domingo, 27 de octubre de 2019

Antiparras


Somos antipoetas
porque somos…
todo lo contrario

Daniel Olivares Viniegra (62)

Antiparras. Antipoemas para lectores sin prejuicios (Trajín, 2017) es el libro de Daniel Olivares Viniegra (Tehuetlán, Hidalgo, 1961) que demuestra la presencia que sigue teniendo el genio chileno para demostrar la influencia de la antipoesía también en la lírica más reciente de México.

            Roberto López Moreno, fundamental en la experimentalidad del país que nos ocupa, a quien Olivares dedica sus alburemas, define la obra del hidalguense en el prólogo: «es una explosión de rebeldía con el veneno de la inteligencia perfectamente dosificado: con lacerante sentido del humor descorre los velos del sentido del tumor». Amén de este equilibrio entre la insurrección, el artefacto, el enigma y el fallecimiento del sufrimiento a favor del gozo, entre lo apolíneo y lo dionisíaco, en ese orden, el chiapaneco reconoce una veta del poemuralismo que inauguró y que continúa en Lengüerío (2018).
            Antiparras se abre con la definición que de este término que le da título ofrece la RAE: anteojos. Y es así como se advierten las tres partes, en los detalles de «I. Mal… ezas», «II Matarile» y «III Son para ver…». El juego que plantean otros poetas contemporáneos como Víctor Toledo conecta en el caso de Olivares la tradición del chileno centenario y ya infinito con las inquietudes mexicanas más allá de las letras, el albur y demás guiños. Entonces se define lo que es un antipoema, una indefinición del proceso que continúa más allá de las neovanguardias hispanoamericanas. Figuras como el calambur o una actualización del concretismo recuerdan a Villaurrutia: «No son arte: / no sonarte…» (10). Como Nicanor, desacraliza la crítica en la serie de poemas, siempre tan breves como precisos, «Matachinches» (11). Entre Monterroso y Huerta arranca el «Matatena»:

Y
Cuando
Desperté
El
Cocodrilo
Aún
Estaba
Ahí (18).

El poeta lleva a cabo una «Entomología inversa» (23), una sátira aguda, contra el orientalismo de la brevedad, contra el surrealismo, por Velarde, Paz o Carrión, con el «Kaguamasutra» (58) que inventó Andrés Cisneros de la Cruz sin olvidar a Roque Dalton y la revolución, la crítica guarda siempre es un elogio, que ya deja con ganas de más títulos de Daniel Olivares Viniegra.
            Su atrevimiento, frescura y entusiasmo nos recuerda que en Hidalgo la poesía goza de buena salud, como viene confirmando Dubius. Pare leerlo pueden hacerlo en la editorial Trajín, por supuesto, y en espacios como la Biblioteca Virtual Fandom, en la Revista electrónica Sinfín o Círculo de Poesía.

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