somos el domesticado con la mirada
fija
en el montaje de una violencia
sencilla.
Lorena
Huitrón
(31)
Una violencia sencilla (Secretaría de la Cultura y las
Artes de Yucatán, 2017) es el poemario con el que Lorena Huitrón (Xalapa, Veracruz,
1982) consiguió el Premio Nacional de Poesía Experimental «Raúl Renán» 2015.
Estamos ante una poética que definitivamente abandonó la solemnidad y la metafísica
para alcanzar precisamente la profundidad del ser humano y su lenguaje en el
día a día y en contacto con diversas disciplinas y experiencias.
No
por casualidad leí este libro por y tras el de Eva Castañeda, La imaginación herida. Sin duda ambos tonos afianzan una
poética de la verbalización del dolor cotidiano. Castañeda reseñó el poemario de
Huitrón en Latin American Literature Today con reflexiones del tipo: «Es sabido que en
poesía no importa el qué sino el cómo, dicho en otras palabras, no importa de
qué se escriba sino cómo se escriba. Hablo de las estrategias y los recursos
que sigue la autora para escribir sobre la violencia, el cuerpo y la enfermedad».
La
poeta y crítica reconoce la delicadeza con la que arranca ese oxímoron que es la
violencia sencilla. La muñeca, la infancia y el cuerpo dejan ver las
cicatrices que hilvanará cada texto a partir de las confesiones y las fuentes
que se detallan en el epílogo (65-66). Para Roger Santiváñez en la
contracubierta, Una violencia sencilla es Bio-lenta. Y es que las
decenas de poemas, en prosa o en verso, se articulan mediante la convivencia de
distintos registros. Para ello las cursivas diferencian las voces que se
integran a lo largo de las cinco partes que, sin embargo, no estructuran el
índice: «Amar el juego grave», «Diálogos con un negro durante la fiesta de San Mateo»,
«Victoria Lucas», «Ciudad del Sol» y «Mariclau». Huitrón no da puntada sin hilo
y cada elemento, como ya reconocía el estructuralismo, es fundamental en la
crónica poética. El humor, como en Castañeda, confiere a las imágenes descritas
una pátina de coloquialidad que aún subraya más la tragedia. Las fotografías
que se incluyen en la primera parte no complementan el texto, sino que son
parte de él y de esa experimentalidad que logra la armonía de códigos
tradicionalmente distintos.
La
veracruzana reflexiona sobre el lenguaje para pensar en una prótesis de
alguien, que dé «alguiena»: «Mejor con acento, álguiena» (47). El diálogo metalingüístico
entre estas dos personas concluye con la palabra que gráficamente tanto se
parece a alienígena, no sin antes caricaturizar a la Real Academia Española,
que debería de llamarse como suele ser habitual y erróneo todavía Real Academia
de la Lengua Española: «La rae no
sabe nada y no tiene sentido del humor ni creatividad. Ahí van ustedes con sus
caballos lecheros, recitando esas definiciones al pie de la letra. Pero sigue
tú a esos abigarrados viejillos. Seguro sus reglitas las remojan en vinagre»
(47).
Pienso
en Procesos de la noche de Diana del Ángel
por recurrir a la crónica –en el caso de Huitrón, a la prosa– para dejar
testimonio de una violencia quizá sencilla de causar pero difícil de aguantar
una vez, por fin, ya visibilizada. En esos casos el verso no permite juegos que
recuperan la cicatriz, la supervivencia y la obsesión por retratar a personas «que
buscan clínicas santuario para ser inmaculadas, / que borran lo que podría ser
su gran historia, / la marca que los años no devoren, / la seña de que aún
pueden estar vivas» (51).
Vimos
varios títulos de Lorena Huitrón gracias al archivo de Poesía Mexa.
Ahora podemos entender que lo experimental también incluye pensar en el
lenguaje sin más artificios que la sencillez (que no simpleza) de lo poético.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario