
Es
necesario entender la vida de la poeta para acercarnos a Las Palabras y El
Tiempo: no porque su obra dependa de ella, sino porque los temas (la libertad,
el deseo, la situación de la mujer) conectan con la situación de México y
Latinoamérica en la segunda mitad del siglo pasado mediante una serie de formas
(claras, precisas, coloquiales) que, según del Ángel y Palma, beben tanto del Modernismo
como de las vanguardias.
Si
hablamos del feminismo en la poesía mexicana contemporánea debemos de partir de la revista fem,
encabezada por Foppa en la década de los setenta, con participación de
Margarita García Flores, Marta Lamas, Elena Poniatowska, Marta Acevedo, Lourdes
Arizpe, Flora Botton Beja, Teresita de Babieri, Tununa Mercado, Antonieta
Rascón, Sara Sefcovich, Elena Urrutia y Carmen Lugo (9). De tal manera Malpaís
ediciones recoge ahora a una serie de poetas que destaca Isabel Zapata en Letras Libres.
Esta
es la importancia de su vida y de su preocupación por Las Palabras y El
Tiempo: «Lo que ha hecho falta en el caso de Foppa es comprender su poesía
desde esta perspectiva, como ya se ha realizado con [Ida] Vitale o [Blanca] Varela, para
transminar una conciencia colectiva de la femineidad propia de un sujeto que ha
debido migrar de España a Guatemala y de ahí a México» (27).
En ese sentido sus
textos inciden sin aspavientos ni aparentes metáforas oscuras, al tiempo que
reflexionan sobre la literatura y la vida. Qué es un poema y cómo expresarlo.
En Foppa se desarrolla la poesía coloquial que en los sesenta denunciaba la
atrocidad que se cometía contra América a la vez que trataba de establecer un canal de
comunicación con quien leía. Disertan Palma y del Ángel a propósito de la
poética: «Se trata de la palabra cotidiana la cual se impulsa hacia determinada
gradación por lo tanto es imposible concebir un lenguaje estrictamente poético
como pensar que existen palabras especiales que conforman al poema puro. La
pureza en la poesía de Foppa se encuentra en la claridad con la cual puede
comunicar una experiencia» (38-39).
Dichas palabras son las que configuran en el tiempo, cuarenta años después de su publicación,
pasos para una poética que se logra en los versos finales, cual extrañamiento y
cierre para lo que considerábamos cercano o conocido. Son pautas sin título,
por un lado, y escenas del día («Días», «Momentos» y «El Tiempo»), por otro,
divididas en distintas fases de un mismo encuentro con la voz interna que
explica el exterior. Además, la editorial de Gabriela Astorga, Iván Cruz
Osorio, Benjamín Morales y Santiago Solís, a esta obra que publicó Raúl Renán
en La Máquina Eléctrica suma otros poemas que permite entender la relevancia
de la guatemalteca (dicen que no se es de donde naces, sino de donde mueres).
En
breves apartados (así son los poemas que enseguida vemos) la introducción da lugar
a la influencia italiana que puede advertirse en versos de arte menor que
cabrían y calarían en la actualidad con los mensajes que se difunden en reces
sociales como Twitter o Instagram. Formaría parte del interés por las artes poéticas de Carmen Alemany:
XXV
La
poesía
es algo que se pueda
decir?
Es
algo que se pueda
escribir?
Escondida
entre
las palabras
revela
a veces
su
resplandor fugitivo
a
quien fielmente
la
espera (68).
El uso habitual del signo de interrogación
únicamente al final nos hace leer en subjuntivo una máxima que termina siendo
cuestión, repetida con el verbo «escribir». Unido este al anterior, «decir»,
conecta con el sentimiento que desde el 68 convive con «hacer». El compromiso
en este caso, para un pronombre neutro, es esperar el destello entre las palabras de todos los días. Reivindica de este modo su lirismo, ya en «El Tiempo»:
IV
Me
hiere la mañana.
Ojalá
fuera
ya de noche,
y
el día
una
gota más
de
pasado
una
exigencia menos
de
respuesta.
Prefiero
la noche
que
perdona
mi
cansancio
y
promete sueños (73).
Ahora el sujeto en primera persona se
decanta por la oscuridad y la imaginación ante la realidad. Entre diurnos y
nocturnos (de Villaurrutia, en la introducción) Alaíde Foppa desarrolla la
esperanzadora nostalgia que advertíamos con Juan Bautista Villaseca. Como en el poema V de «El Tiempo» (86), la repetición
de vocales e/o al final de los versos, y también de manera inversa, genera un
patrón fónico, un ritmo, que establece con las nasales el eco, la estructura
circular, sin necesidad de recurrir a la rima asonante. Asimismo, el símbolo del
enigma onírico que convive con la lucidez se repite en la narración del final
de un poema que se acerca al haiku: «Cerré los ojos / y brilló un instante / mi
secreto» (78); y en el final de una enumeración cotidiana: «Vivimos / en el
olvido. / Y no sólo se olvidan / las llaves / el pañuelo / la carta / la cita,
/ también se olvida / el secreto, y se pierde el pasado / inadvertidamente» (85-86).
Recordamos
a Foppa entonces con la moraleja que incluso el público infantil puede hallar
en este libro que casi termina con el poema «Ella se siente a veces…»: «Quisiera
ser siquiera / una naranja jugosa / en la mano de un niño / –no corteza vacía–,
/ una imagen que brilla en el espejo / –no sombra que se esfuma– / y una voz
clara / –no pesado silencio– / alguna vez escuchada» (97). El deseo contra la
negación.
La
desaparecieron en los ochenta, cuando fue a pasar el fin de año a Guatemala con su
familia. Estaba en plena etapa creativa. Ahora podemos leerla en esta serie de
inclasificables para El Universal. Más, el próximo domingo.
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